"En el inolvidable despertar del jueves 12 de diciembre de 1968 se escuchó temprano como un clarín de victoria la tradicional sirena del diario Los Andes que se hizo oír en el mismo momento que la transmisión radial anunció el triunfo de Nicolino Locche por KO en el décimo round y su consagración como nuevo campeón mundial.
Resultó un sonido imborrable, estremecedor, que se esperaba sólo en caso de victoria y que penetró el alma de los cientos de mendocinos que desde las 8 de la mañana hacían guardia frente a las pizarras del matutino, las que se modificaban de un modo permanente, con la síntesis del comentario de cada vuelta. El clima era de esperanza por la marcha de los cómputos de las tarjetas", comenzaba la nota que celebraba los 40 años de aquella hazaña.
Entonces, empezaba a forjarse la leyenda del Intocable: "La respuesta fue inmediata y partió de los automóviles y motocicletas que recorrían a paso de hombre la avenida San Martín y que empezaron a hacer sonar sus bocinas de manera estridente. Gente que no se conocía, que no se había visto en su vida, se abrazaba frente a Los Andes, mientras que aquellos que caminaban con las pequeñas portátiles de esa época se seguían emocionando con el vibrante final del relato de Osvaldo Cafarelli y Ernesto Cherquis Bialo, que se repetía una y otra vez".
A partir de allí, no sólo los amantes del boxeo comenzaron a poblar ese indiscutido templo del pugilismo sudamericano llamado Luna Park, sino que escritores, periodistas, deportistas, políticos, artistas comenzaron a hacer cola para ver a ese mendocino llamado Nicolino Locche, que deslumbraba con su exquisito arte de no dejarse pegar.
Una técnica que confirma aquello de que no hay mejor ataque que una buena defensa.
Popularizó la actividad a tal punto que siempre se jactó de ello diciendo: "A mí me iban a ver familias enteras".