Nicolino: Cornisa de la alegría

El periodista y escritor mendocino Rodolfo Braceli le dedicó a Locche un capítulo de su libro “Argentinos en la Cornisa” (editado en 1998). Un relato imperdible que siempre es bueno volver a leer.

Nicolino: Cornisa de la alegría

Hace tiempo ya un pibe de unos diez años estaba jugando a la orilla de una correntada, en la montaña mendocina. De pronto, el agua lo alzó y lo arrancó de cuajo. Y se lo llevaba.

Un hombre casual extendió su cuerpo, el brazo, la mano, y recuperó al pibe para la vida. Ese mismo hombre, años después fue arrastrado por la misma correntada. Sin retorno. El hombre aquel no tiene, hoy, nombre; cosas de la memoria. El pibe aquel sí tiene nombre: Nicolino. Nicolino Felipe Locche.

El hecho huele a anécdota, para leyenda de entrecasa. Pero sucedió. Y en cuanto uno lo repiensa: ¡todo lo que salvó aquel hombre! Salvó en primer lugar una vida. ¿Pero la vida de quién? La vida de un boxeador más que único aquí en la Tierra. Un boxeador en esencia torero.

Un torero que prefería no matar a sus toros extenuados. Un humorista en la zona tan terrible, siempre álgida de los cuadriláteros. Un gran cachafaz. Una especie de encarnación de Chaplin. O de Zorba, el griego. Un doctor en picardías. En fin, un poeta, que en el ring lo era porque no lo sabía.

Y además, un panadero. Sólo como detalle, y no el más importante, recordemos que este boxeador llegó a campeón mundial en diciembre de 1968, en Tokio, al vencer a Paul Fujy, fiera temible que primero abandonó la pelea y después abandonó, para siempre, el boxeo.

Vamos desmenuzar, dentro de lo posible, este fenómeno llamado Nicolino, que rompió el molde. Y que rompió la máquina de hacer moldes.

El panadero

Seguro que, tras esta catarata de adjetivos, de todos estos rótulos uno de los que más intriga es el último. ¿Panadero? ¿Panadero de qué? Panadero de la alegría, de la risa, milagroso panadero, capaz, con un gesto, con una finta, con una guiñada, con otro amague, de desatar la multiplicación de miles de risas. Desde el ring, ese sitio siempre crucial donde la risa jamás tuvo nada que hacer, porque allí impera la crispación, la furia, la sangre, la conmoción cerebral.

Nicolino, un transgresor que no sabe siquiera lo que significa la palabra transgresión, instaló su panadería en un ring, lugar en el que entran dos tipos dispuestos a liquidarse, un árbitro que legaliza la destrucción y un reglamento que desde siempre premia al que es más eficaz en la cruenta aniquilación. Allí daba su pan.

El boxeo es una actividad que explicita, sin hipocresías, el afán de competencia feroz materializado en la destrucción del otro; actividad que impera en esta sociedad nuestra sí misma calificada como civilizada.

Nicolino transgredió, justamente en el boxeo, esas normas que premian sólo la destrucción, normas que tanto se parecen a las que rigen en el forcejeo impiadoso y desesperado del mundo en el que vivimos. Insolente, atrevido, impertinente, irresponsable, inconsciente quizá, se alzó de hombros y fue a ponerse la panadería, justamente, allí, Nicolino, en el centro del ojo del volcán.

Con los leones

La sangre en público produce placer, goce. A veces nos tapamos la cara, pero seguimos mirando por entre las rendijas de los dedos. La apetencia de sangre, a lo largo de la historia, fue calmada de distintas maneras. Allá lejos se calmó con gladiadores y leones, con emperadores que subían o bajaban el pulgar ante el delirio entusiasmado de miles de espectadores.

Ahora la sed se calma, por ejemplo, en los estadios de boxeo. Nicolino abolió las normas de este espectáculo que alcanza su excelencia cuándo más sangre tiene. Al principio recibía monedas y abucheos, después hizo al público y al espectáculo mismo a su imagen y semejanza. La vida lo arrojó al cuadrilátero como un inocente gladiador. Y no perdió su inocencia. Hizo estragos con su inocencia. Estragos, pero prescindiendo de la sangre.

