Se perdió sin dignidad, con la pilcha intachable, dejando en la historia de Gimnasia una de esas manchas que serán difíciles de borrar en el futuro inmediato. ¡Cuatro goles en un tiempo! Inexplicable. Claro que se podía perder, pero así no; de esta manera no se le puede permitir a nadie entregar el orgullo y el honor de una institución tan importante como Gimnasia.
Jugadores y cuerpo técnico debían de entender que esto es un clásico, el real superclásico mendocino, y se juega como tal, con el respeto que merece su rica historia. Debían entender que hay mucho más que tres puntos en juego. El hincha espera este partido como pocos, no duerme la noche anterior, vive la previa con una intensidad única. Y no puede permitírsele a nadie desprestigiar pergaminos.
Principalmente porque nada justifica la falta de actitud, de temperamento, de entrega. Absolutamente nada. Se puede jugar bien, mal, defender un poco mejor, perder la pelota o hasta convertir un gol en contra. Pero la actitud no se negocia y mucho menos en un clásico. En un clásico se traba con la cabeza, se agarra de la camiseta, vale el empujón con un poco más de vehemencia, se tira al piso para dejar el alma en cada pelota y hasta se permite y es lícito sacar ventaja con alguna picardía a espaldas del árbitro.
Todo es válido para ver arrodillado a tus pies al archirrival, a ese vecino con el que las gastadas y las chicanas están a flor de piel. ¿Y ahora quién pone la cara hoy en la oficina ante el compañero leproso? Ni Oga, ni Farías ni Carranza sufrirán las cargadas y mucho menos sufrirán al ver los afiches que ya invaden las redes sociales.
¡Cuatro goles en un tiempo! ¿Era Independiente Rivadavia o el Manchester City? No se podía entender cómo la Lepra, que había hecho veintidós goles en veintisiete partidos (uno de los tres peores promedios de goles a favor de la B Nacional) pudiese consumar tamaña goleada en sólo cuarenta y cinco minutos.
A Matías Alasia le cabeceaban dos veces en sus narices, Yair Marín (por lejos uno de los puntos más altos de Gimnasia en los últimos encuentros) habilitaba infantilmente a Gautier en la jugada del segundo gol e Imperiale lo anticipaba al ex Palmira con suma facilidad en el cuarto, para colmo al Mago Oga lo doblaban siempre en la marca. Era el peor escenario, inimaginable.
Sólo el cambio de actitud de la segunda parte bastó para achicar distancias ante un Independiente que, en individualidades, es evidentemente inferior al Lobo. Pero esto había que demostrarlo dentro del campo de juego. Y allí, la Lepra fue gigante, entendió cómo se juega un clásico, hizo lo que quiso con el Lobo y lo vapuleó en cuarenta y cinco minutos. ¿Amor a la camiseta?
Quizá, porque en el plantel Azul hay varios juveniles surgidos en la cantera y los que llegaron (caso Servio) se identificaron con el club. Para los que jugaron el Superclásico como un partido más no hay olvido ni perdón.