Nicolo Randazzo, de 91 años, tiene un récord laboral difícil de igualar entre los colegas del rubro: hace 83 años ininterrumpidos que corta el pelo a la gente.
El simpático peluquero de la calle Cobos al 700, de Dorrego (Guaymallén) defiende su marca con una sencilla cuenta matemática. “A los 8 años -explica- me subía a un banquito a enjabonar y pasarles la brocha a los clientes de mi hermano mayor, José, en nuestro pueblo natal, Caltagirone, provincia de Catania, Sicilia”, recuerda.
Hoy, más de 80 años después de esos pininos laborales de aprendiz en la Italia fascista de Benito Mussolini, sigue en plena actividad.
“Es una tradición que no puedo abandonar, me he acostumbrado y además me siento bien, un poco sordo nada más. Muchos de mis viejos clientes han muerto y he tenido el honor de atender a integrantes de cuatro generaciones de habitantes de este suelo”, comenta junto a su único hijo, el ingeniero agrónomo Carmelo Randazzo (62), fruto del matrimonio con su antigua novia italiana, Conchetina Zanti, fallecida en 2010.
Los recuerdos del país penínsular antes de la Segunda Guerra Mundial, son dolorosos. “No había trabajo, se pasaba hambre y penurias, a pesar de que en casa, mi papá se ganaba la vida como comisionista de cereales. Éramos siete: mis padres, cuatro hermanos y un sobrino”, detalla.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el hombre estuvo a punto de ser enlistado en la Marina nacional, pero al ocupar los aliados su país, en 1943, el traje de marinero raso quedó guardado, y él no se embarcó.
El simpático personaje siguió en el “salón” de José hasta 1949, cuando con 25 años ya había alcanzado la condición de oficial en el escalafón del gremio, pero la situación no mejoraba y muchos compatriotas “se venían” para América. Primero fue su hermano José y luego su cuñada y dos sobrinos chicos (Carmelo y Nicola, hoy también peluqueros en nuestra ciudad), los que también emigraron.
Y detrás lo hizo Nicolo: “Llegué en 1951 al puerto de Buenos Aires, y en el mismo puerto me pasó una de las cosas insólitas de mi existencia. Un paisano, que había ido al muelle porque se había enterado que llegaba un buque con italianos, fue a ver si conocía a algún compatriota. Era un cliente que me descubrió entre los recién llegados, al grito de ¡Nicolino, Nicolino! (como también lo llamaban en el terruño)”.
Primeras palabras
Semanas más tarde, el barbero viajó a Mendoza, donde tenía el techo familiar para cobijarse, en la 4ª Sección, pero había que trabajar.
Las primeras palabras que aprendió en español fueron ‘¿Necesita oficial peluquero?’, que era la forma de presentarse ante posibles empleadores. Esa oportunidad se la dio un catalán, Gonzalo Díaz, que tenía agencia de lotería y barbería en avenida San Martín, frente a Entre Ríos.
Su segunda chance se produjo en el ‘52, de la mano de otro español, un señor Soto, con comercio en Arístides Villanueva y Belgrano.
Por entonces ya convivía con su esposa, Conchetina, quien había quedado viuda de un combatiente de la Gran Guerra, y con quien había tenido un vástago, Vito Papa, también peluquero y considerado como un hijo propio por el siciliano. Fue además uno de sus primeros alumnos en el oficio.
El diligente inmigrante abrió su primer negocio en 1954, en Paso de los Andes 1.170, en la cochera de su casa, a dos cuadras de los portones del Parque, dirección en la que se mantuvo activo durante 36 años, hasta jubilarse en 1990. En esta ubicación tuvo clientes muy conocidos, como los Nazar, tres generaciones de la familia Trovato (frigorífico) y los agricultores Alguacil.
Luego se mudó al destino donde aún permanece, Cobos al 700 de Dorrego. Allí, inauguró su segunda peluquería propia, que equipó con dos sillones, uno de los cuales todavía conserva para la tarea diaria, un legendario Scap, probablemente de fabricación norteamericana.
Un orgullo de este hombre es que tiene seguidores a los cuales podría jubilar, porque hace 60 años que atiende sus cabellos, como "Tito" Jopia, cerrajero de la calle Colón y muchos más.
El Ministerio del Interior argentino y el Consulado de Italia en Mendoza, lo han premiado. La cartera nacional le entregó en 2009 un diploma con una leyenda que reconoce “su valioso aporte al crecimiento del país”.
“La mejor parte de mi vida la viví en Argentina, un paraíso; la pobre Italia que dejé, a la que quiero mucho también, era un ‘inferno’ cuando tuve que dejarla”, cerró
En primera persona
-¿Se adaptó a los cambios de moda en cortes y peinado?
-Creo que sí, porque en caso contrario tendría que haber cerrado. Fui “barbetero”, ensayé cortes a la navaja, aunque mi estilo es, antes que nada, artesanal, con tijera y peine.
-¿Por qué siguió trabajando?
-Es una terapia para no envejecer. Dialogando y leyendo se aprende mucho. Es decir, hablar con el que entra a cortarse, y leer mientras no hay demanda. Uno logra tranquilidad, equilibrio. Claro que ahora hago menos horario.
-Se sabe que los peluqueros son muy conversadores y baste como ejemplo el sketch de Fidel Pintos en "Operación Ja Já"…
-Es verdad, pero una vez un alemán, ejecutivo de una empresa importante, me paró en seco cuando le pregunté cómo quería que le cortara. ‘En silencio, don Nicolo’, me indicó el germano.
-¿Y usted dónde se atiende?
-Con un coterráneo un poco menor, Antonino Malicia (84), peluquero de niños y bebés. Nos cortamos mutuamente el pelo.