Conceptualismo, posminimalismo, neotonalismo, poliestilismo. Todas estas palabras (y otras más) hablan de una cosa: de la aventura que empezó la música académica más o menos a mediados de la década del '70 o, dicho de otra forma, después de que las vanguardias trizaran todos los principios de la música tal como hoy la conocemos: la tonalidad, el ritmo, la melodía, todo...
Es probable que usted lea "música contemporánea" y entre en dudas. Es que el mismo público que disfruta de un Mozart, o incluso del sacudón sísmico de un Stravinsky, es el mismo que se escapa horrorizado ante una pieza de, por ejemplo, Philip Glass (como en una famosa escena de Los Simpsons que quizás alguien recuerde).
Cualquiera puede comprobarlo: La aceptación general que le siguieron a las vanguardias plásticas y literarias (piensen: desde Picasso a Apollinaire) nunca llegó a la música. Muchos piensan que, al ser un lenguaje abstracto, se creó una muralla que no logró resquebrajarse a través del tiempo. Al contrario: todo lo que siguió después de eso fue una separación cada vez más marcada con el público general, una muralla más alta, o perderse más en un laberinto.
Hoy en día el público de esta música es reducido. Sin embargo, como en una cinta de moebius, las caras que parecen separadas de repente se pueden unir. Hoy vemos que, de alguna forma, los exploradores del sonido de la academia convergen con las búsquedas de algunos artistas que probaron con el experimentalismo, y que son considerados populares, y algunos también masivos.
Quizás los músicos que, bajo el rigor de partituras y softwares complejos, trabajan en el IRCAM (el instituto de investigación sobre acústica y música que fundó Pierre Boulez) no estén tan lejos de las indagaciones de músicos como Björk, Brian Eno o, más cercana a nuestra geografía, de los loops y la mística ambiental de Juana Molina.
Y a la inversa también: quizás al público que admira la psicodelia y el viaje sonoro de estos músicos le interese descubrir el trabajo de compositores que, desde la academia, ponen un granito de arena para mostrarnos que las posibilidades de la música no están agotadas, que son muchas y que desbordan todo el tiempo.
El jueves que viene, en un concierto que dio por llamarse "En el brazo de Orión", varios compositores mendocinos nos demostrarán que la música contemporánea está viva y que no es un organismo en coma que se mantiene vivo artificialmente, que es como la definió algún ensayista no hace mucho.
Ellos son Rodrigo Emiliano Maturana Fóscolo, Nicolás Arnáez (que hasta el miércoles estuvo mostrando sus experimentaciones en el Espacio Contemporáneo de Arte) , David Bajda y Jorge Hernaez, Mauricio Gastón Lúquez Márquez, Mauro Andrés Echegaray, Matías Gutiérrez Brunet y Rodrigo Salomón.
Ya sea con el sonido que hace el espermatozoide al facundar, con el código morse, los ritmos naturales de las diferentes lenguas o la duración de las órbitas de los planetas, estos compositores adaptaron conceptos y experiencias que vuelan por la realidad más inmediata y los transformaron en arte: en materia organizada sobre un suelo musical.
La ficha
"En el brazo de Orión"
Música contemporánea
Fecha y hora: Jueves 18 de agosto, a las 21.30
Lugar: Teatro Independencia (Chile y Espejo)
Entrada: $50