Las cejas pobladas y retintas; el pelo azabache; la mirada como una noche de estrellas en plena montaña, a veces lejana, a veces tristona, siempre con un no se sabe qué de inalcanzable: un misterio. No era raro, entonces, que le dijesen “el Negro”. El ‘Negro’ buenazo, dulce, el de la voz mansa y sin estridencias. El ‘Negro’, que de tan piola nunca marcó distancia entre él y el escenario; entre él y sus colegas; entre él y los que lo conocíamos del universo del arte mendocino.
Pero vean: el ‘Negro’, detrás del apodo común y corriente, se dio por años a la tarea insólita de construir un catálogo de fantasías animadas. Las volvió títeres, narices de payaso, tiendas de circo, sombreros bombines, camisetas rayadas, utelerías estrafalarias, palabras contadas como susurros, climas de suspenso, risas colectivas, chistes buenos y malos. Así, con las manos llenas de esa espesura tan poco común, le abrió el telón a las funciones para los chicos de toda la provincia.
El ‘Negro’ hoy, aquí, entre estas letras es (y será) Ricardo Guiñazú; uno de los creadores de una compañía ineludible del teatro en la provincia: La Pericana.
Ricardo, junto a su mujer y compañera de elenco Mirta Rodríguez, es parte de la generación que aquí en Mendoza llamamos del “afianzamiento del teatro independiente”. Promediaban los ‘80 y, mientras Walter Neira, Víctor Arrojo y más de su generación buceaban en las poéticas para adultos, Guiñazú, Rodríguez, los hermanos Martínez (Sergio y Claudio) hacían lo propio en el teatro para niños.
De esa efervescencia surgió La Pericana que se nutría (y nutre) de las técnicas del circo, el teatro popular y los títeres.
El listado de prodigios que Ricardo y Mirta montaron en los escenarios de Mendoza y el país es larguísimo. Y, entre esos aportes, hay algunos que fueron hitos. Pues La Pericana no sólo se limitó a agitar a los chicos con sus funciones para chicos sino que exploraron poéticas, llenaron nuestros ojos de imágenes y sonidos que antes no habíamos transitado, y sembraron el camino para los creadores que hoy recogen esos guantes.
Los primeros tiempos de La Pericana tenían al titiritero Tony Maslup como integrante. Con él se montaron obras como “Las naranjas vienen secas” -con música original de Claudio Brachetta- o “Guarda con el gualicho”.
Y, en el ‘97, llegó uno de los grandes aportes de la compañía a la historia teatral mendocina: “Abran cancha que aquí viene Don Quijote de la Mancha”. La puesta instaló al clásico cervantino en una poética cirsence divertida y ajustadísima; en la que actuaban los muy jovencitos Luciano García (hoy director y dramaturgo de Dos Huérfanos), Diego Martínez , Lucas Nazrala, Marta Neme (actriz favorita de García en Dos Huérfanos), Rodrigo Toledo y Jessica Torrijos (la mujer que es cita obligada del teatro concert).
Al año siguiente llegó "Martín Fierro a la frontera... un circo a su manera", obra con la que La Pericana -junto a La Troupe Trueque que componían Fabián Castellani, Gustavo Muñoz y Víctor Di Nasso- se instaló cómodamente en el terreno de la revisión crítica de temas sociales dirigida a los niños.
Con la llegada del tercer milenio siguieron probando y estrenaron "Circo de ángeles". ¿La novedad?: la inclusión del teatro negro en la poética visual y narrativa de los espectáculos para chicos (asunto que hoy Pájaro Negro, la compañía de Pablo Longo, desarrolla con holgura).
En 2003 Ricardo y Mirta decidieron otro salto al vacío que terminó en éxito. Fue la obra “Según lo dijo López… en el país de las cosas perdidas”, una obra escrita por Pablo Longo, y dirigida por Walter Neira, que se estrenó en 2003 y -según recuerda esta cronista- es la única en la que Guiñazú y Rodríguez se aventuraron en el universo adulto con La Pericana.
El ‘Negro’ era manso pero inquieto. No sólo probó dirección, actuación y música sino que en 2006 debutó como titiritero con “Como dice el dicho”, sobre una leyenda mapuche situada en la Patagonia (“siento por ese lugar un afecto muy especial porque es parte de mi historia”, nos contó un par de días antes del estreno).
El miércoles pasado, luego de un largo tiempo de melancolía, Ricardo decidió terminar su historia. Y, anoche, luego de 24 horas de agonía, falleció rodeado de quienes lo aman. Con él se cierra el telón de una pródiga y espesa trama de creaciones, una etapa de efervescencia que dejó la semilla de lo que hoy cosechamos. El teatro en Mendoza está vivo y el ‘Negro’ fue, como tantos que han ido estampando en él su nombre, uno de los responsables de que así sea.