Cada vez que se habla del deporte de Mendoza como referente, invariablemente vienen a la memoria algunos personajes inevitables como Pascualito Pérez (el primer campeón mundial que tuvo la Argentina y medallista de oro de los Juegos de Londres en 1948), Víctor Legrotaglie (figura emblemática de aquel "y toque Lobo, toque...", de los viejos Nacionales de fútbol con Gimnasia y Esgrima), Eusebio Guiñez (memorable maratonista que terminó quinto en Londres en 1948), el Negro Contreras (ciclista extraordinario si los hubo, apodado el Cóndor de América por sus proezas en los Cruces de los Andes), Hugo Pastor Corro (campeón mundial mediano de boxeo), Cirilo Mémoli ( gloria Azul, "rival" acérrimo de aquel "toque Lobo, toque") y tantos otros que los más memoriosos podrían llegar a enumerar.
Pero sin dudas cuando se habla de ídolos de Mendoza y trayectoria deportiva, en tan solo un instante se abre en la memoria colectiva sus fintas, sus amagues, su calidad técnica y esa imagen caricaturesca que lo transformó en ídolo y máximo referente, no sólo de nuestro boxeo sino también de nuestro deporte; su nombre: Nicolino Locche. Apodo: El Intocable o El Chaplin del Ring.
Fue campeón mundial welter junior (superligero) de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB)
Es inevitable no mencionarlo. Es que vaya a saber uno de qué mapa estelar o lejanía llegó para dejarnos ese precioso legado, ese don hecho arte en ese incendiado mundo boxístico donde todo es pegar.
Nicolino fue un atípico e hizo del arte de la defensa su mejor ataque. Como dicen algunos, humanizó esta disciplina que muchos no consideran deporte.
De él nació y se popularizó la famosa frase: "La escuela mendocina de boxeo, el arte de la defensa". Estilo que sin dudas Locche terminó depurando. Antes hubo otros exponentes mendocinos que pasearon el estilo por el país, pero Nicolino era distinto.
Esa figura endeble, casi caricaturesca e inofensiva que solía divertir a las mujeres y los hombres en el ring side, generaba fastidio en sus rivales y enternecía con sus reflejos en esos escenarios.
Instintivamente hacía alarde de su cintura y ese privilegiado visteo bajando su guardia y exponiendo su rostro a los golpes, que milimétricamente esquivaba frente al ?ooole, ooole' que bajaba de la tribuna. Sí, era un torero.
Su genialidad divertía, pero también despertaba admiración boxística porque técnicamente era un dotado. Sus presentaciones en el Luna Park lo convirtieron en una celebridad de la noche porteña.
Así nació el mito de Nicolino, un boxeador con tanta calma que solía dormir durante un largo rato en el camarín antes de subir al ring e incluso lo hizo aquella noche del 12 de diciembre de 1968 en Tokio, Japón, cuando logró el título mundial al derrotar por abandono en el décimo round a Paul Fuji. Tenía 29 años y nadie apostaba a una victoria de Locche porque no era pegador, él daba guantazos. Guantazos con los que hizo crecer su leyenda intocable. El boxeo mendocino, si bien ya tenía una reputación valiosa con nombres como, Gil o Pérez, fue enaltecido por Locche con su exquisito andar en el cuadrilátero .
Hoy, mirar una pelea de Nicolino es observar un libro abierto de la más depurada técnica. Fue un inspirador del boxeo cubano y otras escuelas e incluso Sergio "Maravilla" Martínez (campeón mundial mediano CMB) es un declarado admirador, tanto que baja la guardia "a lo Locche".
La escuela mendocina de boxeo tuvo un antes y un después de él. Rodolfo Braceli lo admiraba y sobre él escribió una frase que lo describe fielmente: "Lo tiraron a los leones y no los mató ni se dejó comer: se puso a conversar con ellos".
