Mujeres mendocinas del siglo pasado

Mujeres mendocinas  del siglo pasado

Las mujeres mendocinas que fueron cabeza de nuestras familias en la primera mitad del pasado siglo XX eran señoras que asumían plenamente la responsabilidad de esposas, madres y verdaderas administradoras del hogar que habían constituido con el hombre elegido como compañero de sus vidas y proyectado su futuro familiar, llevando como ejemplo las enseñanzas y experiencia que les habían brindado sus padres.

Eran matrimonios fundados en noviazgos serios que concluían formalizando en el Registro Civil y luego con la ceremonia religiosa, en la iglesia del barrio. Luego, la clásica foto y el posterior festejo, junto a familiares, padrinos, testigos y vecinos. Ningún detalle era descuidado, tanto en la ceremonia religiosa como en la fiesta. Todo se organizaba con bastante anticipación y con la participación de toda la familia y de vecinos muy cercanos, quienes ayudaban con disposición y en camaradería para que el resultado fuera óptimo.

En aquellos años, especialmente en la primera mitad del siglo, nuestras mujeres enseñaban a leer y a escribir a los niños al tiempo que conducían responsablemente los caminos de la familia.

Prudentes en el manejo del dinero y organizadas para ordenar el tiempo de sus hijos con la obligación de respetar los horarios de comidas.

Además de dar buenos ejemplos, las madres ponían el acento en las hijas que, por su condición de mujeres, aprendían las tareas de la casa y ayudaban, lo que las preparaba para el futuro sin que por ello descuidaran los estudios que las llevaría a un título que les permitiera defenderse en la vida. Con estas costumbres se lograba que en las relaciones en el hogar reinara cariño y alegría entre padres e hijos, y la dueña de casa recibía un manifiesto reconocimiento por el amor que les brindaba y también por los ricos platos de comida que elaboraba.

En los encuentros puntuales de las comidas, las conversaciones giraban alrededor de la salud, del trabajo, de los estudios, todo esto matizado con alguna anécdota simpática de la jornada.

No era costumbre que los hijos tutearan a los padres, además de utilizar un lenguaje respetuoso en el trato con ellos. Para el almuerzo dominical se ampliaba la mesa ya que participaban abuelos, tíos y tías y a veces algún amigo, y todos disfrutaban de un menú casero elaborado por la dueña de casa con mucho esmero, y el postre que habían llevado los abuelos. El almuerzo se desarrollaba con charlas sobre recuerdos familiares y hechos acontecidos en la semana, lo que generaba largas y entretenidas sobremesas.

En esos años, la dueña de casa se dedicaba a la crianza de sus hijos y al manejo del hogar en forma exclusiva porque no trabajaba afuera y sus compromisos sociales eran muy limitados. No tenía el derecho de votar para autoridades provinciales ni nacionales y, por no actuar en política de comité, no era candidata a cargos electivos ni ocupaba funciones en reparticiones públicas. No sufría violencia ni maltrato; no había policía exclusiva de mujeres ni tampoco ocupaban cargos en seguridad. Cuando raramente ocurría alguna violencia en algún grupo familiar que trascendiera a los vecinos y amigos, se preocupaban y trataban de ayudar con una amigable mediación para que todo volviera a la normal convivencia, cosa que por lo general se lograba y era festejada “como si aquí no hubiera pasado nada”.

También en la vía pública la mujer era respetada, saludada amablemente en el transitar por las veredas; tenía la prioridad de hacerlo al lado de la pared. En el transporte se le cedía el asiento; no había excesos ni violencias, nunca un arrebato, y si era una señora mayor o estaba embarazada, era ayudada por los hombres en cualquier emergencia.

La mujer, excepcionalmente conducía un automóvil porque se consideraba que era privativo del hombre hacerlo. Si alguna se atrevía a usar pantalones no era bien mirada. Tampoco concurría a los bares o cafés, lugares exclusivos para hombres. A los lugares que libremente podía concurrir eran, en nuestra ciudad, la confitería Colón -San Martín y Necochea- donde todas las tardes actuaba una orquesta de música ciudadana; había un buen servicio de té con masitas especiales fabricadas allí mismo y que eran las delicias de las señoras. Por la cuadra de Necochea no podían caminar ya que allí se encontraban comercios como el café Jamaica y el cine La Bolsa, que exhibía películas desde la mañana y contaba con mesas y sillas ya que ofrecía consumición. En las primeras horas se llenaba de estudiantes del Colegio Nacional que se hacían “la rabona” o “la sincola”. A continuación se encontraba el café La Cosechera y el Paulista, la Cigarrería y la peluquería Londres, para caballeros, agencias de lotería y una salón de lustrado de zapatos.

La mujer reinaba en las escuelas; la mayoría eran maestras y las que no, se acercaban espontáneamente para ayudar a la maestra en la organización de los programas de festejos de las fechas patrias y acompañaban a sus hijos en los desfiles cívico militares, orgullosas de sus pequeños con guardapolvo blanco y enarbolando banderitas individuales. Al final del desfile, los chicos recibían un chocolate caliente con sopaipillas preparadas por las madres.

Una vez más los mayores que hemos vivido aquellos tiempos en nuestra querida Mendoza podemos recordar con felicidad que nuestras madres, hermanas y esposas en su condición de mujer eran respetadas y cuidadas no sólo por los suyos sino por toda la sociedad. Ahora, con asombro, nos informamos de la violencia de género por falta de respeto y amor a la mujer que ha llevado a la organización de multitudinarias marchas para reclamar que las defiendan frente al avance de este tipo de violencia que aumenta peligrosamente, como se ha informado: en el último año fueron 275 las mujeres muertas a manos de salvajes y 180 indefensas madres y novias fueron quemadas vidas por sus parejas en los últimos 6 años.

Si bien es cierto que no todo lo pasado fue mejor, sí hay que rescatar que los mendocinos de aquellos años respetábamos más a la mujer y queríamos mucho más a madres, hermanas, hijas y esposas porque compartíamos una comunidad más solidaria y respetuosa aunque no se hablara de derechos humanos.

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