Ni tan conservador ni tan liberal

Los problemas que padecemos los argentinos solo pueden resolverse si los enfrentamos entre todos. Y estamos en tiempo de intentarlo.

Ni tan conservador ni tan liberal

Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes

Una ley trajo un debate necesario; primero llegó el enojo, la acusación a los que la votaron, luego las aguas se fueron calmando y surgió la ansiada convocatoria a un proyecto común. Demasiados supuestos analistas salieron a decir que era el comienzo de la carrera electoral.

Absurdo, si así hubiese sido estarían imaginando que los votos se los lleva el agresor. Para mi gusto, le erraron feo; la sociedad no espera otra cosa que pacificación, y eso le cabe al Gobierno y a la oposición, es un dato que los incluye a todos. Hay grupos que están convencidos de que convocar al caos es el camino hacia la justicia social. Y así cortan calles o invitan a sublevaciones que no suceden y no logran siquiera sembrar el miedo, y en consecuencia favorecen la paz.

Estos debates parlamentarios son importantes, implican una muestra de libertad que con los Kirchner fueron imposibles de visualizar.

Recordar que los diputados y senadores oficialistas no estaban autorizados a modificar ni una coma de los proyectos que enviaba el Ejecutivo nos remite a una decadencia que esperamos nunca más lastime a nuestra sociedad. Manejaban el parlamento mientras desarrollaban el engendro macabro de “justicia legítima”, una justicia vocacionalmente oficialista. Stalin fue su maestro, Fidel Castro, el último ladrillo del Muro de Berlín.

El Gobierno se enojó, no tuvo en cuenta que siendo minoría no tiene derecho a exigir que lo apoyen siempre. Tampoco se esmeran en dialogar con los que piensan distinto, tienen la permanente soberbia que lastima a todos los gobiernos que supimos conseguir. En semejante dogmatismo -el de sentirse dueños de las verdades- es difícil encontrar puntos de coincidencia. Eso sí, capaces de dar marcha atrás, primero creyeron que era hora de enfrentar a Massa, luego se dieron cuenta de que les estaba ganando la partida.

No discutíamos solo una ley, estaba en juego la forma de relacionarnos entre nosotros. Macri se puso duro, para mi gusto se equivocó al confundir autoridad con capricho. Y como siempre, o casi siempre, volvieron sobre sus pasos, convocaron a intentar una ley entre todos.

Me imagino que esperan las encuestas, las estudian y actúan en consecuencia. No los acuso, ese mal abarca hace tiempo a toda la dirigencia política. Dejan de ser conductores para terminar siendo conducidos.

Massa logró imponer su mayoría, pasajera; a nadie se le pasa por la cabeza que ese engendro de “la unidad del peronismo” pueda tener algún sentido. Los kirchneristas debieron ir detrás de los “traidores”, dejaron de ser poder y vanguardia iluminada para convertirse en apoyo de leyes ajenas. Y queda en claro que nadie los quiere en la foto; con el paso del tiempo se vuelven más pesados de arrastrar.

Hoy los votos se dividen en tres, Macri, Massa y Cristina. Y sin duda Cristina viene en caída, desde los desertores a las denuncias, todo parece que marca un final poco feliz para esa secta, por suerte, derrotada. Cristina tiene todavía muchos votos propios, pero cada vez son más los que espanta con su mera presencia.

Macri y Massa pueden ser un buen camino hacia un retorno al bipartidismo. El Gobierno ocupa sin duda el centro derecha, el espacio libre es el que Massa va ocupando junto a Stolbizer, el centro izquierda. También importa que se sumen los socialistas de Santa Fe. Hablar del peronismo ya implica poco o nada. Hay gobernadores cuya sola presencia puede hundir cualquier imagen partidaria. El peronismo vino con la Revolución Industrial a enfrentar al feudalismo, y algunos terminaron siendo la caricatura de aquel enemigo del pasado.

Macri no logra éxitos económicos, la discusión se va volviendo tediosa, entre la inflación y el endeudamiento pareciera que la espera de los “inversores” se torna absurda. Y los economistas, con sus recetas y sus dogmas al hombro. Y el mundo, esa supuesta globalización que de tanto ser anunciada parece que termina imponiendo un retorno a los proyectos nacionales. Los mercados, las grandes empresas comienzan a perder poder en sus sueños de terminar con las limitaciones nacionales.

En rigor, es una pulseada entre los Estados y los capitales, entre los gobiernos y las empresas. China y Rusia no tienen demasiado de “libre mercado”, en los Estados Unidos triunfaron los que opinan parecido, ya Inglaterra había marcado ese camino. Y en el supermercado de la esquina ofrecen choclo de Tailandia a menor precio que el nuestro. Algunos imaginan que todo gesto de decadencia se puede justificar con la globalización.

Terminamos el año discutiendo un impuesto como si en ese debate pudiéramos encontrar la salida a nuestra frustración. Un impuesto se volvió la causa o la solución de nuestros males. Un impuesto que nadie quiere, que todos cuestionan, pero que sigue vigente. Votó hasta el ex ministro que, cuando lo fue, ni se le ocurrió tocarlo. No hay cárcel por incoherencia, por suerte; si la hubiera acumularía sin duda el mayor número de detenidos.

El primer año con un gobierno conservador, no tan conservador como esperaban muchos de sus votantes, no tan liberal para satisfacer las ansias de ajuste de algunos economistas. Pienso que se apresuró demasiado en bajar algunas retenciones, que lo de la minería fue un error. Están demasiado convencidos de que las empresas son la locomotora del capitalismo. En nuestra realidad, ese papel de burguesía industrial lo ocupa hoy el campo; el resto, el comercio, y es un grave error permitir que se concentre en pocas manos.

Hay temas, como los piquetes, que debemos enfrentar entre todos. Los Kirchner nunca se ocuparon de hacerlo, hablaban de éxitos sociales con las calles cortadas. Es hora de superar esa forma de agredirnos a nosotros mismos, esa dolorosa manera de expresar el resentimiento.

Es absurdo que el Estado subvencione a quienes lo enfrentan. Hay espacio para resolver ese problema, para superarlo para siempre. Eso sí, solo será posible en el marco de la unidad nacional. Si seguimos devaluándonos entre nosotros nunca estaremos a la altura que exigen las circunstancias. Hay algo que nos están enseñando los problemas, solo es posible resolverlos si los enfrentamos entre todos. Y estamos en tiempo de intentarlo.

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