Los colores tierra nos conectan con los de la naturaleza. Tonos suaves avivados por chispazos intensos.
Teja, caldero, burdeos... La fuerza decorativa de esta familia de colores es incontestable. Añaden calidez, elegancia y personalidad a los ambientes. Dado su fuerza, hay que saberlos dosificar en la medida justa para que no resulten invasivos. En este rincón de una sala de estar, el color teja resalta la parte baja de un zócalo (nunca la alta, ya que achataría la habitación), en la que recae el foco estético. Un tono burdeos suavizado “pinta” textiles, como la alfombra y los almohadones.
Madera, blanco roto, tostado y ámbar. Son excelente contrapunto para atemperar y equilibrar la intensidad cromática de la paleta anterior. Nada como combinar la parte inferior “subida de tono” de las paredes con la superior, pintada en blanco. El contraste es fantástico. Y para suavizar el conjunto, lo mejor son los muebles en colores claros y de materiales naturales: madera de haya, abedul, así como las fibras vegetales. La atmósfera creada cumple un doble objetivo: aporta luz y potencia decorativa.