No con esta derecha, España - Por Diego Fonseca

No con esta derecha, España - Por Diego Fonseca
No con esta derecha, España - Por Diego Fonseca

El debate del lunes 4 de noviembre, que reunió a los cinco candidatos presidenciales de España, debía ser una oportunidad para poner las cosas en orden. El país lleva cuatro elecciones en cuatro años y el sistema de partidos se ha abierto tanto que la democracia española se acalambra para formar gobierno. Ahora, hay nuevos comicios: el domingo 10 de noviembre los españoles votarán de nuevo con la esperanza de tener, por fin, un gobierno que gobierne.

Mientras eso sucede, la izquierda pelea entre sí y la derecha también, con el agravante de que sus defensores, el Partido Popular (PP) y Ciudadanos, ahora tienen a la extrema derecha, Vox, diciéndoles cuál es su nuevo faro moral.

En España no hay una grieta: el país entero es la grieta. El debate lo evidenció y no hay tema donde esa grieta sea más visible que en el mayor desafío político de la España democrática, la crisis territorial y política en Cataluña.

Esa crisis no se solucionará con una derecha inflexible y maniquea, con esta derecha. Y España no debe permitirse su triunfo, pues retrocederá. Esta derecha es un animal salvaje y enojado. Su odio va de la mano con la radicalización del catalanismo. El independentismo está a la expectativa de que la derecha les confirme -a Cataluña y al mundo- que España no es democrática sino una dictadurita franquista. Buena parte del independentismo ya no contiene a los jóvenes que incendiaron algunos contenedores en Barcelona para el espectáculo del morbo global. Más derecha encabritará a los desaforados y esa rabia social hará que Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Ciudadanos) y Santiago Abascal (Vox) se froten las manos para ir a por todo en Cataluña.

Esta derecha tosca precede al independentismo -allí están los absurdos viudos y viudas de Francisco Franco siguiendo su exhumación-, pero el catalanismo se las ingenia dándole razones para ladrar. No es que precisen mucho. El unilateralismo del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont y su sucesor, Quim Torra, es funcional a la derecha porque hace lo que necesita la peor parte de Madrid: no hablar e insistir en demandas derrotadas, callejones sin salida. La derecha tampoco quiere sentarse con Cataluña. Los más extremos quieren barrerla. Por eso un triunfo de esta derecha será proscripción, cárcel, censura y suspensión de derechos. No quieren dialogar: lo suyo es la eliminación del enemigo.

Por supuesto, hay más responsables que los independentistas catalanes en el resurgimiento de una derecha que parecía estancada meses atrás. En estos meses, el centroizquierda y la izquierda españoles han ejemplificado cuán riesgosa es la creencia en la superioridad moral que tienen los nietos del hombre nuevo socialista.

Si hay posibilidad de que triunfe esta derecha el 10 de noviembre hay que poner un porcentaje en la cuenta personal de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, los líderes de la izquierda peninsular. Inquina y sinrazón, purismo ideológico, reyerta escolar: ambos tenían la misión de formar gobierno y se enredaron en minucias de política chica en vez de entender que los estadistas reniegan de la circunstancia para meterle cimientos a la Historia.

A mí me asusta. España enfrenta una radicalización emocional alrededor del nacionalismo. Si Cataluña ha absorbido la discusión es porque es un campo de ensayo mayor: allí se juegan límites básicos del juego democrático. En el debate, Abascal dijo que ilegalizaría a los partidos independentistas. Rivera adelantó que si lo eligen presidente pedirá un inmediato 155 -el artículo que permite intervenir una autonomía- en Cataluña. Casado ya advirtió que él lo pediría pero sin limitaciones de plazo o competencias.

La derecha está desatada. Casado y Rivera disfrazaron el desdén por conversar para priorizar la peligrosamente ambigua fórmula de aplicar en Cataluña una política de “firmeza constitucional”. Y las propuestas de Abascal forman un atavismo nacionalista que recuerda al franquismo. Esta derecha demanda sumisión de cualquier idea que no encaje con lo que ellos, y solo ellos, creen que es España.

Es un discurso peligroso. Hoy es Cataluña y mañana podrían ser los vascos. Hoy es criminalizar a inmigrantes indocumentados; mañana, la oficialización de la aporofobia, la hostilidad a los pobres. Hoy es reducir fondos de la seguridad pública y el Estado de bienestar, mañana es cancelarlos. Aún no beben el brebaje completo de Donald Trump o Boris Johnson, pero eso es asunto de tiempo u oportunidad. O de que Vox crezca más. La subestimación de la derecha reaccionaria es como el agua de filtración: cuando se ve, ya echó a perder todo.

Nadie tiene dudas que la derecha en el poder no dialogará con los catalanistas. Es un terreno riesgoso cuando no hay espacio para el centro. Para esta elección, Casado dijo que el PP recuperaría el centro, pero ese fue un centro meramente enunciativo: meses atrás, decía que el socialista Sánchez, el actual presidente, era un traidor. El PP quiere vivir del centro retórico cuando lo que debe demostrar con hechos es su capacidad de volver al centro político.

Vox, que va en ascenso e inunda de provocaciones autoritarias la agenda pública, ha llevado la bandera al mástil más alto con la idea de que toda autonomía debe ser abolida. Esta derecha cree que España es una sola porque es conveniente: administrar la uniformidad -disciplinar disidencias, encarcelar rebeldes y utopistas improvisados- es más sencillo que lidiar con el conflicto inherente a una nación de naciones. En el fondo, la derecha española, contaminada de extremismos, propone un ataque a las garantías democráticas.

Y aquí quedamos, pendientes de que unos pocos miles de votos -se prevé que la diferencia electoral será exigua- digan si en la política de acuerdos parlamentarios para elegir gobierno se decide por algo de razón o por mucha de la fuerza. No debiéramos estar aquí, pero hay algo peor: esta derecha, no se detendrá aquí, España. Hay que pensar, no jugar al toro bravo.

Diego Fonseca es un escritor argentino que vive entre Phoenix y Barcelona. Su libro más reciente, en coedición, es Perdimos. ¿Quién gana la Copa América de la corrupción? Es director del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona.

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