“A la muerte habría que matarla”, escribió, en el comienzo de los ochenta, Osvaldo Ardizzone, grandioso periodista argentino, capaz de contar en una oración cómo era el dolor humano entero. El dolor humano entero que ahora impacta a tantos con la muerte de Tito Vilanova, 45 años, jugador y entrenador; un hombre que coleccionó reconocimientos y cariños, en un espacio, el del fútbol, que significó mucho en su vida.
Director técnico con ideología y con un irrompible buen gusto, Vilanova creció, se desarrolló y fue percibido con un afecto inmenso como símbolo del Barcelona en un tiempo esplendoroso de esa institución a la que también él quería muchísimo.
Como dicen y como saben quienes caminaron cerca de sus pasos en el club culé, en su comprensión del juego estuvieron las esencias que el universo conoció a través de la voz y de la acción de su amigo Pep Guardiola: el estilo radiante del Barcelona, el fútbol audaz, delicado, dinámico, capaz de construir una conjunción entre los mejores pasados y las mejores modernidades de la pelota.
En su sangre corría el color azulgrana. Su ADN era completamente del Barça. Aunque como jugador pasó casi desapercibido, desde que se decidió a ser técnico estuvo ligado al club catalán. En 2012 vio su sueño cumplirse cuando sucedió a Guardiola, su mano derecha por tantos años, como entrenador y una temporada más tarde, en la 2012/2013 vivió el clímax de su carrera, al lograr la Liga española con Barcelona.
Pasó como jugador, es cierto, sin llamar la atención. Pese a que llegó a La Masia en 1984, mismo año en el que lo hizo Guardiola, en Barcelona ese volante que muchos decían tenía buena técnica sólo llegó al equipo filial y apenas pudo disputar tres amistosos con el equipo superior en la temporada 88/89.
Su destino estuvo en el Celta de Viga, donde desarrolló sus únicas tres temporadas en Primera, de 1992 a 1995. El resto de sus pasos fueron en las categorías de Ascenso: representó a Figueres, Badajoz, Mallorca, Lleida, Elche y Gramenet.
Pero estaba intrínsecamente ligado al Barcelona y por eso, tras iniciar la temporada 2001/02 en el Gramenet -otro de los clubes de la comunidad catalana-, se sumó como entrenador a La Masía. Se hizo desde abajo.
Pero tuvo el lujo de dirigir a grandes. En aquel Cadetes B que dirigía jugaban Gerard Piqué, Cesc Fábregas y Lionel Messi. Aunque en los años siguientes su carrera como técnico siguió en clubes como Palafrugell, Figueres y Terrassa, cuando Guardiola necesitó un colaborador en 2007 para el Barcelona B no dudó de que el nombre de Tito fuera el indicado.
Con Barcelona B, Tito y Pep se consagraron campeones de Tercera División y disfrutaron de los años más maravillosos del ciclo más exitoso del fútbol mundial con la Primera del Barça, con 14 títulos.
Juntos, a Vilanova y Guardiola no hubo certamen que se les resista. Liga de España, Copa del Rey y Supercopa española, en el plano local. La gloria y el reconocimiento internacional llegaron con la obtención de dos Copas de Campeones de Europa, tres Supercopas europeas y dos Mundiales de clubes.
Cuando el 27 de abril de 2012 Pep anunció que dejaría de ser el director técnico de Barcelona, la dirigencia no dudó en continuar el ciclo más exitoso. Y para eso no vaciló en recurrir a Tito, que se corrió del asiento de asistente para ocupar el de entrenador principal el mismo día en que se daba a conocer el alejamiento de Guardiola.
Un año duró la aventura de Vilanova al mando del primer equipo. La conclusión fue un título de Liga, la última que ganó el club blaugrana.
Por su enfermedad, en momentos de esa liga, el equipo quedó en manos de Jordi Roura. Vilanova, por su enfermedad, debió viajar a Nueva York como parte de su lucha. Pese a este contratiempo, Barcelona pudo realizar la mejor vuelta en la historia de la liga, con 18 triunfos en 19 presentaciones.
Querido en cada lugar donde paseó su saber y su entender sobre el fútbol, Tito Vilanova murió con millones diciendo que se lo valorará siempre. Pura justicia: se lo recordará mucho.