La semana que conmemoramos el día internacional de la mujer – con toda su agenda – coincidió con el comienzo de la escuela y, en mi caso, con la “adaptación” de mi hija Chloé en la sala de 4 años. Toda una nueva etapa.
Esta coincidencia me invitó a reflexionar sobre la distribución del trabajo de cuidado y cómo esto incide en la vida laboral de las mujeres. Si nosotras paramos, ¿quién realiza este trabajo? ¿Quién me reemplaza en la “adaptación”? ¿Cómo repercute en términos de eficacia y economía?
El cuidado comprende las actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de la existencia y reproducción de las personas, brindándoles los elementos físicos, afectivos y simbólicos que les permiten vivir en sociedad. Comprende no solo un trabajo corporal sino también emocional. Así, siguiendo la importantísima labor que en esta materia viene realizando el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género dirigido por Natalia Gherardi, se puede afirmar que el cuidado incluye el auto cuidado, el cuidado directo de otras personas (la actividad interpersonal de cuidado), la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado (la limpieza de la casa, la compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (coordinar horarios, realizar traslados a centros educativos y a otras instituciones, supervisar el trabajo de la cuidadora remunerada, entre otros). El cuidado permite atender las necesidades de las personas dependientes, por su edad o por sus condiciones/capacidades (niñas, personas mayores, enfermas o con algunas discapacidades) y también de las personas que podrían auto- proveerse dicho cuidado.
La evidencia muestra que este trabajo de cuidado está feminizado al ser asumido mayormente, por los hogares y allí dentro, por las mujeres.
Existe una “naturalización” de la capacidad de las mujeres para cuidar, cuando lo cierto es que lejos de ser una capacidad “natural” o “biológica” (las características biológicas de los sexos son también una construcción social), se trata de otra construcción de la sociedad sustentada por las relaciones patriarcales de género.
En Argentina, según los datos recabados por el INDEC en el año 2013 en la "Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo", las mujeres dedican casi el doble de tiempo que sus pares varones al trabajo de cuidado. Los números de la encuesta demuestran que las mujeres trabajan en promedio un extra de tres horas más cada día que los varones en actividades domésticas no remuneradas.
Mientras las mujeres declaran dedicar en promedio 6 horas diarias a las actividades de cuidado, los varones que participan en las mismas (apenas la mitad que las mujeres) declaran dedicarle 3,8 horas diarias. La presencia de niñas/os pequeñas/os en los hogares es un determinante innegable de la cantidad de tiempo destinado al Trabajo No Remunerado (TNR). Tanto mujeres como varones destinan mayor tiempo al TNR cuando hay niños menores de 6 años en el hogar. En el caso de las mujeres, el tiempo promedio para el total de los aglomerados alcanza 9,3 horas diarias, y en el caso de los varones 4,5 horas diarias.
En todos los casos, la brecha de tiempo dedicado al TNR entre varones y mujeres es sustantiva, aunque menor para las personas ocupadas que para las no ocupadas. En efecto, las mujeres ocupadas destinan al TNR un 68% más de tiempo diario que los varones, mientras que las desocupadas le dedican un 90% de tiempo diario más al TNR, respecto de los varones y las inactivas un 123% más. En cambio, los varones ocupados le destinan al TNR 3,5 horas diarias en promedio (para el total de aglomerados), los varones desocupados le dedican 4 horas diarias y los inactivos 3 horas diarias.
En síntesis, las mujeres destinan mucho más tiempo que los varones al TNR más allá de su condición de actividad, aumentando cuando están desocupadas e inactivas. En el caso de los varones, su relación con el mundo del trabajo remunerado parece ser bastante indiferente con el tiempo que le dedican al TNR que apenas se incrementa en media hora diaria cuando están desocupados.[1]
La economía feminista ha hecho hincapié en el rol sistémico del trabajo de cuidado no remunerado y en lo determinante que resulta para la desigualdad económica de género su inequitativa distribución. El hecho que las mujeres concentren la mayor parte de las responsabilidades de cuidado atendiéndolas con su propio trabajo no remunerado, dificulta su plena participación económica. Esto resulta más evidente cuanto: a) más débiles son sus recursos para el empleo (nivel de educación, calificaciones, trayectorias previas); b) más importantes son sus demandas de cuidado (por caso, existencia de mayor cantidad de niñas/os menores en el hogar), y c) más escasas las posibilidades de derivar el cuidado (a instancias extra-domésticas públicas o privadas). De esta forma, la desigual distribución de responsabilidades de cuidado y de oportunidades para atenderlas constituye un vector claro de reproducción de desigualdades de género pero también socio-económicas.[2]
La organización social del cuidado es injusta, profundiza diversas dimensiones de la desigualdad y resulta un espacio de vulneración de derechos, por lo que es necesario transformarla para dar cuenta de las obligaciones políticas, institucionales y sociales en el tema. En este sentido, resulta imperioso avanzar hacia su reconocimiento e inclusión positiva en las políticas públicas.
Pero además, hacen falta transformaciones culturales que rompan con la naturalización del cuidado como responsabilidad primordial de las mujeres y con la correspondiente desvalorización persistente del trabajo de cuidado (remunerado y no remunerado). En este sentido, nuestro maravilloso Código Civil y Comercial ha dado un paso fundamental al atribuir a este trabajo un valor económico (art. 660).
Ahora bien, a pesar de que el código no otorga preferencias por razones de género, es necesario trabajar para deconstruir la creencia de que este trabajo debe ser realizado “naturalmente” por mujeres. Es necesaria una democrática distribución del trabajo de cuidado en la que atribuir un valor económico es un paso obligado, pero no suficiente si estos roles seguirán, por defecto y sin decisión autónoma e igualitaria, desempeñados por mujeres. Por que aunque retribuido, el trabajo de cuidado dificulta la participación plena de la mujer en el mercado laboral y su desarrollo personal.
En definitiva, hablar de igualdad real implica que este trabajo debe democratizarse y asumirse de manera igualitaria por varones y mujeres.
NOTAS
[1]Corina Rodríguez Enríquez y Laura Pautassi. La organización social del cuidado de niños y niñas: elementos para la construcción de una agenda de cuidados en Argentina. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Equipo Latinoamericano de Justicia y Género- ELA, 2014, p. 12.
[2]CorinaRodríguez Enríquez. El trabajo de cuidado no remunerado en Argentina: un análisis desde la evidencia del Módulo de Trabajo no Remunerado. Documentos de Trabajo “Políticas públicas y derecho al cuidado” 2. ELA – Equipo Latinoamericano de Justicia y Género