Murió Adrián Fernández: ¿Quién es un artista?

El escritor Gabriel Dalla Torre recuerda en este ensayo a Maverik, el drag queen mendocino que hizo una gran carrera en Buenos Aires y que falleció el domingo.

Murió Adrián Fernández: ¿Quién es  un artista?

Yo imagino que muchas vidas tienen un momento que cristaliza el sentido de esa existencia, una escena que condensa la esencia de la persona y es un pequeño atisbo de la forma que el futuro tomará para formar esa biografía, desde el mapa de relaciones que ese ser humano establecerá hasta la forma en que esa vida se extinguirá y la persona será recordada o no.

En la biópic de Maverik ese momento es durante la niñez, la adolescencia, un niño delgado que baila frente a un espejo en la intimidad de su habitación e imagina/cree que la voz que sale por los parlantes es su voz, y que sus labios al moverse abrazan esa voz hasta hacerla suya. ¿Quién no ha bailado en la intimidad de su habitación? ¿Qué diferencia al baile secreto de la niña Maverik del resto de los encerrados bailando en secreto? El origen del arte debe buscarse en los juegos, dice Spencer. En principio ese baile es un escudo, contra las injurias del mundo exterior.

Una tarde, a fines de los 90, fuimos con Maverik a una panadería mendocina. Él era fan de las facturas (yo fan de él), detrás del mostrador una persona nos observó, Maverik preguntó el precio de unas facturas y el empleado, un hombre ancho de unos 40 años, no demostró haber escuchado esas palabras. Hubo un espacio de silencio y Maverik repitió la pregunta, el resultado fue el mismo. Y con cada pregunta la flaca se desvanecía más y más, se hacía cada vez más invisible.

La diferencia física entre la Maverik diurno y yo no era tan grande: él tenia pelo largo, ropa más ajustada y las cejas depiladas muy finitas casi invisibles. Sin embargo eso era suficiente, el empleado era totalmente capaz de leer esas diferencias, a mí me veía, veía mis cejas grandes, mi pelo corto, mi barba, mi ropa suelta; yo hice la misma pregunta que Maverik y después nos fuimos, sin facturas.

Pude entender entonces la necesidad de ser visto, de exponerse, de expandir la noción de apariencia hasta transformarla en espectáculo, yo que siempre había preferido ser invisible.

Durante siglos la humanidad solo se fijó en una porción de la infinita y diversa actividad artística humana: esa porción de obras de arte tenían por objeto la transmisión de sentimientos religiosos. Los hombres negaron la importancia a todas las formas del arte que no eran religiosas: las canciones, los bailes, los cuentos de hadas; así nació una forma de arte profano y menor que no necesitó de historia ni crítica.

Toda la existencia humana está llena de obras de arte, desde las canciones que se cantan a los niños para dormirlos hasta las ceremonias públicas. Todo es igualmente arte.  (L.T.)

Durante su etapa mendocina Maverik hizo sus performances nocturnas no-artísticas en muchas situaciones y lugares; él pertenecía a un público que había presenciado el arte transformista de imitar a una diva en sus movimientos y estilo, calcar a Liza Minelli o Gloria Gaynor era la idea de esa práctica que se realizaba exclusivamente en ámbitos privados o boliches de onda. Maverik perteneció a la generación posterior, más de la explosión del pop y el rock, que expandió esa representación del homosexual de closet que se expresa en el disfraz, la expandió en su contenido y en su forma.

Su ejercicio se iniciaba con la escucha loopeada y cotidiana (viajando en micro, por lo general) de un tema ad infinitum hasta aprender a mover los labios como indicaba la letra del tema, de ahí imaginaba un vestuario que construía con lo que hubiera a mano, desde basura a cortinas de baño usadas, luego sucedía la performance con música, coreo y lips synch, a veces frente a un público desesperado por entender por qué estaba ocurriendo eso.

