En esta década, el juego de azar creó 40 millonarios en Mendoza. Lo contó Los Andes días atrás. Más difícil es calcular el número de los que quedaron a un paso, esos que tuvieron el pálpito correcto para ganar una fortuna, pero un traspié de último momento estropeó esa posibilidad para siempre.
El Ñato Paredes fue de esos desdichados, aunque tal vez la culpa la tuvo su hermano o lo más probable, como suele pasar con las desgracias, es que al destino lo escribieran ambos.
Paredes era norteño, hacía juego con su apellido y de pibe se hizo albañil. Dicen que era guapo para el laburo, que trabajaba diez horas de corrido bajo el sol de enero y que cargaba sin esfuerzo dos bolsas de cemento sobre el hombro. También cuentan que podía enterrar un clavo a golpe de puño; proezas del oficio difíciles de corroborar luego de 40 años.
“Las manos del Ñato tenían la suavidad de un ladrillo y por gustada nomás, podía enterrar un clavo de un golpe. Cuando algún compañero lo pedía, él hacía el truquito. También sabía cortar alambre sin tenazas, con la maña de doblarlo en un punto hasta juntar el calor para quebrarlo”, me contó don Lucero, que atendía un almacén en San Martín y tenía por costumbre coleccionar historias trágicas: “Todas las semanas el Ñato jugaba al Prode y no salió de pobre por eso mismo, por saber cortar alambre con los dedos”.
Una aclaración: el Prode nació en el ‘72 y cada semana premiaba el resultado del fútbol: una cruz a local, empate o visitante sobre una tarjeta con trece partidos y el que acertaba todo se llevaba el premio mayor. Dar en el blanco era una posibilidad remota y por eso mismo, el Prode hizo varios millonarios, especialmente en su mejor época, la de los primeros veinte años. Luego el juego languideció irremediablemente y así, después de 46 años, en febrero el gobierno nacional decretó su cierre.
Volvamos. Paredes tenía un hermano, el Víctor: tan igual de albañil, de morocho y curtido que parecían mellizos. Sin más familia en San Martín que ellos mismos, se cuidaban uno al otro y, aunque nunca agarraban la misma obra, se veían a la noche, para el descanso en una mesa de bar.
Alquilaban una pieza, compartían gastos y el sueño del Prode: cada semana, el Ñato y Víctor jugaban la boleta, siempre Boca ganador y el resto, un mismo dibujo.
- Así apostaban, una vez uno, una vez el otro, con el juramento de repartir la plata cuando ganasen -me dijo Lucero y oscureció el tono-. Aquella vez, Víctor había postergado el Prode hasta último día y fue camino a la agencia que surgió un imprevisto.
Ahí la historia es difusa, parece que un amigo se accidentó y él decidió ir al Perrupato. El asunto es que Víctor pasó primero por lo del Ñato a encargarle la jugada. “Llegó a la construcción, preguntó y le dijeron que estaba llenando una losa. Lo buscó, no lo encontró y apurado, dejó la boleta entre las herramientas del Ñato debajo de las tenazas y un mensaje: “Jugá vos, después te arreglo”.
Pero por aquello de que casi no precisaba las tenazas el Ñato nunca se arrimó, o se arrimó tarde o tal vez fue todo más simple y sí se acercó pero no vio el encargo. El asunto fue que no jugó la boleta.
- ¿Y salió?
- Salió completa. Un pozo millonario que quedó vacante.
Semejante desencuentro con la suerte fulminó la relación. Los hermanos se echaron culpas y discutieron fiero unos días hasta que uno, no importa cuál, empuñó un cuchillo.
Pararon a tiempo pero nunca más se hablaron. Se fueron de San Martín igual de pobres que habían llegado, pero por caminos diferentes.