Vestido completamente de blanco, con traje hecho a medida y sombrero: así paseaba Tom Wolfe hasta hace poco por su Upper East Side en Nueva York. Lento, pero orgulloso y erguido. Desde la publicación de su bestseller mundial "La hoguera de las vanidades", Wolfe había entrado en el Olimpo de la literatura. El escritor estadounidense murió el lunes en un hospital en Manhattan, según confirmó hoy su agente a dpa.
A Wolfe lo rodeaba siempre algo místico. También había hecho de su edad un secreto. Mientras que su editorial alemana indicaba 1931 como su año de nacimiento, otras fuentes hablaban de 1930, como la Biblioteca Pública de Nueva York, que en 2015 compró por más de dos millones de dólares el archivo del escritor compuesto por 190 cajas.
En los últimos años Wolfe se había retirado cada vez más de la vida pública, aunque de vez en cuando seguía regresando tan polémico como siempre. En 2016 atacó las teorías de la evolución de Darwin y al lingüista Noam Chomsky en "El reino del habla". En 2012 se enfrentó a las élites de Miami en "Back to Blood".
El autor fue una figura controvertida: por un lado, fue un autor superventas cuyos libros se llevaron al cine con éxito y que contaba con fieles seguidores; por el otro, fue objeto de crítica del "establishment" literario.
Muchos de los grandes de la literatura estadounidense como Norman Mailer y John Updike veían en sus obras "entretenimiento de masas". También John Irving se quejó de la "locuacidad" de su compañero y se declaró incapaz de terminar la primera y más conocida novela de Wolfe, "La hoguera de las vanidades".
Los críticos literarios también se mostraron divididos. Nadie dudaba de su estatus como "primer periodista pop", como lo calificó "The Guardian", y como confundador del nuevo periodismo que mezcla lo literario con la no ficción.
Wolfe estaba considerado un diagnosticador de la sociedad y la época, que proporcionaba el lienzo literario adecuado de las costumbres de cada década. Pero el autor también estaba considerado un actor vanidoso que disfrutaba describiendo las debilidades de otras personas, algo que Wolfe nunca negó. "Si la mayoría de los escritores fueran sinceros con ellos mismos admitirían que sólo querían alcanzar esto: antes nadie los tomaba en serio, ahora sí", escribió.
Wolfe nació en Richmond, estado de Virginia, en el seno de una familia rica de profesores y propietarios de plantaciones. Su madre le inició en las artes, lo apuntó a clases de ballet y claqué, y dibujaba y leía mucho con él. Cuando apenas tenía nueve años, el joven Wolfe intentó escribir una biografía sobre Napoleón así como un volumen ilustrado sobre la vida de Mozart.
Estudió en la universidad de Yale y posteriormente se postuló como periodista. "Envié más de 100 solicitudes a periódicos", contó en una ocasión a la revista literaria "Paris Review". "Sólo recibí tres respuestas, dos negativas." El periódico "Springfield Union", de Massachussetts, lo contrató.
Después de otros trabajos periodísticos Wolfe aterrizó finalmente en Nueva York en la literatura de entretenimiento. "Durante ocho meses me senté cada día delante de mi máquina de escribir para empezar 'La hoguera de las vanidades' pero no ocurría nada. Entonces me quedó claro que sólo lo conseguiría si me imponía un plazo de entrega", contó.
La obra sobre la avidez de dinero de los banqueros de Wall Street y los usureros se publicó a mediados de los años 80, primero como novela por entregas en la revista "Rolling Stone". Más tarde fue llevada al cine con Tom Hanks, Melanie Griffith y Bruce Willis. A su primera obra le siguieron éxitos como "Todo un hombre" y "Soy Charlotte Simmons", así como numerosos reportajes y ensayos.
Las dudas sobre uno mismo nunca se fueron, dijo Wolfe, padre de dos dos hijos que vivía con su esposa en la planta 14 de un elegante edificio de apartamentos a los pies de Central Park. "Uno se acuesta cada noche pensando que ha escrito las páginas más brillantes de todos los tiempos, y al día siguiente te das cuenta de que son sólo sandeces. A veces incluso seis meses después. Esto es un peligro constante", dijo.
A pesar de ello, nunca perdió la ilusión por su trabajo, aseguró en una entrevista: "La mayor diversión de escribir es descubrir."