Por primera vez, al menos en los últimos siete años, las cifras “oficiales” sobre los índices de la pobreza coinciden con los que anualmente da a conocer el observatorio de la Universidad Católica Argentina. Un hecho auspicioso en cuanto a que podremos instrumentar medidas tendientes a reducir un fenómeno que afecta a millones de argentinos. Cuesta reconocer también que haya hambre en un país de poco más de 40 millones de habitantes y que está en condiciones de brindar alimento a 400 millones de personas.
A lo largo de la historia, los políticos argentinos han mantenido una preocupante tendencia a “esconder” la pobreza en lugar de asumirla y trabajar con el fin de reducirla. Según los historiadores, el primer “dato fehaciente” se produjo durante el gobierno de Perón. Se indica que cuando se inauguró el aeropuerto de Ezeiza no existía autopista para llegar al centro. El camino utilizado bordeaba el Riachuelo y a la altura de Lanús pasaba junto a una larga “villa miseria”, conocida como Villa Jardín.
En ocasión de una visita del presidente de Chile, Perón tapó la vista de esa villa miseria con un muro enorme, que tiempo después dio lugar a la película “Detrás de un largo muro”. Debemos consignar que en ese momento se trató de uno de los pocos asentamientos inestables en la Argentina, que con el correr de los años se multiplicaron en progresión geométrica, ocupando inclusive espacios en lugares de extraordinario valor inmobiliario, como sucede en la zona de Retiro.
Pero es sustancial establecer cómo ha sido el crecimiento de los índices de pobreza en el país. Según una nota publicada por Infobae, en 1974 la pobreza alcanzaba al 4% de los argentinos y la desocupación al 3%. Al final de la dictadura, el índice de pobreza llegó al 15%.
Raúl Alfonsín entregó el poder con un 18,5% y en la década de Carlos Menem llegó al 25%. Como consecuencia de la crisis del 2000/02, Eduardo Duhalde asumió con el 57% de pobreza y la bajó casi un 10% en un año, mientras Néstor Kirchner logró reducirla luego al 25%.
Sin embargo, el peor escenario se dio a partir de 2007, bajo la presidencia de Cristina Fernández, que aplicó un manejo absolutamente desleal respecto de todos los índices que evalúa el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos. El problema se ampliaba cuando los propios funcionarios intentaban ratificar los números mentirosos con explicaciones inverosímiles, como las del inefable Aníbal Fernández cuando aseguró que la Argentina tenía menos pobres que Alemania.
O la inaceptable explicación del entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, al indicar que no darían a conocer nuevas cifras porque se trataba de un hecho “estigmatizante”. Ante el absoluto descreimiento en que habían caído las cifras oficiales, la dirigencia política y la opinión pública comenzaron a tomar en cuenta las cifras que daba a conocer el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, impulsado por el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. Las diferencias en las mediciones eran astronómicas, a punto tal que según la UCA la pobreza superaba el 30%, mientras los índices oficiales daban sólo un 5%.
Afortunadamente, la actual gestión se ha hecho eco de la seriedad del problema y ha dado a conocer los índices reales, que terminan coincidiendo con los números que da a conocer el observatorio de la UCA. Son datos inquietantes que exigen que la dirigencia política se ocupe del tema y establezca programas tendientes a reducir el flagelo. Es una tarea que dará frutos a largo plazo pero, por de pronto, reflejar la realidad es un paso fundamental.