Cuando sucedía un percance político y la realidad se topaba con el relato, contradiciéndolo, Lenin -el principal jefe de la revolución soviética- tenía una consigna: “Un paso adelante, dos pasos atrás”. Un análisis coherente según el cual el dirigente sostenía que si la teoría no era capaz de interpretar bien el movimiento de los hechos, había que optar por los hechos y retroceder más de lo que se avanzaba hasta recuperar la relación entre las palabras y las cosas.
Hugo Chávez, en una versión infantilista de la tesis bolchevique de Lenin, se creyó superador del comunista ruso cuando dijo que la consigna que él siempre sostenía en esos casos era “dos pasos adelante, un paso atrás”. Con lo cual estaba afirmando que ni aún cuando sus tesis contradijeran a la realidad había que barajar y dar de nuevo sino seguir adelante como si tal cosa, aunque eso sí, un poco más despacio, dando algún que otro pasito atrás pero sin dejar de lado la ofensiva revolucionaria.
Cristina Fernández de Kirchner, aún más extrema, además de creerse superior a Lenin (y en general a todo el mundo) se vio siempre como la heredera de Hugo Chávez, por lo cual busca continuarlo superándolo, por eso su hipótesis es siempre la misma: “No retroceder jamás ni un solo paso”, ni en las buenas ni en las malas.
Su peculiar teoría, aplicada en la totalidad de su accionar, siempre y en todo lugar, es que cuando el relato se contradice con la realidad hay que multiplicar la fuerza del relato en esa misma dirección hasta que éste logre derrotar a aquélla. Nunca nadie tuvo tanta fe en el poder de las palabras para exorcizar las cosas. Para Ella, si hay un error en cualquiera de sus afirmaciones no es porque éstas estén equivocadas sino porque no fueron profundizadas debidamente. Entonces de lo que se trata es de insistir en el supuesto error hasta que deje de serlo, precisamente por la insistencia en él. Con esta lógica, mientras más grave sea el error, más es preciso reiterarlo para convertirlo en verdad.
En el caso Nisman, Cristina Fernández ha aplicado esa teoría más que nunca porque se trata, evidentemente, del caso más grave de toda su gestión, el que para cualquier persona con sentido común ameritaba seguir las instrucciones políticas de alguien que de esto sabía, como Lenin, pero ella eligió seguir y “mejorar” a Chávez.
Sin embargo, por más que crea estar aplicando una estrategia ofensiva con sus cartas tuiteras de lectora solapera de novelas policiales baratas o con sus cadenas nacionales surrealistas y autorreferenciales donde el mundo empieza y termina en ella siendo el resto meros aplaudidores o enemigos sin olvido ni perdón, lo cierto es que lo suyo es objetivamente defensivo. No va para adelante; quiere simplemente protegerse de lo que pueda pasarle más adelante. Pero lo hace a su manera, con la convicción irrenunciable de que la palabra error no existe en su vocabulario cuando se la debe aplicar a Ella misma.
Primero se dejó invadir por algún tipo de ambigüedad acerca de la muerte de Nisman, mientras no se decidía entre un suicidio debido a que el fiscal decidió matarse por vergüenza ante la ingravidez de su denuncia, o un asesinato por parte de los que le escribieron el informe. Por eso en su primera carta dejó correr ambas teorías haciendo que sus súbditos intentaran imponer la del suicidio para que, en el caso de no instalarse en la opinión pública, ella pudiera dar su hipótesis de los móviles y culpables del asesinato.
Algo que empezó a hacer en su segunda carta, donde insinuó que el asesino era Stiusso, el ex-jefe de la recontrainteligencia argentina, invariablemente asistido por el directorio general de Kaos, vale decir el grupo Clarín. Pero aún la conexión entre los criminales no estaba debidamente aceitada.
Ya en su primera cadena nacional, a principios de esta semana, las pesquisas presidenciales habían profundizado la pista inicial a niveles mucho más concretos e impresionantes. Ahora parece que el asesino colocado por Stiusso para matar a Nisman fue un técnico informático llamado Lagomarsino (de “íntima” relación con el fiscal, chicanea Ella) que fue enviado a tan crucial misión por ser hermano de un hombre que trabaja en un estudio jurídico que trabaja con Clarín. Con esto, todas las presunciones cristinistas quedaban debidamente comprobadas. Todo tenía que ver con todo.
Sin embargo, como el escándalo frente al magnicidio seguía creciendo en volumen y tensión, la presidenta dedujo que la sarta de culpables que ya había ofrecido con su inefable método detectivesco de no tener pruebas pero tampoco tener dudas, era insuficiente. Entonces -para cortar por lo sano- pidió por favor a todos los argentinos que, en el peor de los casos, nos matemos entre nosotros pero que nunca más permitamos -como en esta oportunidad- que las potencias extranjeras nos planten un muerto.
Porque en su última cadena nacional, sin dejar de ser culpables Stiusso, ni Lagomarsino ni Clarín, Cristina descubrió que se trataba de toda una trama internacional donde el mundo de los malos nos quiso tirar un muerto. Vaya a saber por qué razones que seguramente ella descubrirá y nos lo contará en su tercera cadena nacional, que ocurrirá luego de que vuelva de China, el imperio del que queremos ser parte integrante, como nuestros antepasados querían serlo del imperio británico.
Lo más seguro es que luego de haber conectado el supuesto crimen con la guerra en Oriente Medio, siga profundizando la pista: ¿No será que tantos protocolos con Irán, tantos besitos con Putin y tantos negocios con China habrán hecho que el Kaos imperial esté un poquito enojado con nosotros y nos hayan tirado un muerto adentro?
Ya que según la presidenta cualquiera, en particular Ella, tiene el derecho de decir cualquier cosa sobre cualquier cosa, es lógico que nosotros también caigamos en esa tentación de hablar al cuete.
Posdata pensante. La semana pasada, en esta misma columna, nos reímos (o condolimos) de Capitanich cuando dijo que la denuncia de Nisman era un intento de tapar la exitosa temporada veraniega. Pero ahora las cosas toman un nivel mucho más profundo cuando las mismas palabras las dice el secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, Ricardo Forster, quien también asegura que con la intempestiva aparición judicial de Nisman lo que se quiso es atacar la alegría del verano.
El filósofo Forster es un especimen extraño de intelectual K (¿o quizá no tanto?) que antes se la pasaba saliendo en todos los medios hasta que lo nombraron funcionario en un cargo idílico donde le pagan sólo para pensar. Pero desde entonces no pensó más, se dedicó a pasear por el país para cazar otros pensadores nacionales y, cuando sale de nuevo a la luz pública, lo hace para imitar a Capitanich en una de sus peores humoradas.
La verdad es que cada día se hace más difícil explicar que estamos haciendo la crónica de un país cuando ésta se parece tanto a un relato de la serie del Superagente 86. Lástima que -como tan bien explica Vargas Llosa- cuando se quiere trasladar la ficción a la realidad, lo único que se traslada de ella son sus aspectos monstruosos.