Consumó la paradoja de hacer estragos reconfortantes.
Arrojado a los leones no se dejó devorar por ellos. Pero tampoco los mató. Para qué -decía como al descuido-, si los leones son gente como yo. Si muere un león la mamá sufre, si muero yo mi mamá sufre. Decía sin razonar el tamaño de sus palabras. Porque razonar no era su fuerte.

Sigamos: y si los leones no se devoraron a él y él no los mató, ¿qué hizo Nicolino con los leones?: se puso a conversar con ellos.
Y a los chicos del siglo esto les apetece mucho más que los discursos sobre la no violencia. Y a los viejitos, y a las mujeres, y a los hombres malos, urgidos por la urgencia, por supuesto que también, porque los hombres malos no son tan malos si uno los hace reír. (Esto también la dijo alguna vez Nicolino, sin darse cuenta, naturalmente.)

Así es (así era) que este gran burlador de ciertas exitosas normas del mundo y del boxeo, ganaba sin pegar, o pegando cuando no tenía más remedio. Ganaba, no por puntos, no por nocaut; ganaba por algo nuevo: por convencimiento, por persuasión. Sus rivales quedaban exhaustos de tanto y tanto no poder pegarle.

Muchas veces lo hizo: cuando fue a buscar el título mundial a Tokio y cuando defendió el título en el Luna Park con un colombiano colosal, Antonio Cervantes. Bajó la red de sus brazos durante una eternidad de segundos: esquives y nada más que esquives a rostro descubierto, peinando su cabello escaso; esquives acompañados de guiñadas a los fotógrafos, a algún señor notable o a alguna señorita despampanante. Así, poniendo toda su humanidad a disposición del otro y al compás de los olés y de las risas, doblegaba la furia que lo enfrentaba. Así, con artimañas dictadas por la pura picardía derrumbaba sin necesidad de tajear, ni de aplastar narices, ni de mortificar hígados o sesos.

¿Y cuáles son, cuáles eran (duele cambiar a pasado el tiempo del verbo) las claves de aquel curioso muchacho? Las claves eran, también, demoledoramente sencillas. Aunque lo sencillo no tiene prestigio a la hora del análisis, no importa. Aquí van:

Clave 1: la risa

Pregunta: ¿Por qué será que todos nos reímos tan poco, especialmente cuando ejercemos nuestros oficios? Éste, el de la risa, es un déficit no  sólo de los argentinos, también del siglo. En este fin de siglo la risa se compra y se consigue a fuerza de ir a buscarla en el chiste. Y el chiste no da alegría, da diversión. Nicolino, en la vida, se reía a borbotones. Como los adolescentes. Como los chicos. Y seguía riendo arriba del ring. Semejante risa, contagiosa y contagiante, lo desintoxicaba, le sacaba el hollín del alma y demás dependencias.

Nicolino reía cuando boxeaba, reía cuando pisaba la orilla más extrema de la cornisa. El hombre que no ríe mientras trabaja es medio hombre. Y por eso mismo el trabajo le resulta un trabajo, una esclavitud. Digámoslo redondamente: a Nicolino no le gustaba el trabajo, ni toleraba casi el sacrificio. Era vago. Pero esa misma vagancia le hizo encontrar, sobre el crucial ring, una manera de disolver la crueldad del boxeo mutándola en fiesta. Se valió de su risa inagotable. Siempre pésimamente entrenado inflaba de risa sus fuelles internos: y hacía la fiesta: deponía la sangre.

(Con el permiso del lector, de aquí en más seguiré hablando en tiempo presente.)

A todo esto: ¿Y su llanto? Es como su risa. Cuando llora, llora como un desatado, con el impudor de un niño. Naturalmente, éste es otro factor desintoxicante. Otra de sus claves para boxear como boxea, liberado de civilización.

