No den por muerta a la Selección, menos en una final

Alemania asoma como el candidato a ganar en el Maracaná, según la tendencia de opinión expresada por la prensa internacional y el mercado de apuestas. Sin embargo, Argentina puede ganar.

No den por muerta a la Selección, menos en una final
No den por muerta a la Selección, menos en una final

En junio de 2010, en la previa al juego de octavos entre Argentina y México, en Leipzig, apareció Jürgen Klinsmann - junto a dos personas - en una de las escaleras internas del estadio, que comunicaba el sector de Prensa con otro de acceso reservado. En ese momento, ante el pedido de Los Andes para dialogar, el entrenador se negó cortésmente.

El ex técnico del seleccionado alemán (tercero en 2006) era en Sudáfrica un asistente de Joachin Löw, quien había sido su colaborador durante el Mundial en su propio país. Los roles se habían invertido, pero el proyecto no. ¿Qué hacía el hoy DT de Estados Unidos? Simple, venía acompañado de un par de analistas a observar al futuro rival germano en cuartos de final.

Esa misma tarde, horas antes, los teutones goleaban 4-1 a Inglaterra en Bloemfontein y el en ese momento ayudante técnico no había podido ir a ver a su equipo porque debía trabajar en un informe para la próxima fase. Pocos días después, en Ciudad del Cabo, el 4-0 lapidario despidió a la formación dirigida por Diego Maradona.

Este ejemplo marca cómo los alemanes se ocupan del detalle, por mínimo que fuere. Porque la situación remite a un doble frente: 1) la continuidad del proceso, con profesionales de primer nivel que van intercambiando de funciones como parte natural del trabajo en equipo; 2) importaba más analizar al futuro adversario en pleno partido, aunque la propia selección alemana jugase frente a los ingleses un duelo con antecedentes históricos y muy atractivos para presenciar in situ.

Esta formación de Alemania, que también conduce Löw, es heredera de una generación que se formó a partir de un período de refundación liderado por la Bundesliga. Los resultados entre 1994 y 1998 no habían satisfecho a los finalistas mundiales de 1986 y 1990. La excepción llegó en 2002, en el que pasó semifinales pero perdió 2-0 en Japón contra Brasil. Entonces, la idea madre fue trabajar desde la base en el proceso formativo en futbolistas jóvenes, con edades aptas para formar parte de los combinados Sub 17 y Sub 20.  A partir de esa semilla, el cambio iba a llegar solo.

Los líderes de este revulsivo son Lahm y Schweinsteiger, dos polifuncionales a quienes cuesta definir en un puesto fijo. No sólo hacen una lectura rápida del juego, sino que también apoyan la salida por estar dotados de buen pie. Y este es otro de los puntos altos del juego alemán: la tenencia de pelota. Ya no se tratan de aquellas formaciones muy estructuradas dentro de los límites de un canon, en el cual prevalecían la fuerza física y un referente de área potente. Ya en los dos anteriores mundiales, como en éste, se observa un estilo de juego que permite calificarlo como una refundación del sistema tradicional. 

Özil y Khedira, como volantes internos que también pueden sumar desde las bandas, encuentran socios para triangular. Pueden ser los citados Lahm y Schweinsteiger, pero también el organizador Kroos, quien entra y sale de posición de media punta para acomodarse como enganche durante el armado en ataque. Müller también participa de la elaboración de la acción colectiva: sus cinco goles en seis partidos reflejan su aptitud para la definición.

Alemania sacó claras diferencias contra Portugal y Brasil, a quienes goleó. Fue superior, pero no mucho, respecto de Estados Unidos y Francia. Y sus dos perfomances menos lucidas fueron, paradójicamente, contra los contrincantes que asomaban como los más débiles: Ghana y Argelia. Es más, llega con la imagen tocando techo tras la apabullante conquista en el Mineirao, frente a los locales, pero también es cierto que tamaña producción no se reprodujo con tanta exposición de argumentos en los juegos anteriores.

Argentina puede ganarle al rival a vencer. No es una quimera ni tampoco una exageración de optimismo. Si la Selección llegó a semifinales, entonces las chances están parejas. El modelo que preparó Sabella para enfrentar a Holanda, por ejemplo, achicó los márgenes de riesgo y llevó al rival a cuidar la tenencia del balón jugándolo en corto y mayoritariamente en retroceso. Cuando durante los primeros minutos en Belo Horizonte, los alemanes hicieron lo mismo que los holandeses, fue porque necesitaron ocupar espacios para defenderse con la correcta distribución del balón. Hasta que Müller aprovechó un descuido en una acción con pelota detenida y la situación varió para los dos.

Sin apuro, midiendo el destino del pase, y si es necesario haciéndolo hacia atrás o al costado, la Selección está en condiciones de plantear un desarrollo equilibrado en la mitad de la cancha.  Messi, en tanto, seguramente será esperado en una zona escalonada, como le pasó en los seis juegos anteriores. No hay que pensar en que Leo se evade del partido y cae en un ensimismamiento, porque lo que está haciendo es manejar la pausa y darle aire a los mediocampistas para servirle de apoyo en la jugada. Y si el mejor jugador del mundo lo hace, sabe qué es lo que le conviene al equipo.

Es Alemania, sí...pero es Argentina, también. Casi como si fuera una partida de ajedrez, habrá movimiento calculados y proyección hacia lo que vendrá. Y, como suele pasar en el fútbol de alta performance, los detalles pueden terminar definiendo un partido. ¿Tendrá sentido apurarse y no tomarse un segundo de más para pensar cómo resolver? La respuesta es obvia: hay una Final en juego, nada menos.

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