Ya nadie come temprano para ir a la cancha

El fútbol fue una religión para los hombres mendocinos durante décadas. Había pertenencia con los clubes locales y la gente colmaba los estadios. La pérdida de los potreros, la llegada de la televisión y la violencia hicieron que eso se fuera perdiendo.

Ya nadie come temprano para ir a la cancha
Ya nadie come temprano para ir a la cancha

El progreso y la televisación fueron atentando contra una de las grandes pasiones de los mendocinos durante el siglo pasado: el fútbol. Una costumbre que estaba muy arraigada en la cultura de nuestra provincia y que fue perdiendo peso con el paso del tiempo.

Hasta la década del '80 y apoyado en una usina generadora de talentos como eran los viejos potreros, los mendocinos fueron consiguiendo tener una identidad y trascendieron a nivel nacional.

La gente con mayor edad rememora, con mucha nostalgia, aquellas épocas en las que había que ir sin comer a las canchas porque las tribunas se superpoblaban. Quién no recuerda la revolución que causaron los Viejos Nacionales con la oportunidad de bailar a los grandes de Buenos Aires. Allí a nadie le importaba el color de la camiseta: todos éramos de Mendoza. El Gimnasia de los '70, el San Martín de los '60, la Lepra del '83, son símbolos de lo que digo. Muchos alguna vez tuvimos que volver a la casa sin poder sacar la entrada o esperar a que abrieran las puertas en el entretiempo y ver un partido pegado a la tela.

Salir campeón de la Liga Mendocina era como ganar un Mundial. Los festejos eran en San Martín y Garibaldi, una esquina que ahora está reservada sólo a River y Boca. Los chicos en las calles, cuando jugábamos, queríamos ser Legrotaglie, no Maradona; Pedone o Reggi, no Fillol o Gatti. No había televisión. Sólo la radio nos traía "imágenes" de lo que pasaba y los diarios eran el lugar para conocer cómo se había movido nuestro equipo.

Había un sentido de pertenencia casi ideal. La competencia era tan exigente que los clubes "importaban" jugadores de otras partes del país. Así, por ejemplo, llegó el Cholo Converti, que venía de haber sido subcampeón de AFA con Banfield. Así, Gimnasia disfrutó del Loco Fornari, quien estuvo en la selección argentina que se clasificó al Mundial 1974, e Independiente pudo ver en su cancha a un talento inolvidable como Carlovich.

Los clubes locales eran los habituales protagonistas de las páginas y las tapas de Los Andes.

La Capital, hasta mediados de siglo, y la periferia, hasta hace poco, estaban plagadas de lugares en los que los jóvenes podían jugar un picadito. Los tan queridos potreros y eso colaboraba para que los clubes se fueran nutriendo de jugadores de nivel.

El progreso lógico de cualquier ciudad se fue llevando estos espacios tan entrañables, y eso coincidió con la llegada de la televisación y la creación de torneos (B Nacional, Argentino A, Argentino B, Torneo del Interior) que fueron atentando contra la competencia local. Un cóctel explosivo para que la gente comenzara a alejarse de las canchas.

Si no fuera porque Godoy Cruz ha llegado a lo más alto y eso trae a la provincia a los equipos más importantes del país, las canchas apenas se llenan a la mitad o menos. Ir a la cancha ya no es un plan familiar. Mucho tiene que ver la violencia, pero también la superpoblación de oferta (700 partidos por fin de semana en la televisión). En las mejores épocas, el fútbol se jugaba sólo los domingos y la Liga ponía un clásico los sábados. Hoy se juega hasta los lunes y en horarios estrafalarios como a las 22 horas.

Por historia, por tradición, el fútbol no morirá. Cada uno de nosotros seguirá sintiendo pasión por una camiseta, pero jamás volverá la fiebre de aquella época.

Los potreros se cambiaron por escuelas de fútbol (con el gasto económico que eso significa para las familias), los torneos de la Liga ya no seducen y el sillón de la casa es más cómodo y seguro que el escalón de una tribuna. La violencia también ha jugado un papel importante. Las tribunas se han convertido en el ámbito laboral de muchos que ven en la delincuencia su modo de vida.

"¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones a las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?"... "¿Qué sería del fútbol sin el hincha?... "El hincha es todo en la vida...", con ese monólogo cierra Discépolo la película "El Hincha" estrenada en 1951. Para pensar.

Además los jóvenes, Play station mediante, saben la formación del Barcelona o del Milan (equipos de los cuales compran las camisetas) y no de Huracán Las Heras o Algarrobal.

Ya no hay quienes sean capaces de donar toda la plata ganada en la lotería para su institución, como cuentan que hizo el Loco Julio con Godoy Cruz.

Simplemente porque el fútbol ya no es una costumbre. Sencillamente, porque ya nadie debe comer temprano para ir a la cancha.

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