Días pasados tuve oportunidad de leer un interesante artículo publicado en “El País Semanal” de España titulado “ La tierra del vino“ y en su epígrafe dice: “Castilla La Mancha es el viñedo más grande del mundo y la región más exportadora de vino de España. Ahora afronta un reto, asumir su fortaleza y punto débil: la superproducción, un monstruo que alcanza cotas récord y que hunde los precios”.
Su lectura ( muy recomendable por su sencillez y calidad de información ) me llevó inevitablemente a buscar similitudes con la situación argentina que saltan a la vista, aunque también surgen las diferencias.
Los excedentes pesan año a año acumulando stocks y deprimiendo el precio de las uvas en cada nueva cosecha. España intenta achicar el stock exportando vinos a granel, pero a precios viles que no permiten retorno alguno para los productores de uva (¡me suena!).
Su relativa proximidad a Rusia, al mercado granelero mas importante de Europa, le permite desafiar a sus competidores, pero está pagando un precio “muy alto” por pagar a sus productores un precio “muy bajo”. No se excluyen del modelo las poderosas cooperativas.
En la misma nota, el nobilísimo Carlos Falcó se empeña en defender una industria de excelencia y califica despectivamente el comercio de graneles como “subdesarrollado”. Opiniones encontradas si las hay.
Un amigo, reconocido consultor de importantes bodegas chilenas, me contaba hace poco de los bajos precios que reciben los productores de uva chilenos en un mercado excedentario en volúmenes, con un limitado consumo interno y un posicionamiento de precios de exportación -concentrada en no más de diez empresas- de los mas bajos entre los países del Nuevo Mundo.
Las similitudes con nuestra realidad son evidentes, aunque también en este caso las diferencias. Le preguntaba a mi amigo si el carmenere alcanzaría a instalarse como un varietal icónico como lo ha sido el malbec para Argentina y me respondió que no lo cree.
Dice que es una variedad poco plástica, muy irregular y que pide técnicas de vinificación más exigentes para alcanzar la calidad de nuestros malbec. Aquí una ventaja significativa: nuestra nave insignia vale mucho. Una palanca pedía Arquímedes.
Luego, Chile, me decía este amigo, difícilmente se vuelva un competidor en graneles, sus costos internos también aumentan y las áreas potenciales de producción para esos vinos son muy restringidas.
Estas dos referencias a países vitivinícolas fuertemente competidores de nuestra industria nos muestran una problemática común signada por los excedentes de uvas para vinificar y bajos precios de la uva. Al parecer, y esto lo corroboran los informes anuales de la OIV, los excedentes pesan en todo el mundo y debiéramos partir de esta realidad para entender la naturaleza de nuestra propia crisis.
El uso indiscriminado de la palabra “excedentes” es otra de las claves para entender la naturaleza de la crisis; pareciera que todo lo que producen los viñedos es “excedente”.
La nota de El País, no en vano, hace referencia a la región de Castilla-La Mancha, un viñedo de más de 800.000 hectáreas, en el que una sola cooperativa consume 200 millones de kilos de uva y despacha mas del 90% de sus vinos a granel. No he escuchado al menos crisis vitivinícola en el Priorat, Toro o La Rioja.
En Chile, donde el desarrollo cooperativo es mínimo, son castigados con bajos precios los productores de uva país tanto como los productores de cabernet sauvignon.
En nuestro caso los “excedentes” se personalizan como vinos blancos escurridos y sus variantes más cercanas. No sobran los vinos tintos, no sobran los vinos del Valle de Uco o Primera Zona. Se advierte una nueva coincidencia, “sobra” vino en el mundo y el que “sobra” es de baja calidad.
Ahora bien, ¿quiénes producen estos “excedentes”? Es una buena pregunta ya que para muchos, entre los que no me incluyo, los que “sobran” son justamente quienes producen el excedente.
Según la nota de El País, la Cooperativa Virgen de las Viñas, una de la más grandes del mundo, reúne a más de 3.000 socios y desde que se ha permitido el riego en la región no han dejado de crecer nuevos viñedos de alta producción en grandes extensiones.
Con subsidios o sin ellos, se han generado los “excedentes”. Los pequeños productores, refugiados en las cooperativas, y los grandes, exhaustos por la saturación de ese segmento del mercado mundial.
En Chile, cuenta mi amigo, la posición dominante se alterna entre los productores de uva y la industria sin acuerdos de largo plazo. Nada diferente a lo que pasa en Argentina, aunque al parecer en los últimos años la industria está tomando algunas “ventajas “.
Si no es posible cambiar el paradigma y orientar la producción de modo sustentable hacia la calidad, la crisis será permanente y solo catástrofes, grandes sequías o heladas generalizadas podrán romper ese estado de cosas, aunque sin efectos permanentes. Muchos, entre los que me incluyo, creen que no “sobran” productores de uva, al contrario, será cada vez más difícil encontrar en el futuro, quien sepa podar una viña.
Se debe aprovechar ese capital social y conducirlo a una rápida “reconversión” dentro de un marco global de consenso entre los sectores. Entender la crisis implica diferenciar que “sobra vino de baja calidad” pero “no sobran viticultores”.
En Argentina, mucho se ha hecho pero al parecer todavía no alcanza.