Si se hace una comparación en cuanto a la erupción del volcán Krakatoa -de agosto de 1883 en lo que es hoy Indonesia- como si hubiera sucedido en América Latina, por poner un ejemplo en Bogotá, el ruido de la explosión habría llegado a lo largo de las cuatro horas siguientes desde Ottawa, la capital de Canadá, hasta Buenos Aires.
Según informó La Nación, el sonido más fuerte nunca antes registrado en la historia produjo una onda de choque tan fuerte que dio siete vueltas al mundo y aún se volvió a registrar en algunos lugares hasta cinco días más tarde.
El estallido provocó una serie de fenómenos sonoros, lumínicos, incendios, tsunamis y cambios climáticos a nivel planetario. En cuanto a efectos ópticos, un informe de la Academia Real de Ciencias de Londres reveló que incluso un mes más tarde, a fines de septiembre de ese año, “en Buenos Aires comenzaron los resplandores. Duraban una hora y media. Cada tanto el sol y la Luna cambiaban de color”.
La erupción volcánica afectó también al clima global provocando lo que se llama un “invierno volcánico” por la nube de cenizas en la atmósfera. El año posterior al incidente natural, las temperaturas medias en el hemisferio norte cayeron 0,4 °C. Hasta se dice que el color del cielo en el cuadro “El grito” del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944), se inspiró en este fenómeno tan particular.
Los testimonios recopilados en aquella época dieron cuenta de los fenómenos únicos que por muchos fueron interpretados como el Apocalipsis. “Estoy convencido de que ha llegado el Día del Juicio”, escribió en su bitácora el capitán Samson del barco británico Norham Castle cuando transitaba el vecino estrecho de Sonda.
Para la población indonesa, de mayor creencia islámica, el desastre fue una señal divina. “Los islámicos, con una concepción fatalista de la vida, consideraron la tragedia como un castigo de Dios hacia el gobierno colonial cristiano”, reveló desde Yakarta la historiadora Devi Riskianingrum, de la Agencia Nacional de Innovación e Investigación (PRW-BRIN).
Rotura de tímpanos
El famoso Krakatoa, que desapareció el día de su última explosión, se encontraba en lo que en aquel momento era la colonia holandesa de las “Indias Orientales” -desde 1945 la república de Indonesia-.
Esa zona tiene paisajes de una belleza única con sus volcanes de conos truncos y humeantes que asoman por encima de las nubes. En esta zona se encuentran el 17% de los volcanes activos del mundo, y es reconocido como “el cinturón de fuego”, la región más activa de todo el planeta.
Toda la zona es ampliamente estudiada por los especialistas.
David Calvo, vocero del Instituto Vulcanológico de las Islas Canarias (Involcan) -que tuvo una intensa actividad hace un año con la erupción del volcán de La Palma-, reflexionó al respecto y manifestó que el catastrófico estallido del 27 de agosto de 1883 “fue consecuencia del choque de dos placas tectónicas que ya habían causado varias erupciones a lo largo de la historia, la anterior en 1680. Pero dos siglos de inactividad originaron un tapón en la garganta del volcán que seguramente influyó en la violencia de la última explosión”, argumentó.
Aquella mañana de hace 139 años, el barco Norham Castle estaba a 75 kilómetros del Krakatoa. El capitán, que imaginó que estaba presenciando el apocalipsis, anotó en su diario: “Las explosiones son tan violentas que los tímpanos de más de la mitad de mi tripulación se han hecho añicos. Mis últimos pensamientos están con mi querida esposa”.
Calvo manifestó que “el radio de la zona donde se escuchó la explosión del Krakatoa abarcó casi un tercio de la superficie terrestre”. Y también dio algunos detalles sobre la medición del sonido, la escala es logarítmica por lo que 20 decibeles -un susurro- no es el doble de 10 decibeles -el ruido de la respiración humana-, sino 10 veces más fuerte. “El umbral del dolor para las personas comienza alrededor de 130 decibeles. Y Krakatoa alcanzó 310 decibeles. Como referencia, las bombas atómicas llegaron a 250 decibeles”.
