No es necesario ver películas viejas argentinas o mirar Mirtha Legrand, simplemente caminando por la Quinta Sección de nuestra ciudad podemos ver mujeres dedicadas al servicio doméstico, vestidas con los trajes propios de las mucamas. Y es que a algunas clases sociales les encanta la diferencia y que sea visualmente notable.
Siempre me llamó la atención en Chile esa costumbre aun más arraigada que acá. Las llamadas nanas o niñeras vestidas con trajecitos negros y blanco con los cochecitos de un lado a otra, dando amor y compañía a niños que algún día, en cuanto puedan, las tratarán como empleadas o peor, como sirvientas. Porque la diferencia, además de prendas, es semántica también, una cosa es decir “la doméstica”, otra “la empleada”, otra “la chica que me limpia” y otra “la sirvienta”, ni hablar de “la criada”.
En la película “La Nana” (Chile, 2009), que recién llega a mí por medios electrónicos, se cuenta la historia de la niñera de una familia de clase alta de Santiago de Chile.
Raquel, trabaja desde hace veinte años en ese mismo hogar, ha visto crecer a los niños y tiene toda la casa bajo su control, hasta que sus fuerzas menguan y entonces empiezan los problemas.
Es una película realista, que podríamos encasillar en la comedia dramática, pero con un tinte de cinismo que no logro saber si es planteado por el director o se percibe para quienes no podemos pensar en personas como empleados/esclavos al nivel que plantea la película; que naturaliza esa relación de dominación también en sus símbolos.
La nana come en la cocina, duerme en una piecita mínima destinada a la servidumbre y despierta a sus amos con el desayuno en la cama, a todos los amos. Y ojo que no son malos esos amos, pero se comportan como tal, con naturalidad. Quizás sean esos los peores amos, el amo bueno, que hasta niega la posibilidad de dialéctica.
Ese, sin embargo, no es el eje o conflicto de la película, sino cuando la nana se enferma.
Qué enfermedad tiene exactamente no se dice: o es sólo una loquilla que no quiere perder poder dentro de su propia realidad o es una mujer transitando la menopausia en un contexto que no la ayuda. Da la sensación de poder interpretarse mejor de lo que está allí, pero no sé si fue la intención del director, de la historia o es tan sutil que sugiere y no explica. Lo cierto es que la película muestra una realidad cínica, pero realidad al fin.
El festival de Sundance la reconoció con el “Gran Premio del Jurado”. Lo he dicho en más de una oportunidad, el cine chileno se las trae, y este es un ejemplo.