El comandante de las fuerzas rusas de defensa radiológica, química y biológica, Igor Kirillov, fue asesinado el martes por la mañana en Moscú (Rusia) junto con su adjunto, tras la explosión de un artefacto colocado en un monopatín eléctrico frente a su domicilio.
El ataque, que tuvo lugar en la avenida Riazanski, fue reivindicado por los servicios de seguridad ucranianos (SBU), quienes calificaron a Kirillov como un “objetivo legítimo” por su presunto rol en el uso de armas químicas contra fuerzas de Ucrania.
Según el Comité de Investigación ruso, el artefacto explosivo estaba oculto en el monopatín estacionado cerca de la entrada del edificio residencial.
La detonación dejó la fachada del inmueble gravemente dañada y provocó la rotura de ventanas en varios departamentos. Las imágenes difundidas por medios rusos muestran la magnitud de los destrozos en la zona.
El SBU confirmó que el atentado fue una operación especial llevada a cabo por sus agentes. Una fuente de esta entidad declaró que Igor Kirillov era considerado un criminal de guerra debido a su presunta responsabilidad en ordenar ataques químicos durante la invasión rusa a Ucrania.
“Era un objetivo absolutamente legítimo”, afirmó, justificando la acción como parte de su lucha contra la ofensiva militar rusa iniciada en febrero de 2022.
Este ataque marca un nuevo episodio de la escalada de tensión entre Rusia y Ucrania, en el marco de un conflicto que se ha extendido por casi tres años. Aunque las operaciones de represalia ucranianas dentro de territorio ruso no son inéditas, el asesinato de un alto mando militar en la capital rusa representa un golpe simbólico de gran impacto.
La muerte de Kirillov, figura clave en las fuerzas de protección química y biológica de Rusia, ocurre en un momento crítico para el Kremlin, que enfrenta no sólo el conflicto en Ucrania sino también un creciente desgaste en el frente diplomático y militar. Hasta el momento, las autoridades rusas no han anunciado represalias directas, aunque es previsible una respuesta enérgica.