Si el escenario del Frank Romero Day hablase… contaría historias de fiestas esplendorosas sobre su estructura, celebradas y vistas por miles de espectadores. Pero también tendría otros relatos, aquellos vedados al ojo del visitante sentado en las gradas, relatos de corridas por llegar a tiempo a escena, de ansiedad compartida, de sueños cumplidos, de vestidos amontonados, de bombachas de gaucho puestas a las apuradas.
Detrás del escenario que aparece pulcro con la puesta hay otro mundo que dista de tener esa prolijidad, desde el que los artistas viven la Vendimia con el cansancio de tantos ensayos a cuestas, que parece no sentirse. Basta ver sus caras al salir a escena para saber que la ansiedad, los nervios, el esfuerzo previo, desaparecen en el instante en que pisan el anhelado espacio frente al público.
“Hasta recién me dolía muchísimo la panza pero ahora se me pasó”, le dice un joven bailarín a su compañera a centímetros de la salida, para luego lanzarse a escena.
Gente que va y viene, que se atropella sin querer. Una paisana a las apuradas termina de atarse la enagua; un joven a quien se le rompió la manga del traje tiene con él una lucha pero sale como se puede; un gaucho con las manos ocupadas y el pañuelo entre los dientes; gente cambiándose en cada rincón; algunos ensayan, otros elongan; compañeros que ayudan a sus compañeras a atarse el corset...
“Permiso, permiso”, se escucha seguido entre los pasos acelerados.
Inmensas estructuras de hierro rodeadas de madera, nylon, cables, utilería pequeña amontonada entre medio y de la grande, que sin más fin que ése espera su momento de gloria, carteles que indican detalles de los diferentes cuadros, calor, calor, mucho calor. Y por eso, cualquier elemento se transforma en abanico: una tapa que pronto será un platillo, una bandeja de telgopor y hasta algunas bailarinas en un impasse sentadas sobre algún caño se tiran aire con la falda.
Cuando cambia el cuadro y se produce el “mutis”, detrás de las cortinas negras que tapan las bocas del escenario hay una verdadera revolución. Quienes salen de escena entran como una tromba, conformes, felices, en un momento de plenitud, apurados por cambiarse. Y en el pasillo se confunden con quienes están preparados para entrar, con la emoción a flor de piel; se abrazan, se ayudan a vestir y no falta quien cada tanto haga un chiste.
Se corre bastante pero se disfruta cada instante, con la conciencia de lo efímero que será el ansiado momento.
Pero, entre tanto, por suerte está esa voz, que parece casi el inconsciente aunque es la de la jefa de traspuntes, que va indicando por micrófono las diferentes instancias del espectáculo: el próximo cuadro, quiénes deben prepararse, qué color de falda o pañuelo usar, en qué boca se salida ubicarse.
Un poco más atrás están los camarines, tantos que quien no lo ha visto no puede imaginarlo. Son cuatro pisos en los que se amontonan bolso sobre bolso. Por supuesto, no faltan los trajes, muchos, que si al principio estaban prolijos en los percheros al transcurrir de la fiesta quedan cómo y dónde cayeron, en medio de la vorágine. En cada uno hay una multitud, algunos compartidos entre hombres y mujeres.
Ayudan a sus compañeros a vestirse, se maquillan, una chica trenza el cabello de otra, cuatro artistas se alínean para verse en un espejo de 60 cm por un metro en uno de los pasillos del subsuelo.
En primera persona
Un cúmulo de sensaciones, entre nervios y adrenalina, es lo que siente Enzo Guevara antes de salir a escena. Pese a que ha participado de otras fiestas a nivel nacional, dijo que ninguna es como ésta, donde la cantidad de público y los cerros llenos de gente son muy impactantes. “En lo único que pensás es en bailar”, asegura.
Gisela Sanita es bailarina de folclore con varias Centrales en su haber. Como todos los que ya tienen experiencia, asegura que ya no se siente nerviosa, pero que la ansiedad regresa cada año… “Una vez sobre el escenario, la gente te moviliza”, explica. Cuenta que “cada
Vendimia se vive de manera diferente, es una experiencia nueva y este año se me pasó muy rápido. Estás sobre el escenario que conocés pero que de todas formas no es el mismo".
En la planta baja, en una de las habitaciones, está el “camarín familiar”. Es el espacio de un grupo de hermanos que siempre se acomodan juntos en todas las Fiestas y que pertenecen a tres familias: los Zalaya, los Sevilla y los Ross.
