“A algunos les encanta dividir. A nosotros nos gusta unir”, nos había dicho Joaquín Guevara, el joven de ideas claras que comparte con Juan Cuchiarelli la dirección musical del Acto Central. Ambos comparten esta cosmovisión: se puede abrazar diversos géneros en una misma sintonía, se puede poner pop la chacarera, electrónico el malambo, cuyano el rock. Él viene nutrido de la música clásica y del folclore. Cuchiarelli destaca en el jazz. Se conocieron como Niños Cantores y estudiaron juntos Dirección Orquestal.
Saben que aquí la música está en función de la Fiesta. Que este no será su trabajo más original. Pero entienden la aventura que implica musicalizar el ritual atávico de su provincia. Y esta es una Fiesta dirigida por Vilma Rúpolo: lo originario, lo latinoamericano y el bloque joven son claves a la hora de pensar en el repertorio que, por cierto, debe contener un alto personaje de composición propia.
Entonces, de entrada, la “Cueca de la Viña Nueva” se pone fresca, sin dejar de ser ese hit de Palorma que todos corean.
A medida que la fiesta avanza hay algunas zonas de más audacia: la música incidental que resuelve transiciones entre un cuadro y otro es envolvente, inmersiva, en base a un formato adecuado de pequeña orquesta clásica. Y hay, además, una formación para el repertorio popular.
La base rítmica es potente. La tríada de percusión y línea de cuerdas cuyanas (comandadas por Exequiel Sandoval), puro pulso vital y patio cuyano.
Esa guitarreada con sabor a parra estuvo expresamente buscada por los directores. Porque más allá de la zamba “Exaltación del vino” de Leandro Lacerna (cantada por Javier Pulpo Montalto), de la “Chacarera mendocina” con guiño de gato de Sebastián Garay, hubo un bloque típico plasmado por el gato puro de Lisandro Bertín cantado por Nahuel Jofré y culminado por Sandra Amaya y Patricia Cangemi cantando como ellas saben, con timbre de peña, el otro hit de Palorma: “Póngale por las hileras”.
Las cuecas, pues, fueron las protagonistas del repertorio folclórico. Y cada cual con su vuelta. Una más popera, una más estilo Orozco- Barrientos (ese que los directores llaman “cuyana-ciudadana”) y una con gusto a tinto y tierra.
Dos momentos para el vuelo. Uno: la cantora Sandra Amaya en medio del escenario central, cantando en Millcayac con su tambor huarpe. La canción, compuesta por ella, “Celebración”, está intervenida por el canto ancestral del joy joy.
Dos: en el centro del bloque joven, la sorpresa. La imagen y la voz de Rodrigo Cara, el líder de la Skandalosa Tripulación, fallecido en diciembre de 2016. Familia y banda de “El Cebo” facilitaron las grabaciones vocales y, así, el extrañado artista sonó en “Constelación del vino” junto al ensamble de la Fiesta, que interpretó la música de dos temas skandalosos en vivo.
¿La tonada? Una antiquísima de Hilario Cuadros, “La estrella brillante”, interpretada por la cristalina voz de Julieta Cangemi, que le da paso a la Virgen de la Carrodilla. ¿El tango? Una contundente versión del “Adiós Nonino”de Piazzolla, acariciado por el bandoneón de Fabrizio Colombo.
Puede que el popurrí latinoamericano suene puesto por obligación y desencante. Que el segmento de la inmigración padezca de obviedades y que la elección de la milonga “Azúcar, pimienta y sal” (“carita de muñeca/cabecita hueca”) no sea la más atinada de cara al 8M.
Ah, el malambo... Tres, en realidad. Un primer malambo da la entrada al cuadro de la industria vitivinícola y allí el músico Daniel Martín mete máquinas, interviene el “Bolero” de Ravel y explota la veta rock-electrónica sobre el concepto de la fuerza del vino. El malambo del cuadro sanmartiniano afirma la marcha de la libertad después de un preludio onírico. Y, finalmente, el zapateo con toda la orquesta a pleno asegura el aplauso. Un extra: por fin, hubo malambo femenino en la danza.