El narrador de anécdotas hechas libros

De su padre heredó el gusto por las historias y así amasó las suyas propias. Con ellas ya escribió dos volúmenes y va por el tercero. También es un amante del mundo ferroviario: “Mi sueño es volver a viajar a Buenos Aires en un tren de pasajeros”, confies

El narrador de anécdotas hechas libros
El narrador de anécdotas hechas libros

Rubén Lloveras, de 52 años, es un personaje de barrio de vuelo bajo, que sabe de todo pero no lo demuestra, fiel a su estilo de bajo perfil, pero que ha conseguido dar pasos bastante trascendentes, como haber escrito 2 libros en un año y tener otro en preparación.

Quienes lo frecuentan en Facebook habrán accedido a un sinnúmero de sucesos que vuelca en la red social, algunos de origen policial, otros que reflejan relatos del pago chico y muchos dedicados a dos de sus desvelos: el fútbol y Huracán Las Heras, el equipo de sus amores.

La dedicación por los relatos, algunos mínimos, otros más importantes, le vino de su padre, Abel Humberto, que fue un trashumante empleado de YPF, ya fallecido. “Papá era gran contador de historias en los almuerzos de domingo en el barrio Infanta donde vivíamos, y esas narraciones me fueron fascinando y sirviendo de base para acumular episodios de variada índole”, cuenta Rubén.

Una de las primeras narraciones que le impactó de su padre fue el misterio del callejón Palacios, donde en 1934 desconocidos mataron a un “cochero” (un taxista de hoy), lo que motivó una amplia cobertura en el diario La Palabra. “Alguien pintó una cruz negra en la pared donde encontraron el cuerpo del trabajador y a partir de ahí se alimentó la leyenda de que en ese lugar, entonces un descampado, aparecía el muerto asustando a los transeúntes”.

Esa tragedia, fabulada un poco por el progenitor de Rubén, fue como un disparador, pero la vocación de buscar sucesos partió en varias direcciones.

Otro de los escenarios que alimentó su imaginación y ganas de escribir fueron los tablones de la cancha del Globito. “Yo escuchaba a mi papá que comentaba con sus amigos sobre un determinado partido o un jugador en particular, y eso también despertó mi inquietud por profundizar sobre Huracán”, apunta.

La lectura

Todo lo visto, escuchado y analizado hubiera quedado en su cabeza y en la anécdota, pero lo volcó en su ópera prima que tituló “La historia de un grande”, condimentando lo deportivo con datos de color y un sintético contexto histórico.

Reconoce que no hubiera podido escribir una línea de no haber sido un voraz lector. “No digo que redacte de manera brillante pero la experiencia de la lectura pulió mi forma de contar las cosas”, explica. Libros de ciencia ficción, la historia mendocina y también la argentina, y otros escritos de índole general, disciplinaron vicios en la forma de escribir y lo ayudaron a ceñirse a lo objetivo y digno de ser contado.

“Aprendí mucho -agrega- a través del anuario de los cien años de Los Andes, de 1982. Muchos temas los investigué a partir de esa entrega de vuestro diario y así profundicé en el asesinato de Carlos Washington Lencinas y en otros episodios que me llamaron la atención”.

Lloveras insistió en la temática deportiva para su segundo texto, que llamó “Historias y relatos del deporte de Mendoza”, que fue presentado en la reciente Feria del Libro. En este libro, de 223 páginas, vuelca entrevistas a mendocinos que se destacaron, varios ya fallecidos, como Osvaldo Pedro Cursi (básquetbol), Salvador Ataguile, el boxeador Mario “Cirujano” Ortiz, Medardo Sosa y el pintoresco árbitro de fútbol, Ítalo Pivetta.

En la obra también explora hechos curiosos del historial, como la última vez que se usó la pelota de cuero en una cancha (en 1938), o cuando peleó en Mendoza José María “el Mono” Gatica o la inauguración del primer túnel en un estadio mendocino (Maipú, 1935).

Le preguntamos si alguno de los diversos relatos le llegó más que otro y no duda en evocar la triste   existencia de un guardameta de Independiente Rivadavia que se llamó Herminio Alberto Lodi. El arquero fue golpeado en la cabeza involuntariamente en una acción de juego y sufrió una lesión cerebral de la que nunca se pudo recuperar. Corría 1942.

“Quedó prácticamente ciego, sordo y mudo y cuando tuvo una mínima recuperación, un año después, se tiró a las ruedas de un tren en la estación Tamarindos, la que está frente a la plaza Marcos Burgos. Esa historia me golpeó mucho, porque Lodi era amigo de papá y de la familia”.

Otra de las vivencias de Rubén es el ferrocarril. No sólo trabaja en el área de Comunicación y Sistemas de América Latina Logística (ALL), en la estación de Palmira, sino que además es un estudioso de este medio de transporte, de los ramales, la operación en sí y los elementos rodantes (vagones, locomotoras, etc). “Mi sueño -acota- sería volver a viajar en un tren de pasajeros a Buenos Aires, lo que por ahora no está ni remotamente cerca”.

Para no perder el entrenamiento de escribir, tiene los borradores muy adelantados de su tercer libro, que se llamará “Hechos y anécdotas del fútbol de Mendoza”.

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