Uno: tenemos todavía en la retina las imágenes de "Gravity", el oscarizado filme de Cuarón que nos puso los nervios en órbita. Dos: aún recordamos al astronauta rocker Chris Hadfield que versionó el tema de Bowie ("Space Oddity") desde la Estación Espacial Internacional. Tres: hoy es el Día de la Cosmonáutica, efeméride que homenajea especialmente al ruso Yuri Gagarín, el primer hombre que orbitó la Tierra.
Eso -y la frase del físico y escritor Roger Penrose: "El universo está hecho de historias, no de átomos"- nos lleva a recorrer una vez más las páginas de la ciencia ficción: nebulosa especulativa donde los autores se van pasando la posta para arriesgar nuevas proyecciones sobre el cosmos. ¡Ah! Otra razón para el viaje es, precisamente, la nueva versión de la serie televisiva "Cosmos", escrita y dirigida por Ann Druyan, esposa del imprescindible Carl Sagan.
De entrada, una pregunta: ¿No es medio retro hablar de viajeros galácticos en los tiempos de cálculos matemáticos astronómicos, de sondas de exploración autosuficientes, de teorías que suponen multiuniversos y de pasajes comprables a la Luna? Sí, un poco. Pero es cierto que en la historia artística de la Cosmonáutica (o, dicho de otro modo, en la ciencia ficción espacial), hay libros, películas y obras pictóricas que interesan por sus desvíos, circunvalaciones o atajos.
Uno de los libros de culto del último cuarto del siglo XX, es la novela de Douglas Adams, publicada en 1979. La "Guía del viajero intergaláctico" (editada por Anagrama en castellano) se titula originalmente "The Hitchhiker's Guide to the Galaxy".
En la traducción perdió el dato (no menor) de que esta guía imposible está dirigida, específicamente, a quienes hagan el itinerario a dedo. Todo comienza con la "demolición" de la Tierra para construir una nueva autopista hiperespacial, y de allí es el viaje a través de la galaxia, a cargo de un tipo de lo más común.
Adams -fallecido en 2001- originalmente había ideado "The Hitchhiker's ..." no como novela sino como programa radial de la BBC. Luego, derivó en álbum conceptual, producción teatral y sitcom televisiva. Ese espíritu de ramificación se trasladó a la película basada en ella.
Empieza como si fuera un documental de Animal Planet: con unos delfines haciendo piruetas, y la voz de un narrador (Stephen Fry, protagonista de Wilde) explicando que la humanidad jamás entendió que el sentido de esas morisquetas acuáticas era avisar que abandonaban la Tierra.
Más allá de solemnidad de "Viaje a las estrellas" y del cada vez más usado subgénero 'clones', los tópicos espaciales siguen en expansión: sexo entre especies, amor en la ingravidez, la posibilidad de nacer fuera del planeta, la depresión de ex héroes del espacio y conspiraciones que adornan el backstage de esa gigantesca empresa que fue (y es) la carrera espacial.
El cosmonauta y la artista
El ruso Yuri Gagarín fue lanzado al espacio exterior a bordo de la nave Vostok 3KA-3, el 12 de abril de 1961. "¡Qué hermosura. Vi nubes y su sombra distante en la superficie terrestre [...] El agua parecía una masa oscura con pequeñas manchas brillantes [...] Cuando contemplé el horizonte vi la transición abrupta y el contraste entre la superficie llena de colores de la Tierra y el cielo absolutamente negro. Disfruté el rico espectro de colores de la Tierra.
Está rodeada de una aureola de luz azul que se oscurece gradualmente, convirtiéndose en turquesa, oscuro azul, violeta, y finalmente el negro carbón!", transmitió. Esa descripción casi lírica inspiró a la artista plástica Raquel Forner (Buenos Aires, 1902 - 1988), dedicada hasta entonces a retratar experiencias terrestres.
Frente a la nueva inmensidad desconocida, ella decidió dar un giro en su obra. Leyó revistas y folletines de divulgación científica y se nutrió de fotografías estelares. Así, dio forma a sus astroseres.
Gagarín pasó a prestar su nombre: a decenas de calles de la URSS, a un glaciar, a un cráter en la Luna, a un asteroide y hasta a su ciudad natal, rebautizada Ciudad Gagarín.
Mientras, Picasso le hacia un dibujo, se abrazaba con Fidel Castro y el Che, y promocionaba la llegada conjunta de los humanos y el socialismo al espacio. Pero en poco tiempo, el hombre que fue el más famoso de la Tierra por abandonarla, se convirtió en una leyenda oscura que terminó incinerada.
En 1960 Forner pinta "Luna", un retrato del satélite sin pisadas terrícolas. Si en su serie de mujeres en ruinas, las expresiones en los rostros llegaban al paroxismo, esta obra desvía la mirada y se clava en el azul profundo. Pero ahí está: una Luna dramática. Porque, como presagio, sangra y está llena de pozos oscuros.
Desprendidos de la Tierra, los seres mutantes de caras redondas que Forner pinta intentan flotar en un espacio que los inflama. No son mujeres, son andróginos, quizá los anunciadores de una nueva raza híbrida.
"¡La Tierra es azul! ¡Es hermosa!", había gritado Gagarín en un ruso claro y fuera del protocolo cuando daba aquella vuelta histórica. Luego, pronunció: "Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza".
Volver al futuro, con Di Benedetto
El relato "En busca de la mirada perdida", incluido en el libro "Cuentos del exilio" (1983) de Antonio Di Benedetto, se ambienta en un hipotético futuro cuyas coordenadas son una ciudad aérea llamada Gamine y la voz de un narrador que se afirma, desde el principio del texto, como alguien fuera de tiempo y lugar.
