El agua es un ingrediente fundamental en la cocina, aunque a menudo pasa desapercibido porque asumimos que el agua en todo el mundo es segura para el consumo. Desde la preparación de sopas hasta la cocción de pasta o el hervido de verduras, la calidad del agua que utilizamos puede afectar el sabor, la textura y la seguridad de los alimentos.
Si vivís en España, existe una forma de determinar si el agua de tu hogar es de buena calidad: consultar la página web del Sistema de Información Nacional de Aguas de Consumo (SINAC), que es gestionada por el Ministerio de Sanidad y proporciona toda la información necesaria.
En la página web del SINAC, administrada por el Ministerio de Sanidad, cualquier persona puede comprobar la calidad del agua en su hogar. Solo es necesario ingresar al sitio y dirigirse a la sección “acceso ciudadano”. Una vez en esa área, hay que hacer clic en “información actual sobre el agua de consumo”.
En tanto, en Argentina, actualmente más del 80% de la población argentina tiene acceso a agua potable y un 56% a saneamiento. En los barrios populares, el acceso formal a servicios de agua y cloacas alcanza sólo al 11,6% y al 2,5% de los habitantes, respectivamente, según informa Aysa.
En realidad, la mayoría de los hogares en Argentina tienen acceso a agua que es segura para el consumo humano y la cocina, ya que se somete a estrictos controles para garantizar su potabilidad. Sin embargo, el hecho de que sea potable no garantiza que tenga una buena calidad.
Si el agua que utilizamos para cocinar no es de buena calidad, tendrá un efecto directo en los alimentos, pudiendo alterar su sabor y textura.
Algunos factores del agua que influyen en el sabor de la comida
- Dureza: El agua con altos niveles de calcio y magnesio se considera “dura”, lo que puede prolongar los tiempos de cocción de los alimentos. Este exceso de minerales también puede modificar el sabor de bebidas como el café o el té, así como en recetas que requieren una gran cantidad de agua, como caldos o sopas.
- Cloro y desinfectantes: Aunque son esenciales para garantizar que el agua sea potable y libre de bacterias y microorganismos dañinos, en algunas áreas de España, donde se registran niveles más altos, su sabor y olor pueden resultar más intensos. Esto puede afectar el gusto de los platos, aportando un toque amargo o metálico.