En su primera experiencia en Vendimia Central, Agostina (25) asegura: “Tengo ganas de llorar, pero de alegría”. También para Daniela (23) es la primera vez: “Este es el sueño de toda bailarina”.
Lucas (18), desde pequeño vivió la Fiesta como espectador y deseaba formar parte, así que ni bien cumplió 18 fue al casting y logró su objetivo.
Sofía Ferrante (19) subraya el impacto que sintió al llegar y ver su nombre al frente del camarín. Dice que no hay forma de explicar lo que es “formar parte de algo tan grande”.
Para los “nuevos”, es un apoyo fundamental contar con la experiencia y el acompañamiento de quienes ya han vivido el espectáculo, y en ese sentido aseguran que se sienten muy contenidos. La camaradería, el buen clima de trabajo y -pese a los nervios- el disfrute a flor de piel, le dan un clima especial al detrás de escena.
Algunos destacan la cantidad de buenos amigos que han ganado y la alegría de reencontrarse cada año con los viejos conocidos. Silvana Donoso (51) ha participado de 31 Centrales y sigue viviéndolas con mucha emoción. Rescata lo lindo que es vivirla con compañeros que lo hacen por primera vez, quienes son los que más evidencian los nervios que los más experimentados ya perdieron. Adriana Videla está a su lado.
Son grandes amigas. Adriana ha actuado en 30 Vendimias, ocupando diferentes roles y siempre con placer e intensidad. Pero, asegura, ya tiene ganas de sentarse a verla desde las gradas.
Donde no llega el ojo del público
Sorprendente. No hay otra palabra más exacta para describir lo que se ve al recorrer la parte de atrás del escenario. La enorme estructura es imponente, sobre todo cuando se ven en detalle los secretos que guarda. En diferentes niveles están a la espera elementos de utilería mayor y menor, la "espalda" de las cajas lumínicas y su magia, el zapateo del malambo que con su ruido frenético prácticamente tapa la música. Ni hablar de cómo se ve el "afuera" desde una de las bocas: para el más experimentado, emociona, para el novato, asusta.
Bailarines especiales. En una de las escaleras esperan los bailarines especiales, que no demuestran nervios ni ansiedad. Todos coinciden: se sienten felices. Sus madres los acompañan a cada ensayo y cada actividad, algo que han hecho año tras año con el único objetivo de verlos así, con esas sonrisas que les llenan el alma y valen todo esfuerzo.
Titiriteros. Los titiriteros, entre tantas cosas que hace, trepan por los caños del escenario para meterse adentro de una llama, porque serán sus pies para darle vida. Lorena se la pasó corriendo, subiendo y bajando para ocupar cada uno de los roles a su cargo.
Manos invisibles. Hay toda una red de personas trabajando silenciosamente para sostener el detrás de escena. Sin ellos, el espectáculo no sería posible. Un grupo rellena dos enormes heladeras con agua, que estarán disponibles para los artistas. Mujeres acomodan y entregan vestuario que otro grupo trae en grandes percheros. Los camaristas están en los pasillos para cuidar las pertenencias, ordenar, coser algo del vestuario o ayudar a los artistas. Los utileros se encargan de acomodar en los márgenes la utilería y entregarla a quienes la necesiten, y numerosos ayudantes pululan, escoba y pala en mano, para mantener la limpieza.
Camarines improvisados. Los artistas destacaron las mejoras que se han hecho en los camarines, especialmente en los del subsuelo, los que antes se llenaban de tierra y no tenían espejos. Pese a esto, el espacio sigue siendo insuficiente, por lo que improvisados camarines proliferaron por cuanto rincón estuviese libre. Cartones, nylon, telas, todo sirve para cerrar un espacio entre los caños detrás del escenario. Y por supuesto no podía faltar el cartel con los nombres de los "propietarios", para lo que fue útil hasta las bandejas de los sanguchitos.
MInuto a minuto
@verodevita_ . En la previa los artistas ensayan en los pasillos, se maquillan, peinan y ayudan a vestirse unos a otros #Vendimia360 #Vendimia 2015
@verodevita_. Trajes descosidos, fajas que se caen, enaguas atadas sobre la hora detrás del escenario #Vendimia360 #Vendimia 2015
@verodevita_. En camarines improvisados en cada rincón los artistas se cambian para salir #Vendimia360 #Vendimia 2015
@verodevita_. Sobre grandes zancos actores se doblan para pasar bajo la estructura del escenario #Vendimia360 #Vendimia 2015
@verodevita_. Titiriteros se pierden debajo de una llama de utilería para transformarse en sus piernas #Vendimia360 #Vendimia 2015