El desfasaje se plantea desde el comienzo: entre los imaginarios, costumbres o gestos y las épocas pero, además, entre las reflexiones sobre el futuro y las especulaciones de las obras de ficción que aventuraron su representación.
Así, señala que sobre el futuro todo ya ha sido "inventado y desmentido". Como lo postularía "El silenciero", a un narrador desfasado de su tiempo y de su oficio ("Yo era un ex escritor") se le encarga una novela que describiera el universo de 2900, tarea que finalmente no cumple ya que no puede liberarse de la consideración de los errores de las anteriores ficciones de anticipación respecto del tiempo en que vive: "Nuestra civilización -se equivocaron los anticipadores pesimistas- no ha sido pisoteada por monstruos".
En el centro, claro, sobrevuela el núcleo de la ficción dibenedettiana: la relación con la muerte. Ante la enfermedad de su hijo, pues, del narrador precipita la decisión de emigrar, abandonar Gamine, algo que complejiza aún más la densa trama temporal.
En primer lugar, se sitúa la trama en un tiempo futuro; desde allí, se insta al protagonista a que dibuje otro futuro probable, pero imposibilitado de realizar ese ejercicio se vuelve hacia la vida de las comarcas, lo que implica volverse doblemente hacia el pasado, porque ese pasado no sólo es el ayer del sujeto sino también el ayer nuestro, el ayer de los lectores del texto.
Es claro que emigrar tiene muchas aristas. Di Benedetto escribió este texto durante los años de su exilio en Madrid. Hay algo que establece una conexión entre los cuentos de este volumen y que se pone de manifiesto: son textos "que no pueden haber sido escritos sino por un exiliado".
Esta condición es su elemento gravitante y lo que impulsa, además, un desvío genérico pues, en esta extraña ciencia ficción, no hay literalmente un viaje espacial ni un viaje al futuro, sino un desplazamiento hacia el pasado; acaso el itinerario de la paradoja que vivió el escritor.
La ficción de la ciencia
Pero ¿cómo redefinir hoy la ciencia ficción? Desde hace más de 50 años, autores e historiadores (desde Asimov a Dick, desde Ballard a Le Guin) se empeñan en definir este género inabarcable y sideral que con las décadas pasó de ser considerado como "subliteratura" a convertirse en la vedette del cine comercial.
"La ciencia ficción configuró el imaginario del siglo XX: sin su presencia no se explicaría por qué se ha gastado más en explorar el espacio que en combatir la miseria", dijo Pablo Capanna, cultor de la ci-fi rioplatense.
Tal como se advierte en la "Historia de la ciencia ficción. De las naves espaciales a los cyborgs" de Javier Lorca, debe pensarse esta literatura como algo más que una enumeración de invasiones alienígenas y derrapes de autómatas en todas sus formas: el monstruo, el robot, el cyborg, el clon.
Lo más interesante, sostiene Lorca, no se encuentra en la parafernalia de la epopeya cósmica; se encuentra en el trinomio ser humano-tecnología-ambiente: la realidad que sacuden, los miedos que exponen, el Zeitgeist o clima de época del que emigran.
Ordena la trayectoria del género en tres movimientos: una época germinal en la que la ciencia ficción narra y apela a un movimiento hacia afuera o centrífugo (los artefactos tecnológicos propician la extensión e incremento de los alcances humanos, como se lee en las obras de Julio Verne y H. G. Wells).
Luego, un movimiento orbital alrededor del ser humano (la aparición de la máquina antropomorfa que se advierte en la obra de Olaf Stapledon y más que nada en Asimov). Y para terminar, un movimiento centrípeto, hacia adentro, en el que la máquina se interioriza y carne y metal se fusionan, como se advierte en las novelas de Philip K. Dick .
En el análisis que Freeman Dyson hace de los viajes espaciales en su libro "De Eros a Gaia" (Editorial Tusquets), se detiene en el uso que se le dio a la televisión en las sucesivas misiones Apolo: "El orden de prioridades de la "Apolo" se reflejó con exactitud en el primer artilugio que se descargó después de cada alunizaje: la cámara de televisión.
El alunizaje, las idas y venidas de los astronautas, la exploración de la superficie de la Luna, la recogida de rocas lunares y la salida con destino a la Tierra, todo fue hábilmente coreografiado con cámaras situadas en las posiciones adecuadas para producir un espectacular programa de televisión". Digamos, pues, que lo primero que hizo el hombre al pisar la Luna fue instalar una cámara.
Desde entonces, ese ojo de cíclope ha tratado de viajar más y más lejos, a través de las misiones de las naves gemelas Voyager 1 y 2, que ya navegan el plasma interestelar.
¿Hacia dónde van? Voyager 1 se halla a unas 125 veces la distancia que nos separa del Sol. No es poco, pero todo indica que sus baterías de plutonio se agotarán definitivamente hacia 2025.
Quedará eternamente dormida y viajará así, perdida, como una botella arrojada al mar. Una botella que lleva un mensaje: un disco de oro, donde hay grabados sonidos e imágenes de la Tierra y de la vida. Quién sabe si, como soñaba Carl Sagan, alguna remotísima vez, en un lugar a tantísimos años luz, alguien sepa de nosotros. Nosotros que soñamos con viajes cada vez más grandes.
Navegantes del espacio
Fue el 12 de abril de 1961: una nave conducida por el ruso Yuri Gagarín dio la vuelta al planeta Tierra por primera vez en la historia. Desde entonces, la fiebre de carrera espacial desbordó en el imaginario de la ciencia ficción. Libros, películas y obra
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