La semana pasada, el "Bimbo" llamó por teléfono -pasada la medianoche- a un pariente lejano pero amigo muy cercano y le pidió que lo fuera a visitar, inmediatamente. No era para nada en particular, sólo quería hablar. Cuando se encontraron, mencionó con alegría contenida a todos sus hijos, mientras se acordaba nostalgicamente de su amada esposa, "Coquita", que lo acompañó siempre y en todas, hasta en el exilio cuando cayó Perón.
Le pidió a su amigo que se llevara todos los libros que quisiera de su enorme biblioteca y, un tanto fatigado, se despidió de él con las siguientes palabras: "Ninguna división vale la pena, ni entre peronistas y radicales, ni entre kirchneristas y antikirchneristas, ninguna, la única que vale la pena es la que separa a los de buena leche de los de mala leche; el resto de las divisiones son todas soslayables".
Don Alberto Serú García fue peronista desde que nació el peronismo pero jamás verticalista. El justicialismo fue su forma personal de apostar por la libertad, no por la obsecuencia o la sumisión.
Nació en Italia, pero de muy niño llegó a Mendoza para no marcharse jamás. Conoció a Perón en 1945 y nunca dejó de ser fiel a sus ideas, hasta su muerte ocurrida ayer a sus jóvenes 92 años. Y seguramente seguirá siendo peronista en el más allá, donde le seguirá discutiendo al General.
En los últimos años del segundo gobierno peronista (1952-55), lo defendió desde la presidencia del bloque provincial de diputados del PJ, pero después del golpe defendió al peronismo aún más. Creó radios y diarios clandestinos, estuvo preso, marchó al exilio, fue un resistente sin fisuras.
Sin embargo, cuando se encontró con Perón en Caracas, durante la Navidad de 1957, en una reunión con sus más cercanos colaboradores el General se quejó por las crecientes divisiones entre sus seguidores. Todos asintieron con la cabeza menos el "Bimbo", que le dijo:
"Mi general, usted tiene razón en que todos estamos divididos, pero la culpa principal es suya porque nos dice una cosa distinta a cada uno y después se queja de que nos andamos peleando entre nosotros".
Contaba don Alberto que Perón no le dijo nada pero lo miró mal y desde ese día no lo tuvo más entre sus colaboradores cercanos. No obstante, él siguió siendo peronista a su modo. A lo mendocino.
En 1960 fundó en la provincia el partido Tres Banderas y luego el MPM (Movimiento Popular Mendocino) desde donde inventó el "peronismo sin Perón", porque estaba convencido de que la doctrina justicialista, aún más que Perón, era lo que permitiría al movimiento trascender históricamente.
Claro que al General eso no le gustó nada, por eso cuando Serú García se presentó en 1966 como candidato a gobernador, le mandó nada menos que a su esposa Isabelita para hacerle perder las elecciones.
En aquellos momentos fue muy criticado por los verticalistas ortodoxos como luego lo sería por los jóvenes "revolucionarios" que se decían -ambos- leales a Perón hasta la muerte, aunque, tiempo después, no dudarían en matarse entre ellos para que Perón optara por unos u otros.
No peleaban por la doctrina, sino por la herencia. Mientras que el "Bimbo", que jamás peleó por ninguna herencia, siguió siendo peronista hasta la muerte porque creía de veras en el ideario justicialista que otros usufructuaban para fines personales.
Uno podía pasar horas con él, escuchando con qué amenidad contaba su historia política mientras regalaba, generosamente, recuerdos y consejos acumulados en su larga experiencia. Era un manual viviente del peronismo, pero del peronismo como ideal, como reivindicación de los humildes, como estrategia política para construir una gran nación. Así lo veía él y todo lo narraba con gracia singular, con la chispa y picardía del que había pasado por todas.
Cuando sus amigos -que los tenía de todas las ideologías y partidos- le festejaron sus 90 años, el "Bimbo" les dijo que no sabía si era bueno o malo haber vivido tanto tiempo, pero que había sido muy difícil. Agregó, con un dejo de sabio humor, que cuesta mucho transmitir la experiencia propia, pero que transmitir la experiencia de envejecer era imposible. Sin embargo, todos los que tuvieron la suerte de escucharlo, no podrán ni querrán olvidar sus infinitos consejos.
Hoy Mendoza despide a un político digno, un defensor de las instituciones y las doctrinas por encima de las personas. También, a un dirigente que siempre hizo política gastándose en ella hasta el último peso que ganaba en su profesión privada, en vez de actuar como ésos que hacen política para su enriquecimiento personal.