La muerte del novelista chileno Luis Sepúlveda a los 70 años como consecuencia del coronavirus implica un doble golpe a la sociedad y a la cultura: por un lado la imposibilidad de seguir conociendo nuevas obras de un narrador que supo dar cuenta de viajes y de utopías revolucionarias y por el otro lado la resonancia de una pandemia que además de cobrarse infinidad de vidas, está acabando con una forma de leer el mundo.
El escritor, guionista y realizador falleció ayer en el Hospital Universitario Central de Asturias, donde permanecía internado desde fines de febrero tras haber contraído el virus. Poco antes de su internación había regresado de un festival literario que tuvo lugar en Portugal.
Los primeros síntomas ya estaban instalados en su cuerpo y los médicos dictaminaron un primer diagnóstico de neumonía aguda. El gobierno regional de Asturias, donde el autor residía desde la década del 90, lo reportó el pasado 29 de febrero como el primer caso de coronavirus de esa comunidad.
Al principio, Sepúlveda permanecía estable pero su estado de salud se fue deteriorando en la última semana al no responder a los tratamientos sucesivos ni a los antibióticos, además de la asociación de la neumonía inicial con otras patologías y problemas asociados a distintos órganos vitales.
La muerte del autor de "Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar" privará al mundo de las nuevas derivaciones literarias que podría haber generado su rico bagaje asociado a los viajes y a las épicas revolucionarias, condensado en más de veinte novelas que sondean las secuelas del pasado colectivo tras las sucesivas experiencias latinoamericanas de dictaduras y violaciones a los derechos humanos.
Hombre afín a los cambios y a los desplazamientos -a lo largo de su vida vivió en Chile, París, Buenos Aires, Nicaragua y España, entre otras latitudes- Sepúlveda fue en cambio consecuente con sus obsesiones literarias y leal en la relación con su sello editor, Tusquets, con el que mantuvo una relación inquebrantable desde que en 1993 publicó su aclamada novela "Un viejo que leía novelas de amor", traducida a varios idiomas y llevada al cine con guión original de propio escritor.
La misma editorial fue el canal para la aparición de obras posteriores como la investigación "Mundos del fin del mundo", la novela negra "Nombre de torero", la crónica de viajes "Patagonia express" y volúmenes de relatos como "Desencuentros", "Diario de un killer sentimental", "Yacaré" y "La lámpara de Aladino".
En "El fin de la historia", su novela más reciente, el narrador plantea el regreso de Juan Belmonte, el mítico ex guerrillero y agente de "Nombre de torero" que en este caso regresa en una trama que conecta a la Rusia de Trosky con la Alemania nazi y la Patagonia actual.
El gran sustrato de la obra del narrador, periodista y activista político es su inmersión en las formulaciones antiimperialistas de los 60 y 70, que tuvieron gran pregnancia en su literatura y en frases indelebles, como cuando dijo "América Latina limita al norte con el odio y no tiene más puntos cardinales".
Sepúlveda se convirtió en una nueva víctima del coronavirus, que en España ya lleva 18.579 víctimas fatales. Pero la pandemia no solo avanza con su Raid demencial de muertes sino que ha arrasado con una forma de leer y entender el mundo, y en esa línea el escritor pone el foco sobre la posibilidad de que muchos otros nombres centrales para el pensamiento y la cultura desaparezcan del mapa y se conviertan en otra de las secuelas irreductibles de esta tragedia planetaria.
En paralelo al saldo todavía no mensurable de pérdidas que dejará el coronavirus, se instala cada vez con más fuerza la necesidad de establecer nuevos paradigmas para leer este mundo inédito y desconcertante que el pensador esloveno Slavoj Zizek instaló en un texto reciente donde alienta la posibilidad de la caída de algunos gobiernos neoliberales y de la reconfiguración del sistema social.
"La muerte de Luis Sepúlveda es una terrible pérdida para el mundo entero. Su fallecimiento es solo otro recordatorio de la tragedia que representa este virus que se lleva la vida de nuestros seres queridos y que no hace distinciones", aseguró la ex presidenta Michelle Bachelet, es una muestra de que las pérdidas por la pandemia no se resignan como una horrible muerte más.