“La explicación” es una nueva versión de la novela escrita por el psicoanalista y escritor Nicolás Peyceré (1923), aparecida originalmente hace tres décadas. Un libro cuyo flujo narrativo -su exuberancia descriptiva a través de una sintaxis enrarecida- se muestra a sí mismo como artificio. La reconstrucción puntual del pasado de una voz que imagina recordar.
La prosa crepuscular de Peyceré parece ser el resultado de una maceración, donde los objetos adquieren una nueva resignificación. Una operatoria lejanamente vinculable con el nuevo objetivismo francés de la ‘nouveau roman’, donde acaso la imaginación sabotea al recuerdo, o viceversa. Es un autor que lo sacrifica todo al verosímil del artificio, fundando otra realidad. Estamos ante un creador que no busca interpretar aspectos de la naturaleza. Plena de elipsis, su creatividad radica, no en la interpretación, sino en su propia expresión. Las suyas, son otras realidades.
Admirado por una cultivada minoría, a sus 93 años Peyceré es uno de los últimos escritores argentinos de culto. Publicó, entre otros, los libros de poesía Almotamid (1963) y Sísara y Juan (1969); el ensayo semántico filosófico Additamenta (1995); y las novelas “Las muchachas sudamericanas” (2001) y “Los días sentimentales” (2005). También escribió los artículos “La redundancia”, “La novela de la mirada”, “Encuentro” y “Las doce reinas”, que aparecieron en revistas literarias y de psicoanálisis.
- La primera versión de "La explicación" apareció en 1986, ¿por qué otra versión?
- Era un libro que me gustaba y resolví hacer esta segunda edición. Nada igual se escribió en la Argentina.
- Es un estilo que recuerda a ciertas modulaciones alcanzadas por Juan Rulfo. Una prosa compleja, altamente trabajada.
-Sí, es uno de los pocos escritores varones que me gusta mucho, es el autor de “Pedro Páramo”, que en pocos años hizo 7 ediciones de su exquisita novela.
- ¿Recuerda las circunstancias que lo llevaron a querer escribir este libro?
- Durante los años cincuenta y otros años más tardíos, murieron los dos hombres de mi familia que quería: mi padre y mi hermano, ambos a los 60 años. Y oscurecieron mi alegría.
- La narración casi no presenta diálogos sino, más bien, la exploración de una voz profundamente introspectiva.
- Por entonces había leído a Joyce y a Rimbaud. De Joyce me entusiasmaron sus versos y el monólogo de Molly Bloom. De Rimbaud “Illumination”, donde él escribe verdaderos versos en prosa y separado por fracturas. Entonces escribí con lo que me parecía la elegancia de Joyce y la intensa prosa de su poesía.
- El texto está intercalado con ilustraciones de su autoría.
- Sí, los dibujos de mis libros son esquemas hechos con lápiz y que ilustran buena parte de ellos. Hay también poemas en inglés.
- Hay en esta obra, antes que ninguna otra cosa, una escritura fragmentaria, regular, discontinua. ¿Se trató, con ello, de retratar formalmente la lógica del recuerdo?
- Como le decía, esos autores, Joyce y Rimbaud, me llevaron a escribir un poema de 84 estancias que empiezan con la palabra “Los cuentos de un amor, como Schlaraffenland...”, término alemán que significa “jauja”.
- ¿Se puede explicar este libro en términos argumentativos?
- Es la escritura de un hombre acerca de una mujer explicado continuamente, fracturado y con metáforas liberadas. Empezó alegre y terminó triste, porque llevaba la tristeza de los hombres de mi familia.
- ¿Sus familiares muertos?
-Sí.
- El desplazamiento físico se adivina también muy sutilmente. Sin embargo el verdadero espacio pareciera ser -paradójicamente- el tiempo fundido en el cuerpo de una mujer.
-La historia de mi mujer creció hasta la figura de una Astarté Siríaca. Los últimos años, sobre todo a partir del 2000, mi escritura gira intensamente alrededor de las mujeres. Eso significó que todas mis novelas: “Las muchachas sudamericanas” y “Los días sentimentales” hablan con gran intensidad de historias de mujeres.
- "Los días sentimentales", cronológicamente su última novela, ¿es su obra más personal?
-Aquella es una novela que tiene elementos de mi niñez.
- ¿Actualmente lee poesía?, ¿qué influencia tuvoen su obra narrativa?
- En los años ‘60 escribí versos simples. Recuerdo que entonces me gustaba leer a Severo Sarduy.
- A su edad, ¿que es lo que más disfruta de la literatura?
- Los relatos de Claire Keegan, o una nueva novela de Fleur Jaeggy. O estarse leyendo el último poema de Sylvie Plath. O el poema “El milagro del desayuno” de Elizabeth Bishop. O los poemas de Heather Thomas. Leer a Elfriede Jelinek. Y las novelas de Christa Wolf. Volver a “Personajes en la sala”, de Norah Lange. ¿Cómo no leer a la vikinga Norah Lange?
- ¡Son todas mujeres, Nicolás!
- La verdad es que me aburren en general los escritores hombres. Creo que la literatura femenina en este momento tiene un resurgimiento, y que es útil leerla para modernizar la escritura de uno.
- ¿Qué recuerdos de mujeres famosas le vienen a la memoria?
- Me agrada ver los cuerpos en revistas de modas. Y la fotografía de Jeanne Moreau en los años ‘60. Y el retrato de Lilian Gish con sombrero redondo…