Esto no indica que ese sonido se haya “escuchado” en todos los lugares, porque cuando se superan los 194 decibeles la onda sonora se distorsiona en una onda de choque -que también puede tener consecuencias catastróficas-.
Como ejemplo de esta situación, Calvo compartió un video que grabó personalmente el año pasado en el volcán de La Palma. Aquí, en los primeros segundos, se pueden ver las ondas de choque saliendo del cráter a unos 250 metros de distancia, pero no se oye ningún sonido.
Mortífero tsunami
Uno de los registros más acabados de lo que sucedió aquella mañana frente a la isla de Java lo dejó la colona holandesa Johanna Beijerinck. Su esposo, Willem Beijerinck, era representante de la autoridad colonial en el distrito de Ketimbank, a 40 kilómetros del volcán. Basados en los diarios de ella se hicieron la mayoría de los guiones de películas sobre el Krakatoa.
Este es su relato del gigantesco estallido de las diez de la mañana.
“Entonces oí, además del ruido de la piedra pómez que caía sobre el techo, y por encima del trueno de la montaña, un rugido espantoso, que se acercaba a la velocidad del rayo. Se me pusieron los pelos de punta. Salté abrazando a mi hijo menor y grité: ‘¡Ven aquí, ven aquí, todos juntos!’”, relató.
Para el momento en que llegó el tsunami con olas de 40 metros de alto, la familia ya había subido con sus hijos a una choza en un lugar más elevado de la isla, desde donde luego apreciaron el desastre causado por la combinación de lluvia de fuego y maremoto. “De los 3000 nativos que se habían apiñado alrededor de la choza, unos 1000 murieron de quemaduras. Y la piel de los sobrevivientes quedó ampollada y quemada. En otros lugares fue el tsunami el que mató más gente”, escribió.
“Arena blanca y huesos”
La historiadora Riskianingrum recordó a LA NACION que la isla Sebesi, a poco más de 20 kilómetros del volcán, fue la primera en ser golpeada por el tsunami. “Su superficie de 1600 hectáreas fue totalmente cubierta por el agua y murieron 3000 personas. El primer funcionario colonial que pudo visitar la isla llegó dos semanas después e informó: ‘hasta donde alcanza la vista es una extensión de arena blanca y huesos, no está claro si son huesos de animales o humanos’. El terreno estaba cubierto por una capa de ceniza de unos 6 metros de espesor, con pedazos de piedra pómez de varios tamaños a lo largo de la costa, desde pequeños guijarros hasta rocas grandes como animales”.
En total, se estima que por la erupción del Krakatoa murieron unas 37.000 personas.
En la escala del Índice de Explosividad Volcánica (VEI) de 1 a 8, Krakatoa fue de categoría 6. En 1980 la erupción del monte Santa Helena en el estado de Washington, Estados Unidos, fue un 5 (1/10 de la magnitud de Krakatoa). La última erupción de categoría 7 ocurrió en 1620 AC frente a la isla griega de Santorini, y se cree que es la fuente de la leyenda de la Atlántida, pero no hubo sobrevivientes para registrar formalmente los detalles. La última erupción de categoría 8 dejó un cráter de 45 kilómetros de ancho, que ahora es el Parque Nacional Yellowstone, en Estados Unidos.
El “hijo”
Casi medio siglo más tarde de la desaparición del Krakatoa, nació un “hijo”, Anak Krakatoa (literalmente, “hijo del Krakatoa”). Las periódicas erupciones por el choque de placas tectónicas bajo el nivel del mar fueron dando forma a este nuevo volcán que no para de crecer a un ritmo de cuatro metros por año, y ya alcanzó la misma altura que su “padre”. La población local está permanentemente atenta a este “niño” que tuvo ya 80 erupciones desde su nacimiento.
“Anak Krakatoa se comporta igual que un niño en constante actividad”, comentó Riskianingrum. “Puede parecer irónico porque el vulcanismo genera muchas amenazas a los humanos. Pero en este caso, mientras haya estallidos periódicos, la gente está tranquila porque quiere decir que el ‘niño’ no está acumulando energía lo que aleja la posibilidad de una gran erupción como la que protagonizó su ‘padre’”, finalizó la historiadora indonesia.