En 1992 -¡qué década de cambios paradigmáticos para la cultura global!- James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña política que lo llevó a la presidencia -y a destronar a George Bush (padre)- se hizo célebre. ¿Con qué?: con una fracesita que después se volvería asunto de síntesis popular en la geografía occidental del planeta: "¡Es la economía, estúpido!".
Este James, como una suerte de Karina Olga argenta, pero más serio y menos tilingo, nos donó la posibilidad de explicar sin muchos fundamentos cualquier cosa que lesione el funcionamiento eficaz de un país; entre ellas, la cultura y sus mercados.
Porque, verás, aunque creas que es poca cosa que la industria cultural tenga síntomas de asfixia y muerte, hemos de decirte que es una especie de amenaza oscura y tenebrosa que se cierne sobre tu futuro. No, no: no queremos asustarte, pero sí advertirte sobre los venideros escenarios orwellianos que nos esperan, para que no te entregues a la matrix tan sueltito/a de cuerpo.
Este apunte reflexivo viene a cuento de una noticia que te brindamos el miércoles en nuestro diario: Ligia Piro suspendió la función que tenía pactada para ayer sábado en el Teatro Independencia.
El dato nos invitó a una breve investigación, o mejor dicho: repaso. Y caímos en la cuenta de que no es este el único espectáculo que baja la persiana antes de abrir el telón en nuestra provincia, en el último tiempo. Los motivos que nos diera la producción de Ligia fueron vagos y nada explícitos, sin embargo lo sabemos: no se vendieron entradas.
Esta tierra ya es un páramo
Ya el año pasado, los mendocinos que nos interesamos en la música -en la música y sus búsquedas artísticas: no en la batea de hits que se venden como tomates- sufrimos otra decepción similar a la que nos dejó Piro. El multiinstrumentista camerunés Richard Bona iba a visitar por primera vez la provincia, para presentar su último álbum Heritage; que editó junto a Mandekan Cubano. La cita era el 20 de octubre, en el Teatro Plaza. Pero un mes antes de que se concretara el encuentro, la producción dio de baja al show por el mismo motivo: los funestos pronósticos de taquilla.
Con los espectáculos que vienen de afuera -si se concretan- sus productores apenas si salen derechos, cuando no pierden. Recordamos el caso de Marta Gómez en el Arena, Ciro y Los Persas -que esta semana apenas convocó a 3.500 personas cuando en el pasado supo tener el doble de esa cantidad de espectadores-; entre muchos más.
Hasta ahora estamos hablando de los heroicos intentos de los productores privados por seguir sembrando en la provincia a pesar de la malaria. Sin embargo hay otro asunto que no pasa desapercibido, y le ha quitado las ganas hasta al más pintado.
Es que, hasta hace un par de años, Mendoza se había convertido en una plaza recurrente y poderosa de producciones grandes: casi todos los fines de semana había más de dos espectáculos masivos que vendían entradas; a lo que había que sumarle la producción artística local, siempre rezagada y en desventaja respecto de los nombres mediáticos.
Tanto es así que los datos relevados, en cuanto al consumo de shows en vivo durante 2014 (según el informe del Sistema de Información Cultural Argentina de 2016), son impactantes: casi el 40% de los habitantes de Cuyo (región en la que nuestra provincia es claramente la más fuerte en consumo cultural) asistió a un espectáculo de música en vivo durante ese año; lo que convirtió a la zona en la segunda región (después del NEA) con valores más altos en todo el país. ¡Shockeante!, ¿no?
Como sea, hoy esas cifras han quedado en el olvido y el listado de figuras se ha reducido tanto que, cuando encontramos un par de shows al mes, nos sentimos casi en Las Vegas. Para que así siga armamos crucesitas de sal contra la lluvia, una velita por aquí, otra por allá. Pero ni modo: las taquillas se caen. ¿Por qué?... James Carville bien lo explicó, y el valor de una entrada a $400, como baratita, desalienta a cualquier fan que quiera "tocar con sus ojos en vivo" al ídolo de sus sueños televisivos. No es que ese precio de entrada sea exhorbitante, dado el panorama de inflación y costos, sin embargo las caídas de los ingresos en la población que generalmente consume estos shows ha generado una ecuación difícil de remontar.
