Natalio Faingold: la leyenda continúa

El músico regresa con el folclore y el rock para presentar a La Difunta Correa en clave de Oratorio Fusión. Este fin de semana en el Espacio Le Parc.

Natalio Faingold: la leyenda continúa
Natalio Faingold: la leyenda continúa

Antes que nada, la leyenda: “En 1840, en un pueblo llamado La Majadita, vivía Deolinda Correa junto a su marido y su bebé. Un día llegaron las montoneras reclutando hombres para la guerra y su amor fue reclutado. Deolinda es acechada por su belleza y escapa de un comisario siguiendo el camino de su amado, llevando su hijo en los brazos. Después de viajar sola, cae exhausta y muere bajo un árbol amamantando al niño quien sobrevive. Al tiempo, unos arrieros lo encuentran, abrazado a su madre, milagrosamente vivo.

Unos años después, un arriero que llevaba ganado pierde todo en una tormenta. Desesperado se arrodilla en la tumba de Deolinda y le pide ayuda. Al día siguiente, sus quinientas cabezas de ganado aparecen sanas y salvas. Así la Difunta Correa empieza su largo camino en el mundo de los necesitados, ayudando y dando fuerzas desde el desierto cuyano.

Sin que el tiempo haya debilitado el fervor de los promesantes, la mística de la Difunda Correa interpela una vez más al arte.

El mito tiene distintas versiones. La más extendida es que Deolinda salió con su bebé en busca de su esposo, Clemente Bustos, quien había sido reclutado, al parecer por la fuerza, para pelear contra los unitarios en las montoneras del caudillo riojano Facundo Quiroga, alrededor de 1840. Otra versión indica que Bustos fue asesinado por integrantes de las montoneras, al igual que el padre de Correa, y ella huyó hacia La Rioja. En medio del desierto, bajo la sombra de un algarrobo, la mujer murió de hambre y de sed pero su niño sobrevivió amamantándose.

Al día siguiente lo encontrarían tres arrieros que luego diseminaron la historia trágica. A partir de allí, la energía milagrera cubrió el relato. Por eso, el santuario de la Difunta Correa, en Vallecito, San Juan, se parece más a una ciudad fantástica que a un paraje en la provincia más desértica del país.

La noticia es que, esta vez, la Difunta se encuentra con un rockero legendario: Natalio Faingold. Así es: uno de los creadores de “Lamento Boliviano” (y reconocido músico aquí y en el exterior), se aventura hoy en un Oratorio Fusión que actualiza el culto popular.

Cierto: hace tres años que presentó “El Futre”, una opera rock de tema telúrico que subió al escenario del teatro Independencia. Con la adaptación original del jinete sin cabeza, ya Faingold desarrolló su intención de plasmar el folclore y el rock, pero tratando de buscarles “una vuelta de tuerca”.

De modo que, tejiendo sonidos ancestrales con los climas de la distorsión, dio forma a su nueva criatura.

“El Oratorio de Deolinda Correa” cuenta esta historia con música y canciones originales. En la obra participan Sandra Amaya (voz), Seba Rivas (guitarras), German Pena (bajo) y Didier Turello (batería).

“El género es un ‘oratorio fusión’ porque mezcla rock y folclore -explica Faingold-. Después de haber hecho “El Futre” se me ocurrió seguir con el proyecto y convertirlo en una trilogía de mitos y leyendas de nuestra tierra llevados al lenguaje musical, que es mi lenguaje. El tercer mito no lo tengo definido, pero ni bien termine con Deolinda, me pondré a trabajar en ello”.

-¿Qué diferencia en términos artísticos a El Futre con Deolinda?

-El Futre es música más contemporánea y clásica; y esto es más rock y folclore. Sandra Amaya, en la voz, le da un toque de tierra y profundidad que era lo que necesitaba la historia. Este show tiene mucho de Altablanca (banda mítica del rock mendocino, de la cual Natalio formó parte), por la libertad musical. La conexión que yo tenía con Mario Mátar entonces, ahora la encuentro en Sebastián Rivas.

-¿Qué fue lo que te atrapó de la historia de la Difunta?

-Es la metáfora de un amor truncado. Un amor truncado por la violencia, eso que siempre sufrió nuestro país. Si no eran los sables, los desaparecidos, el dolar blue... peleas donde siempre salieron perdiendo los más débiles. Esta historia de la Difunta también me dejó marcado, porque representa lo que es la vida: una mamá que muere dejando amor. Además, yo no quise que quedara en el mito, en el monolito, si no que fui detrás de la persona. Por eso el concierto se llama Deolinda y no La Difunta.

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