Se cumplen 20 años de los atentados del 11 de septiembre de 2001, entre los que se contabilizan casi 3 mil muertos en Estados Unidos cometidos por la red yihadista Al Qaeda.
Los vuelos 11 de American Airlines y 175 de United Airlines impactaron en las torres gemelas del World Trade Center (Nueva York), mientras que el vuelo 77 de American Airlines impactó en la fachada oeste del Pentágono en Virginia. El único que falló en su objetivo (el Capitolio) y se estrelló en un campo de Pensilvania fue el vuelo 93 de United, cuya historia guarda distintas versiones.
Se habló del acto de heroísmo de los pasajeros, de la desesperación final de los secuestradores y hasta de una teoría conspirativa: un supuesto misil que causó que los rastros fueran casi nulos.
El vuelo 93 del 11-S: “mayday” y terror a bordo
El Boeing 757-222, operado por United, tenía como destino original San Francisco. Había partido del aeropuerto internacional Libertad de Newark (Nueva Jersey) a las 8.42 del 11 de septiembre de 2001. A bordo iban 33 pasajeros, siete tripulantes y cuatro terroristas, que revelaron sus verdaderas intenciones al asaltar la cabina pocos minutos después de abordar el vuelo 93.
Ziad Jarrah, Ahmed al-Haznawi, Saeed al-Ghamdi y Ahmed al-Nami se levantaron de sus asientos y, cuchillo en mano, tomaron a la jefa de azafatas, (muy probablemente Deborah Welsh) y la obligaron a alertar a los pilotos (Jason Dahl y LeRoy Homer Jr.) para que abrieran las puertas de la cabina. Una vez que ella hizo caso, Jarrah y Haznawi irrumpieron en la cabina.
En ese momento se dio algo clave: el llamado “mayday”, la señal de socorro. Fue la única que logró efectuarse con la torre de control de los cuatro vuelos del 11-S. De todos modos, de nada sirvió. Los terroristas mataron al capitán Jason Dahl y al primer oficial LeRoy Homer Jr., cortándoles la garganta.
Entonces, un pasajero llamado Mark Rothenberg empezó a exigir respuestas de lo que estaba sucediendo en el cielo. Haznawi notó la impaciencia que comenzaba a darse en el avión y directamente apuñaló a Rothenberg para dejar en claro que no era un juego.
En paralelo, algunos pasajeros llamaron a familiares para detallar -en medio del pánico- qué estaba pasando a bordo del vuelo 93. Y cuando notaron que al mismo tiempo las torres gemelas de Nueva York eran derribadas por otras dos aeronaves, asumieron que su destino estaba definido de un modo similar.
Sin embargo, planearon rápidamente algún modo de frenar la misión suicida. Decidieron unir fuerzas para asaltar la cabina y recuperar el control del avión, en manos de los miembros de Al Qaeda.
Amotinados en la parte delantera del avión, los pasajeros y la tripulación intentaron tirar abajo la puerta de la cabina del piloto, incluso con el carrito de la cabina. Los llamados y la caja negra permitieron recuperar diálogos, incluyendo la desesperación de los propios secuestradores: “¡Sujetá la puerta! ¡Mantenelos afuera! ¡Confiá en Alá!”.
Ziad Jarrah, Ahmed al-Haznawi, Saeed al-Ghamdi y Ahmed al-Nami se dieron cuenta que no podían llegar a su objetivo original, el Capitolio (aunque otra versión habla de la Casa Blanca). Los cuatro rezaron y discutieron en árabe las medidas drásticas a tomar. Llegaron a debatir si eliminaban el oxígeno para calmar la revuelta, pero al final definieron estrellar el avión lo más rápido posible.
El vuelo 93 de United Airlines se estrelló alrededor de las 10.03 o 10.06, 35 o 38 minutos después de que los secuestradores se hicieran con el control del aparato. Fue un campo abierto en Shanksville (Pensilvania), aproximadamente 208 kilómetros antes de llegar al Capitolio (Washington). Todos los que iban a bordo murieron: 44.
Al caer en un descampado, no causó víctimas en tierra. El avión se desintegró violentamente debido al impacto, y la mayoría de los restos se encontraron cerca del cráter. Aparte de algún dedo o algún diente suelto, los únicos restos que quedaron, incrustados en el suelo o colgados de las ramas de árboles cercanos, fueron pequeños fragmentos de tejidos y huesos.
“Tuve que redactar los certificados de defunción”, contó tiempo después Wally Miller, el juez local de instrucción de un rincón olvidado de la Pensilvania rural. “Puse ‘asesinado’ para las 40 personas que formaban la tripulación y el pasaje; ‘suicidio’ para los cuatro terroristas”, recordó el hombre, quien colaboró estrechamente con el FBI durante los 13 días posteriores.
Los enigmas del vuelo 93 de United
Dado el contexto, uno de los pocos testigos del siniestro fue Lee Purbaugh, trabajador en un desguace que vio con sus ojos la tragedia. “No fue más que una fracción de segundo, pero pareció que ocurría a cámara lenta, que no iba a acabar nunca. Lo vi oscilar de un lado a otro y, de pronto, se inclinó y cayó en picado contra la tierra, con una gran explosión. Enseguida supe que no era posible que hubiera sobrevivido nadie”, contó.
Como nada quedó prácticamente del vuelo 93, en estas dos décadas se impusieron distintas hipótesis, algunas oficiales y otras conspirativas.
La versión oficial sostiene el heroísmo de los pasajeros y de la tripulación por recuperar el avión. Que los terroristas entraron en pánico y optaron por estrellarse de inmediato. De todos modos, la misión era suicida.
No obstante, una teoría conspirativa indica que el vuelo 93 fue derribado por un misil y que se desintegró en el aire tras un ataque de EE.UU.
La misma caja negra aportó la información sobre la revuelta de los pasajeros que intentaron tomar el control del avión, lo que culminó con los secuestradores cumpliendo con su plan, aunque sin llegar al objetivo del Capitolio en Washington.
Además, el FBI ha dicho que la aparición de papeles del avión a 13 kilómetros de distancia se debe a que había un viento de 15 kilómetros por hora; la pieza del motor salió despedida a 2.000 metros por la enorme fuerza con la que impactó el avión contra el suelo. “No había nada incompatible con la suposición de que el avión estaba intacto cuando tocó suelo”, concluyeron.
Otro cuestionamiento hacia la transparencia de la investigación de las autoridades estadounidenses incluye que estalló una bomba a bordo (varios pasajeros dijeron en sus llamadas de teléfono que uno de los secuestradores tenía algo que parecía una bomba atado a su cuerpo). Nunca pudo ser constatado.
Miller, el juez de aquel 11-S, todavía hoy tiene su postura: “Yo no descarto nada”.