Clave 2: el hambre

Nicolino, de chico, no vivió en la extrema pobreza, a la orilla del hambre. Su casa fue humilde, pero de mesa generosa. Sin embargo, siempre tiene hambre; no apetito: hambre. Verlo comer es un espectáculo tan saludable como verlo des-pelear. Cuando come se olvida de todo. Su irresponsabilidad no tiene frenos. A cuatro días de sus peleas siempre está excedido de peso, y a partir de entonces debe suspender todo y resignarse a tres o cuatro manzanas diarias. Siempre igual. Y ante la recriminación alzará los hombros y dirá: ¿Quién me quita lo comido?

Y llega el día de la pelea, famélico. Pasado el pesaje matinal, hay que verlo cómo festeja sus tres días de ayuno: pollo, mejillones, pastas, empanadas. De nada se priva. Ni se acuerda de la pelea de la noche, sea con quien sea. Por eso, cuando sube al ring, sube demasiado bien comido, es decir, no en inmejorables condiciones físicas pero sí en inmejorables condiciones anímicas, -psicosomáticas, como diría algún comentarista pretencioso-.

Recuerdo la pelea alucinante que hizo con Joe Brown, un pugilista norteamericano notable que, impotente, en pleno fragor de la pelea, se detuvo y simuló un aplauso. Esa noche Nicolino recibió una ovación que no cesaba. Iba al centro del ring, agradecía y se volvía. Su maestro, don Paco Bermúdez, enojado, lo empujaba otra vez al centro del ring: Vaya, disfrute del público. Nicolino iba, saludaba y rápido se volvía. No había caso, la ovación continuaba, atravesaba los minutos. Más tarde, después de la ducha, le pregunté que sintió, qué pensaba en semejante momento. Y me contestó su pura verdad: en las pastas pensaba: en las pastas que me voy a comer enseguida.

Clave 3: dormir

Nicolino, cuando se acuesta a dormir duerme. Al instante, como un pajarito, como un bebé luego de la gran mamadera. O como un irresponsable, si se quiere. Esta clave sintetiza a todas las demás. Él siempre lo dice y su madre lo atestigua. Es posible que haya pasado más de la mitad de su vida durmiendo. Duerme cuando tiene ganas.

Y tiene ganas casi siempre. Todo el mundo lo sabe: en la tarde de su pelea con Paul Fuji, en Japón, los que lo rodeaban estaban descompuestos por el miedo. Nicolino durmió una siesta de tres horas; hubo que despertarlo para ir a la pelea. Esto sucedió siempre, y Nicolino no modificó su costumbre en el día de su pelea más trascendente. Claro, una vez despierto, sus cada vez más increíbles reflejos funcionaron como para que todo el mundo se enterara.

Pero esto no es todo: en los camarines del estadio, un rato antes de la pelea, ya masajeado, con el vendaje, se acostó sobre la mesa de madera. Don Paco Bermúdez le puso una toalla sobre los ojos para que su vista descansara de los tubos fluorescentes. Al minuto escuchó un creciente serrucho. Locche se había quedado dormido. Un rato después subiría al ring para des-pelear por el título mundial.

Él mismo cuenta: ¡Las nochebuenas que me habré perdido! Me acostaba a la tardecita y cuando me despertaba ya era el otro día y sólo quedaba un poquito de Navidad. Su madre no lo desmiente: Durante muchos años el Nico se despertaba a la una y media de la tarde. Yo le llevaba la comida a la cama. No terminaba de comer que ya empezaba a dormir la siesta hasta las cinco de la tarde. A esa hora se levantaba y se iba al gimnasio Mocoroa, a entrenarse.

Dos cosas: un tipo que duerme así no gozaría del aprecio de Domingo Faustino Sarmiento. Es, sin vueltas, un zángano, un inútil. Pero, a los fines de explicar las claves de Locche: un tipo que duerme así tiene nervios que son nervios y no resortes compulsivos.

