Ñacuñán, reserva de biosfera a proteger

Los Estados nacional y provincial deberían esforzarse y tratar de otorgar más presupuesto para el mantenimiento de la reserva.

Ñacuñán, reserva de biosfera a proteger
Ñacuñán, reserva de biosfera a proteger

A comienzos de este mes se desarrolló en la Reserva de Biósfera de Ñacuñán (Santa Rosa) una jornada de iniciación en la observación de aves, una actividad que es habitual en la zona y que fue declarada de interés por la Cámara de Diputados a instancias de la legisladora Claudia Bassin (UCR).

Estos encuentros se hacen para que más amantes de la naturaleza y turistas puedan disfrutar de esa actividad y de las características que posee la reserva de Ñacuñán, distante a 160 kilómetros al sudeste de la capital provincial.

Es la forma de crear conciencia sobre ambientes únicos en el mundo, aunque muchas veces no meditemos sobre ellos ni sepamos de las dificultades que existen para gestionarlos y mantener lo mejor posible, su inconmensurable riqueza de fauna y flora.

El lugar es básicamente un bosque nativo de algarrobo (Prosopis flexuosa), que por fortuna se encuentra en etapa de recuperación después de la tala indiscriminada que sufrió desde principio de siglo XX hasta 1937. Este árbol era utilizado para la extracción de leña y carbón que abastecía el ferrocarril y la ciudad.

En la Reserva de Ñacuñán la vegetación crece sobre suelos arenosos y arcillosos lo que determina dos comunidades bien diferentes: los algarrobales y los jarillales respectivamente. El estrato arbóreo acredita abundancia de algarrobos y chañares; en la faz arbustiva predominan jarilla, llaullines, verbena áspera, zampa, piquillín y atamisqui.

La fauna es muy rica, sobre todo de aves. La abundancia de algarrobos determina la existencia de diversas especies por cuanto el sitio provee refugios para la nidificación y alimentación. Es posible apreciar el gallito copetón, la monterita de collar, el yal carbonero (especie endémica del Monte Central), tres especies de pájaros carpinteros, picapalos, sietecuchillos, diuca, chingolos, calandritas y canasteros. Entre los mamíferos, abundan los cuises, piches y los ratones de campo, además de la vizcacha, la mara y el tuco-tuco. Y no faltan zorros grises, hurones, zorrinos, gatos monteses y del pajonal.

Resumiendo, en este enclave santarrosino conviven aproximadamente 191 especies de vertebrados y más de 400 especies de invertebrados, ya sea de manera permanente o transitoria. Dentro de los vertebrados, 136 son especies de aves, 31 de mamíferos, 20 de reptiles y 4 de anfibios.

Este increíble hábitat de animales, pájaros y cubierta vegetal de todo tipo, se encuentra bajo la administración del pionero Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas (Iadiza), institución de ciencia y tecnología de triple dependencia (Conicet,  UNCuyo y Gobierno de Mendoza).

Un biólogo, Pablo Andrés Cuello, es el coordinador del espacio.

Por ser un área natural protegida (ANP), Ñacuñán forma parte de ese sistema, gestionado por la Dirección de Recursos Naturales Renovables dependiente del Ministerio de Tierras, Ambiente y Recursos Naturales, Gobierno de Mendoza). De esta institución depende el esforzado cuerpo de guardaparques, con personal en Ñacuñán desde 2009, en quienes recae la responsabilidad de proteger este paraíso natural, es decir  aplicar la Ley de Áreas Naturales Protegidas (Ley 6045/1993) mediante acciones de fiscalización y control.

En el mundo existen  686 reservas en 122 países. En la Argentina existen 15 reservas que representan a 10 provincias y en nuestro territorio es la única reserva de biosfera. 
Lo penoso que este maravilloso escenario no se cuida ni se mantiene solo. Se necesita presupuesto para todas las acciones y estudios que hay que desarrollar en su perímetro, y pese a estar reconocido por la Secretaría de Ambiente de la Nación, no cuenta con fondos de esa procedencia ni de la provincia. Sí tiene una asistencia económica vía Iadiza y el mismo Estado provincial realiza ocasionalmente algunos aportes. Una posibilidad es que la asistencia  económica para el Fondo Nacional para el Enriquecimiento y Conservación de los Bosques Nativos pudiera ser derivada a la reserva y de esa manera aportar a su mantenimiento.

Sería una forma de contribuir a que perdure en el tiempo y muchas generaciones de habitantes disfruten de su existencia y la comunidad científica abreve e investigue en su riquísimo patrimonio, que es casi único.

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