En épocas de la Colonia, cuando aún éramos un puñado de aldeas desperdigadas en esta inmensidad territorial, la Navidad se festejaba siguiendo padrones españoles. Los regalos solían ser escasos, pero se intercambiaban junto a las buenas intenciones.
Las familias recorrían los caminos visitando a vecinos y parientes, no sólo para saludarlos sino para admirar sus pesebres, la mayoría realizados con figuras de yeso. Dependiendo del poder adquisitivo de los dueños de casa, éstos podían ser importados de Europa. Luego todos se dirigían a la Misa de Gallo y volvían a sus hogares entonando canciones navideñas. Generalmente, a los más pequeños se los vestía de blanco.
La cena solía incluir todo tipo de carnes y los postres típicos de la época: arroz con leche y mazamorra. Durante el siglo XIX los cambios en el modo de festejar fueron paulatinos y tenían aún un gran peso las costumbres del virreinato. La Revista “Caras y Caretas” del 23 de diciembre de 1916, dedicó un espacio a las navidades retro. En ese interesante texto leemos:
“Terminada la guerra del Paraguay, que había puesto por cinco años un velo de tristeza sobre la metrópoli argentina, se recomenzó la vida activa y las Pascuas fueron una vez más las fechas para el desborde de alegrías extraordinarias. (...) Desde la víspera quedaba suspendido el trabajo y en plena preparación las variadas ceremonias propias del día. Las calles ofrecían, al atardecer una inusitada animación, aumentada, si cabe, por la presencia de grupos que las recorrían al compás de las bandas u orquestas de los centros corales y musicales que ya entonces existían”.
El primer árbol de Navidad en Argentina fue montado por un inmigrante inglés en Buenos Aires, hacia 1828. Adornado con regalos y velas. Pero el objeto no pasó de ser una curiosidad y la costumbre recién comenzó a popularizarse a comienzos del siguiente siglo. Así, en diciembre de 1904, leemos en Diario Los Andes que una comisión de damas había organizado festejos en beneficio de cierto hospital y que entre las actividades estaba programado la colocación de “un espléndido y novedoso árbol de navidad”.
Los cambios introducidos por los inmigrantes se vuelven palpables en la alimentación: comienzan a volverse populares el panetone y el pan dulce, además de los ya clásicos turrones. En un principio, las colectividades festejaban dentro de sus propios círculos.
Por ejemplo: hace exactamente cien años, las señoritas francesas residentes en Mendoza realizaron un festejo denominado “Noel de Navidad”. Paralelamente los españoles daban cuenta del ganador de la lotería de Madrid, para que aquellos residentes en estas tierras -que habían comprado un número- supieran si habían o no ganado el premio mayor.
Pero sigamos en 1918, para dar cuenta de lo que sucedía hace cien años en algunos de nuestros departamentos. San Rafael festejó a lo grande con un baile organizado en el Hotel Unión, y el entusiasmo llegó a las páginas de la prensa. Sobre Godoy Cruz leemos: “La noche del 24 tendrá lugar en el centro de la plaza departamental una kermese con árbol de navidad a cuyo efecto se ha empezado ya la colocación de los quioscos (...) La plaza estará iluminada con profusión de lamparitas eléctricas” (Los Andes, 23 de diciembre de 1918).
La realización de fiestas navideñas a beneficio de los humildes y necesitados fue una constante en nuestra provincia. Las mujeres encontraban allí y en este tipo de actividades uno de los pocos espacios para desempeñarse fuera del hogar, lo cual resultaba altamente atractivo para señoras y señoritas de la zona. En un principio se llevaron a cabo en las plazas principales, pero poco a poco los pueblos tomaron protagonismo. En 1935, hacía dos meses que se había inaugurado la Iglesia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y Chacras de Coria dio una gran fiesta navideña. La misma incluyó todo tipo de actividades, en su totalidad llevadas a cabo por las mujeres del pueblo. Se vendieron comidas y los entretenimientos incluyeron una “Rueda de la Fortuna”, “Botellas”, “Pozo de la suerte”, “Rueda de colores” y “Arca de Noé”. No faltaron los postres.
Aunque estas actividades abundaron, una de las más hermosas tuvo lugar el 24 de diciembre de 1923. El gobierno de la Provincia convocó a comerciantes y entidades a colaborar -en medida de sus posibilidades- con la celebración de Navidad que se llevaría a cabo en el Hospital Provincial para los pacientes más pequeños y sus familiares. “Se trata de que los niños que se albergan allí -leemos en Los Andes de entonces-, festejen la tradicional fiesta de Navidad, llevándoles a su espíritu un algo de alegría y de consuelo que los niños y todos los que sufren permanentemente, tanto necesitan”. Un acontecimiento sumamente audaz para la época y vanguardista.
El programa fue altamente atractivo, incluyendo malabarismos, espectáculos cómicos y de teatro infantil. “Por la noche -prosigue el texto-, en las primeras horas se correrán cintas cómicas cinematográficas y se quemarán fuegos artificiales de colores, únicamente, sin disparos de bombas, ni ruidos bruscos. Habrá también en el hospital, un árbol de Navidad y reparto de juguetes y ropitas, etc. (...) La banda de la policía amenizará con su repertorio” (Los Andes, 24 de diciembre de 1923).
La forma de celebrar la Navidad fue variando a lo largo de nuestra historia, destacando por su belleza aquellas que resultaron más fieles al verdadero espíritu de estas fechas. Ese espíritu que supo interpretar como nadie Charles Dickens, describiéndola como “el único día, en el largo almanaque del año, en que hombres y mujeres parecen estar de acuerdo para abrir sus corazones libremente y para considerar a sus inferiores como verdaderos compañeros de viaje en el camino de la tumba y no otra raza de criaturas con destino diferente”.