Los datos no nos dejan mentir. Vamos a algunos ejemplos: el show del doble de Michael Jackson, Sergio Cortés, que estuvo el viernes en el Arena salía entre $400 y $900. El de Lisandro Aristimuño, que fue anoche en el mismo complejo, entre $400 y $700. Y el de La Oreja de Van Gogh, que tiene fecha para el 18 de junio, entre $400 y $1.500. En tanto que la ópera La Traviata, producida por el Estado provincial con músicos locales y la Filarmónica, que se presentará entre el 14 y el 20 de junio, tiene valores de $200 y $300.
No hay pantalla que dure cien años
Sí, sí. Lo sabemos: Netflix es la posta de fin de semana. No hace falta abundar más en explicaciones sobre cómo las juntadas con pizza y streaming han dejado a la industria cinematográfica arrumbada en el cuartito de atrás. De ahí que acuden a cuanto superhéroe deje ver su capa; al fin y al cabo, los únicos que todavía hacen una que otra salida de amigos, son los adolescentes. Entonces: vamos con la sobredosis de testosterona, piñas y proezas en 3D que no queda otra.
Pero a esta tendencia en las prácticas de consumo cultural audiovisual que, lamentamos informarte si es que te interesa el cine, ya no tiene vuelta atrás, se le suma nuevamente la crisis del bolsillo: seco como jarilla de monte. Y por eso hay más datos letales: los cines detentan bajísimas taquillas, comparadas con 2015.
Entre agosto y noviembre de 2016 Mendoza sufrió la caída más fuerte del país en la cantidad de espectadores en sus salas: 25% (en Ciudad Autónoma de Buenos Aires fue del 10,7%, en Córdoba del 14,7% y en Santa Fe del 8,3%).
Mucho más grave se vuelven estos números si los comparamos con 2014. Según el informe 2016 del Sistema de Información Cultural Argentino -SinCA- Mendoza contaba ese año con 1.149 espectadores en salas de cine cada mil habitantes, lo que la convertía en la provincia con más alto índice de consumo en Cuyo y respecto de la media nacional (1.138 espectadores cada mil habitantes).
Tan grave es la caída que algunas multisalas están considerando seriamente si les conviene sostener las funciones de trasnoche, porque los costos de luz, personal y demás exceden por mucho a la cantidad de entradas vendidas.
Con el arpa, al funeral
Otra obviedad: los discos son objetos en total desuso. Sin embargo las luces de alarma están encendidas a pleno en la industria musical porque ya ni el negocio del streaming sonoro está garantizado.
Según el último informe de Centro de Investigaciones Sociales UADE (que analiza el comportamiento de los consumidores argentinos durante 2016), la música es uno de los bienes culturales más consumidos a través de la web: un 48% escucha por esa vía y un 32% la descarga. Y, curiosamente, la "compra o descarga" de canciones aumenta de manera inversa a las posibilidades socieconómicas: los sectores con menos ingresos son los que más compran música.
La consultora Nielsen lanzó un informe (en base a 39 mil puntos de venta en 19 países de América del Norte, Europa y Oceanía) sobre el estado de la industria de la música, a nivel global, que marca que las ventas cayeron en Estados Unidos (potencia de consumo si las hay) un 14% en el segundo semestre de 2016. Esta baja se registró tanto en formato digital como físico.
El streaming, en cambio, aumentó en un 59% en el consumo. Pero... ¿entonces? Clarito: aunque estos datos anuncian que la era digital es la que marca el pulso del negocio, el informe también detalla que en el mismo período que estamos describiendo (segundo semestre del 2016) la venta (o compra) por descarga de canciones cayó 18%, respecto del mismo lapso de tiempo de 2015. ¿Conclusión?: aunque los usuarios ahora escuchan música casi solo por streaming, están menos dispuestos que antes a pagarla.