Por eso su arte, en esta fase provinciana, era de exhibición propia y salvaje, pero también reflexivo; gran parte del sentido de esa representación reposaba en los ojos del espectador, invirtiendo el concepto de espectador como cyborg que hoy se debate en el mundillo del arte mundial. Ningún espectador era igual al de al lado, ninguna performance era igual a la anterior o la siguiente.

La otra escena que elijo transcurre a fin de año, justo antes de que empiece el nuevo siglo.  Agustín había convocado a Maverik para una performance que en nuestra historia personal sería definitiva. Agustín formaba parte de la comunidad de Jesuitas desde niño y ese año había sido designado encargado de “la parte artística” de una festividad “de la familia” a realizarse en las instalaciones del tradicional colegio mendocino San Luis Gonzaga.

Lo que la comunidad no sabía era que Agustín ya había iniciado su proceso de viaje hacia otras latitudes menos institucionales y estaba en realidad planeando su despedida que debía ser, por supuesto, memorable. Luego de la cena y los juegos y los rezos, como final de la noche, se presentó la “performance artística” de Maverik, quien ejecutó una versión de “Personal Jesus” envuelto en un vestido de cuero negro.

Aquella performance, en una Argentina menemista, en una sociedad mendocina montañesa y ultra-católica, hecha de prohibiciones (las ropas femeninas en cuerpos masculinos eran reprendidas con meses de cárcel entonces), representó para mí la forma más interesante e inteligente que puede adoptar un hecho artístico; porque era el juego de dos chicos invertidos que pasaban sus pasiones íntimas (ya fuera bailar en su cuarto a escondidas, o armar vestuarios y vestidos fabulosos) a la arena pública, con total y voluntaria desfachatez, pero también -con una lucidez inconsciente- planteaban la confrontación in situ del opresor con el oprimido; y con pequeños opresores que no sabían que lo eran, así encendían en ese instante una mecha difícil de apagar para algunos de esos niños. Prender mechas es una de las funciones del arte.

En la égida que marca la vida de Maverik las prohibiciones funcionarían no tanto como obstáculos sino más bien como trampolines, ambos, apoyados en esas prohibiciones que habían hecho de la vida un bajón se tomaban revancha, al menos durante 3:45 minutos. Como habían hecho antes las maricas prohibidas en los carnavales, ese momento artístico que uno nota que ha estado mucho tiempo guardado y que finalmente está explotando frente a nuestros ojos.

La vi docenas de veces hacer una perfo en lugares que no estaban preparados para eso, frente a públicos que decían ¿WTF?; pero también en patios de casas en la Cuarta Sección, frente a un grupo de fans que se reunían para conmemorar un mural que un pintor amateur había plasmado con el rostro de Maverik en el patio de una casa chorizo. Era la representación del hecho artístico fuera de cualquier canon, se movía frente a un público en el que no había dos espectadores iguales (viendo lo mismo).

Su consagración silenciosa (ya a mediados de los 2000, en lugar de gritarle puto desde los autos le gritaban ¡Maveriiiiik genioooo!), su forma de trabajar por fuera de los circuitos de “arte real” donde se impone la “mafia del amor” y los contactos sobre el espíritu del artista y su sensibilidad resultan imprescindibles para entender su calidad única y el aura que destilaban sus obras.

Maverik a veces me regalaba cds con fotos de artistas famosos a los que admiraba, la sucesión de fotos era la siguiente: Marylin Monroe, Marlon Brando, Madonna, Coco Chanel, Maverik, Woody Allen, David Bowie, etc. Maverik se situaba ahí, en la cúspide, entre los grandes.

Hizo mucho, después se fue a Buenos Aires, sin auspicio de nadie, donde los drags ya no existían, no hacían shows. Y lo logró, siempre por el camino del bien (lo que no es poco), fue famosa, fue lo que siempre quiso ser, y no hay orgullo y premio mejor que ese.

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