Cuando Alain Resnais presentó, a principios de febrero pasado, su película "Amar, beber y cantar" en el Festival de Cine de Berlín, todos elogiaron la frescura y originalidad de un realizador que a los 91 años seguía en plena forma creativa.
Y hasta la muerte, que se lo llevó la noche del sábado en su casa de París rodeado de familiares y amigos, lo encontró preparando otra película de la cual ya había escrito un primer guión, según contó el productor de sus tres últimos largometrajes Jean-Louis Livi.
Es que Resnais nunca dejó de filmar desde que debutó con sus primeros cortos en los años 40 hasta llegar a su film consagratorio, "Hiroshima, mon amour" (1959, basada en la novela de Marguerite Duras), que irrumpió como un trueno con sus renovaciones revolucionarias, su deconstrucción cronológica y narrativa, el trabajo sobre el tiempo y la memoria a través de los recuerdos de una pareja de amantes (una francesa y un japonés) acerca de la tragedia nuclear que conmocionó al mundo.
Resnais siguió explorando los vínculos entre imagen y escritura, basando muchas de sus películas en la obra de grandes escritores como Alain Robbe-Grillet ("El año pasado en Marienbad") o el español Jorge Semprún ("La guerra ha terminado", "Stavisky").
Nacido el 3 de junio de 1922 en Vannes, este hijo de farmacéutico, algo solitario y de frágil salud, desde chico fue un apasionado del cine y la literatura. A los 13 años rodó su primer largometraje, antes de inscribirse en la escuela de cine en 1943. Desde entonces hará numerosos cortos y documentales, entre ellos los reconocidos "Las estatuas también mueren", de 1953, sobre el arte africano, o "Noche y niebla" (1955), una impactante mirada sobre los campos de concentración nazis.
Un inventor de formas
Percibido desde sus inicios como un director cerebral a causa de una seguidilla de títulos en los que reflexionaba sobre la guerra, la incomprensión, la memoria y la muerte, Resnais supo ampliar su perfil cinematográfico a partir de los años 80.
Sus biógrafos lo describen como un "hurgador de la memoria" (Robert Benayoun) o un "compositor de películas" (Thierry Jousse). El cineasta es capaz de pasar de las ratas de laboratorio y la biología ("Mi tío de América", Gran Premio especial del jurado de Cannes en 1980), a los comics ("Quiero irme a casa", 1989), la educación ("La vida es una novela", 1983), o la adaptación de una obra de teatro burgués ("Mélo", 1986).
Siempre innovando en la forma, en 1993 obtiene el Oso de plata en Berlín por "Smoking/No Smoking" y en 1997, a los 75 años, no vacila en lanzarse en el cine musical con la originalísma "Conozco la canción".
Ya en los 2000 pasó a interesarse en los problemas de pareja con "Corazones", que recibió el León de Plata a mejor dirección en la Mostra de Venecia de 2006.
Con "Las hierbas salvajes" (2009) regresó a la ligereza y la fantasía. "Una película no es algo sobre lo cual uno reflexiona, sino que debe arrastrarlo a uno. Yo dejo que las películas crezcan como hierbas salvajes", explicó ese año en Cannes.
Su última obra, presentada en el Festival de Berlín a principios del mes pasado, "Amar, beber y cantar", es una fantasía que oscila entre el teatro, el cine y el comic. "Intenté hacer (...) una especie de ensalada rompiendo las barreras entre cine y teatro para ganar más libertad", dijo entonces el realizador que desde 1998 estaba casado con la actriz Sabine Azéma, con quien trabajó en todos sus últimos films.
Murió Alain Resnais, el último monstruo sagrado del cine francés
Filmó títulos icónicos como "Hiroshima, mon amour" (1959) o "El año pasado en Marienbad" (1961). En febrero presentó en Berlín su film más reciente: "Amar, beber y cantar". Tenía 91 años.
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