Murió Milka Durán, una leyenda de la radio mendocina

La actriz y humorista radial fue una de las grandes figuras radiales de la provincia, sobre todo gracias a su personaje La Lechiguana

Murió Milka Durán, una leyenda de la radio mendocina
Murió Milka Durán, una leyenda de la radio mendocina

Tenía apenas diez años, y se metió de curiosa a Radio Aconcagua (hoy Radio Nacional) para ver si podía ganarse un kilo de leche en polvo y café. Le fue bien. Esa radio la vio volver, domingo tras domingo, siempre con la promesa de un regalo nuevo. Esos años eran muy difíciles, y el recuerdo de su niñez muy duro.

Desde esos días Sara Ofelia Carmona comenzó a llamarse Milka Durán. Poco importó el pasado: que nunca había visto su partida de nacimiento, le gustaba decir. “Nunca me compré un pantalón y nunca supe andar en bicicleta”, completaba. Era Milka Durán, solamente.

Falleció hoy a la tarde, tras haber estado varios días en su cama, en la placidez de su casa. La misma que atesora infinidad de recuerdos de una vida dedicada a la comunicación con los mendocinos.

Sus restos son velados partir de las 22:30 en Radio Nacional. Y el entierro se realizará mañana miércoles a las 11 en el Cementerio de Capital.

80 años de carrera

La larga vida de Milka, o La Lechiguana, como muchos gustarán recordarla, merecería una larga página: dio sus primeros pasos en la radio, cuando aún predominaba el radioteatro y la música favorita era el tango y el bolero. Convivió con la pequeña Spica (esa radio portátil a transistores) y debutó como periodista en los años de la Segunda Guerra Mundial. Fue así la primera mujer periodista de la provincia.

En aquellos turnos de trasnoche, en los que tenía que leer los boletines sobre la guerra, se fogueó esa pasión que mantuvo intacta hasta lo último. Hasta hace poco, incluso, cuando ya no podía desplazarse fácilmente, acompañaba a su eterno colega Jorge Sosa en su programa de Radio Jornada. Él, en el estudio; ella, pegada al teléfono, desde su casa de Luzuriaga.

En los 43 años que trabajó en Nihuil solo faltó tres veces, decía con orgullo. De la radio, de hecho, conservó siempre los mejores recuerdos, como esa vez en la que entre todos sus compañeros juntaron la plata para pagarle un sueldo: el Proceso la había sancionado, a raíz de un chiste mal calibrado en el estudio.

E hizo de todo. Ya en los ‘50, había actuado bajo la dirección de Homero Cárpena, en “El cartero” con Beatriz Taibo y también en “La maestra enamorada” y “Surcos en el mar”, hechas en Film Andes. Fueron roles pequeños, pero que a ella le traían nostalgia y a la vez orgullo.

Porque era agradecida, siempre. “Estoy satisfecha totalmente con mi carrera”, le dijo a este periodista en mayo de 2016, en ocasión de un gran homenaje que le hicieron en el Teatro Independencia.

Sin embargo, tenía una espina en el corazón: “Si no me hubiese dedicado a esto, me habría gustado estudiar una carrera como abogacía, y estar al servicio de los pobres”, nos dijo esa vez. Ella habría querido estudiar, para ayudar todavía más.

Ella, que recogió su primera muñeca de un basural porteño y su mejor cumpleaños fue el que coincidió con la carroza de Gardel (porque tuvo pan casero y tortas fritas gratis en las calles), sabía muy bien qué era la pobreza.

Y no se llevaba bien con la tecnología. “Porque es fría”, nos dijo. “Vos ponés cualquier FM y es solo pedir y poner canciones: el animador no hace nada. Calidad de animador no la tiene cualquiera, ¿eh?”, apuntaba.

Para ella, la radio nunca pasaba de moda porque era mágica, “y la gente cree en la magia”, asumía.

“Aunque el oyente no se dé cuenta, tiene intervención en el 90 por ciento de lo que pasa en la radio: el estudio es corazón. Lo que uno dice, los oyentes lo chupan como una esponja, por eso es que locutores y periodistas tienen que tener mucho cuidado con lo que dicen”, pensaba.

En alguna trasnoche de 1978, en el progama de Jorge Sosa, nació el personaje que la haría realmente popular y  que la dejaría definitivamente en el imaginario de todos los mendocinos. ¿Y por qué la Lechiguana, una bruja? Porque cuando tenía 17 años hizo de una y el éxito había sido rotundo. Esa vez, en “Amancay” (de Alberto Gramajo), le dio a los niños del público el susto de su vida. Lo recordaba entre carcajadas.

Porque cuando repasaba su carrera se le iluminaban los ojos, pero también las palabras: su voz, que ya estaba anciana, seguía siendo la misma. Era espontánea y cuentera, como esperando siempre un nuevo micrófono. Queda aquí, en el abrazo de muchos.

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