Tiene toda la adrenalina a favor. Alguien que duerme así es mucho más probable que utilice sus labios no para dibujar un insulto o un salivazo sino para hacer un beso, una sonrisa, un silbidito. Claro, con un silbidito no se le devuelve al planeta lo que el planeta da. Pero, tal vez, lo que Nicolino no le devolvió al planeta en trabajo se lo devolvió, desde su inocente irresponsabilidad, en alegría allí donde la alegría nunca entraba. Nicolino no habló de la paz. Sin proponérselo, la hizo.

Clave 4: el Zorba

Zorba, el griego, así en la novela como en la película, era un tipo fascinante. Vivía el sufrimiento y la alegría de cuerpo entero. Su don era ése: capacidad para arrojarse a vivir el momento, para exprimir el instante. Presagios y nostalgias no tenían sitio en él. Nicolino es como aquel Zorba. Vive entregado al minuto que tiene ahí, a este minuto. Vive como muchos no nos animamos, o no podemos, o no sabemos.

Ésa es su gracia y su desgracia: es un hippie en el primer sentido de la palabra. Naturalmente, su irreparable vitalidad supone, dentro de los sistemas contables de nuestro mundo, carencias, riesgos, amenazas. Porque nuestro personaje, ya abuelo, continúa carente de sentido del tiempo, del dinero y hasta de las especulaciones que manda el famoso instinto de la conservación. Es el precio de cierta forma de libertad. Nicolino está expuesto a todos los peligros de la vida organizada. Ganó y perdió fortunas. Mientras tanto, vive. Y eso, aunque no se usa, es bueno. Todo nos explica su manera de estar en el terrible ring: no era medio loco, era enteramente loco.

Clave 5: el ganismo

Las palabras ganar y ganas no sé si tienen alguna raíz común. Nicolino es un ganador, y no porque persiga el éxito sino porque todo lo hace con el combustible exclusivo de sus ganas. Como buen Zorba, él hace siempre lo que le antoja. Ganista, Nicolino dependió siempre exclusivamente de ellas, sus ganas. Y porque hace sólo lo que sus ganas le dictan ha convertido a su terrible oficio en algo apto para niños, y para todo público. A él le dio la gana jugar donde no se juega: jugó a que peleaba. Hizo fiesta en vez de sangre.

Clave 6: la picardía

Nicolino es un pícaro. La picardía, más de niño que de adulto, es su modo de ser. Pero no la usa para la usurpación sino para prescindir del esfuerzo y de la rudeza. En el ring, a medida que pasan los años, fue invirtiendo menos músculo y más picardía. Por ejemplo, cuando en medio de plena pelea hace gestos hacia el ring side, o se peina, no acumula puntos en las tarjetas, no destroza a su rival.

En apariencia no. Pero sí. porque el público estalla en el delirio de la carcajada, y él, con la complicidad de diecisiete mil personas ata invisiblemente a su rival (lo de rival también es un decir), lo ata y lo envuelve y en fin... ¿para qué pegarle, para que descoserlo a trompadas si lo tiene atado? A un hombre atado no se le pega; Nicolino no haría algo semejante.

Clave 7: las cábalas

Aunque parezca mentira, Nicolino carece de cábalas. Esto significa que no tiene complejos, ni miedos, ni mucho menos ese sentido de la responsabilidad que, a veces, ahoga y extenúa a quienes lo tienen en exceso. Pero el pícaro Nicolino una vez se inventó una cábala. Cuando se preparaba para las grandes peleas en el Luna todas las mañanas salía a correr con un profesor, exclusivamente encargado de custodiarlo para evitar sus fugas y holganzas.

En la mañana del penúltimo día previo a una defensa del título mundial, Nicolino volvió silbando. Don Paco Bermúdez le preguntó al profesor-custodio: ¿Corrió los cuatro kilómetros esta mañana Nicolino? El profesor, angelical, le respondió: Hoy Nicolino salió pero no corrió. Me dijo que él no corre los días previos a su pelea, por cábala.