Aquí yace la debacle que la digitalización provocó entre artistas y sellos discográficos. Es que la música que escuchamos online, a través de las plataformas, les dejan migajas de regalías a quienes la hacen y producen. Todo el negocio se lo quedan los titanes de internet. A esto sumemos que muy poca gente paga abono para escuchar sus discos favoritos en estas plataformas: la mayoría decide hacerlo gratis, pese a las molestas publicidades que son el negocio de estos sites de streaming (en Spotify sólo el 30% de los usuarios tiene una cuenta paga).
La economía es más que cifras
En esta simpática frase con la que arrancamos nuestro artículo: "Es la economía, ¡estúpido!" se esconde mucho más que una formulita de números. Pues también involucra entre las variables a las prioridades que se instalan según las prácticas culturales y cómo éstas van delineando los mercados, los costos y los consumos.
La consultora Voices! y el Centro de Investigaciones Sociales de la UADE brindan otro dato sobre el consumo nacional en 2016 que pone crespita la piel: más de 6, de cada 10 argentinos, dice no haber ido nunca al teatro. Lo mismo sucede con bibliotecas, la ópera y la danza. Y, en contraposición, 6 de cada 10 argentinos consume bienes culturales a través de la televisión al menos una o más veces por semana.
Y, en Mendoza la situación -hablamos de la iniciativa del Estado en el desarrollo y estímulo de las prácticas culturales- es preocupante respecto a otras provincias. Un informe con fecha 2016 del SICA indica que, en 2014, la provincia destinó el 0,28% del presupuesto provincial al gasto público en cultura. Esta cifran nos deja ubicados muy por debajo de la media nacional para el mismo año (0,46%).
La cuenta es muy desalentadora porque, pese a que las prédicas políticas hablan de cuánto en la provincia se hace en materia cultural, los números dicen que, por ejemplo, durante 2014 el Estado invirtió $47,05 por habitante en estimular el consumo de bienes artísticos. Mientras que en el país la media es de $95,16 para el mismo año.
Este panorama avala las afirmaciones respecto a la homogeneización cultural a la que estamos sometidos en el país (y en el mundo), en virtud del trabajo insistente de los medios masivos por proveernos de la uniformidad de contenidos; todos ligados con sus negocios televisivos y digitales.
Tinelli, los programas de chimentos, los videítos virales, los superhéroes, los productos musicales hipermasivos, las telenovelas de bajo costo, y otras maravillas de la industria no son alienígenas que vienen desde Marte para dominar al mundo. Son las formas (o deformidades) que gestan los grupos poderosos de producción de contenidos planetarios, para contentar a las masas y a sus prácticas de consumo cada vez más alienado.
El espectador también es parte del problema. Vamos a echar mano de otra linda frase de un tipo inteligente: Ignacio Ramonet. El periodista escribió, en 1995 -la misma época en que James Carville nos regaló el yeite que usamos para esta nota- un artículo en Le Monde Diplomatique al que titutó: "Informarse fatiga".
A lo que se refiere, muy suscintamente, Ramonet es a que los consumidores/lectores/audiencias ya no indagan, en el pobladísimo universo de datos que nos atraviesa como dardos anestésicos, para encontrar las claves que los guíen a encontrar su tesoro cultural privado. Muy por el contrario, se entregan al maremoto de pulsiones comunicacionales y navegan en ellas surfeando en la superficie. De ahí, que consumen lo que consumen.
¿Qué pasará con nosotros y nuestras ansias de nutrirnos de arte para el desarrollo de un pensamiento autónomo? Apelamos una vez más a las citas. Esta vez, la de una 'filósofa contemporánea' a la que la mayoría de los argentinos conoce de cuerpo entero, la inefable Karina Jelinek: "lo dejo a tu criterio".