Un coleccionista aficionado halló en el año 2003 un cadáver de muy pequeñas dimensiones, envuelto en un lienzo y en el interior de una cueva en el norte de Chile. A partir de ese momento, miles de especulaciones se dispararon en torno al origen y la naturaleza de dichos restos.
Y esas hipótesis adquirieron un halo de misterio ya que lo que parecía más lógico era suponer que se trataba del esqueleto de un extraterrestre: menos de 15 centímetros de largo, 10 pares costillas (dos menos que los humanos), cabeza ovalada y cavidades oculares estiradas, el cuerpo momificado ganó relevancia mundial y terminó siendo parte de una colección privada en Europa.
Tras varios estudios realizados sobre los restos óseos, científicos permitieron rastrear los orígenes de dicho ser y los resultados son por demás reveladores sobre sus condiciones biológicas: la investigación sobre el hallazgo de Ata –tal el nombre elegido para el esqueleto por su origen geográfico- se publicó en la revista científica Genome Research en mayo de 2018 y sus conclusiones son categóricas establecieron que se trató de un ser humano recién nacido, más precisamente a una niña. Y que murió al poco tiempo de nacer.
Dicha persona presentaba un aspecto muy distinto al resto debido a que presentaba 64 mutaciones en sus genes: “Lo sorprendente, que desde el principio nos hizo pensar que había algo extraño, fue la aparente madurez de los huesos. El cuerpo se veía mucho más maduro a pesar de que el espécimen fuera pequeño. Creemos que uno o varios de los genes mutados fueron los responsables de esto”, señaló Garry Nolan, profesor de microbiología de la Universidad de Stanford en California.
“Estaba tan mal formada que le hubiera sido imposible alimentarse. En su estado, habría terminado en una unidad de cuidados intensivos”, detalló.
Nolan llegó hasta los restos de Ata al enterarse de la grabación de un documental sobre el mismo y se ofreció a analizar el esqueleto. Así fue como tomaron muestras y las llevaron al laboratorio, donde obtuvieron fragmentos del ADN de las células de la médula ósea con facilidad. “Supimos que era humano de inmediato”, dijo Atul Butte, biólogo computacional de la Universidad de California, en San Francisco.
Ralph Lachman, experto en enfermedades óseas hereditarias de la Universidad de Stanford estableció que los síntomas que presentaban los restos de Ata no coincidía con ninguna enfermedad conocida, por lo que se cree que pudo haber sufrido un trastorno de mutaciones nunca antes visto, detalla La Nación.
Otra de las conclusiones de la investigación fue que la niña provenía de los pueblos originarios chilenos, aunque encontraron vestigios europeos. Además, y a pesar de que no pudieron realizar estudios complementarios, el análisis arrojó que el cadáver presenta una antigüedad de unos 500 años.