Único: no se entrenaba por cábala. Vago sin redención. También estas ocurrencias explican su singular comportamiento sobre tempestuosos cuadriláteros. Viene al caso: alguna vez le inventaron un cargo de asesor de deportes en la Municipalidad de Buenos Aires. En conferencia de prensa le preguntaron qué consejo tenía para darle a la juventud. Dijo sin pestañear: A los jóvenes les digo que no hagan nada de lo que yo hice. Que no sigan mi ejemplo.

Clave 8: el humorista

Nicolino es un humorista en estado salvaje. En cuando camina su humor florece. Imposible no asociarlo con Chaplin. La primera comparación surge ahí, con su caminada. Pero hay otra semejanza, mucho más profunda que tiene que ver con su mecanismo psicológico. Chaplin, en sus ficciones siempre destrozaba a sus enormes rivales, pero no con la fuerza física sino con la de su ingenio. Carlitos se agachaba y las trompadas de los hombres malos y grandotes se estrellaban contra la pared. Carlitos abría una puerta y los hombres malos y grandotes pasaban de largo. Al final, Carlitos salía siempre triunfante. Nicolino, en los rings hace lo mismo que hacía Carlitos. Ni más ni menos. Puede hacerlo porque come, porque ríe, porque bebe, porque sustituye las fatigas del gimnasio con una alegría demoledora, porque cuando se acuesta a dormir duerme como un bebé de pecho.

Clave 9: el nacimiento

Casi se nos olvida: Nicolino boxea como boxea porque, como Maradona, nació a este mundo. Capaz de lo imposible, difícilmente hubiera conseguido lo que consiguió si no hubiera nacido. Difícilmente.

A los 7 años por primera vez se vistió de boxeador. Y ya era el que iba a ser: ahí está la foto: la misma postura, una levísima sonrisa más poderosa que sus puños en posición.

Algún día será recuerdo lejano, nuestro Nicolino. ¿Cómo convencer a alguien de que Nicolino hacía lo que hacía sobre el ring? Seguro nos dirán que un tipo así no nació. Y será en vano que recontrajuremos que sí.
Eso es lo malo que tiene Nicolino: que es increíble.

Clave 10: más de un ángel

Pero hay que encontrarle alguna explicación a lo increíble. ¿En qué consiste la invulnerabilidad en el ring del Intocable Nicolino? Todas las claves nos explican algo, pero resultan insuficientes. Algunas abuelas sabias de la comarca del sol y las uvas y el vino profundo sostienen, bajito lo dicen, que Nicolino no tiene un ángel de la guarda, tiene una pandilla de ángeles. Cada ángel cumple su función: uno lo salva de las correntadas; otro, de los accidentes de automóvil...

Pero hay uno más, aseguran las viejas: es un ángel decisivo, y siempre le avisa del golpe que viene por él. Nicolino, que no es zonzo, se agacha, y en vez de trompadas devastadoras recibe de sus encarnizados enemigos un airecito, un vientecito: la furia sigue de largo, nunca lo alcanza.

Después de consumada su faena sin banderillas, el televisor la reproducirá para toda la familia: las mujeres dejarán de cocinar para verlo, las abuelas de tejer, los abuelos de rezongar por la humillante jubilación, y los chicos... los chicos verán a uno de los suyos y estarán rebosantes de alegría porque la vida, la hermosa vida, la peligrosa vida, continúa.

Los Andes y su coronación mundial

Ese jueves 12 de diciembre de 1968 fue una de las últimas veces que Mendoza escuchó la sirena de Diario Los Andes. Locche se había coronado campeón mundial y la provincia estaba de fiesta.

En la edición del viernes 13, más de media tapa y la página 2 completa fueron dedicadas a la noticia que conmocionó al mundo y que le daba a ese boxeador excepcional, a ese artista del ring, el lugar que se merecía.

Otro diario que le dio una cobertura increíble al acontecimiento fue el Andino, diario de la tarde que ese mismo 12 de diciembre hizo un suplemento especial sobre la consagración y contó cómo se vivió la pelea en la casa de la mamá de Nico y en el domicilio de Don Paco. Además de hacer una crónica de la fiesta que hubo en el Centro mendocino.

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