En una historia escrita fundamentalmente por hombres, las mujeres parecen olvidadas y relegadas en el importante capítulo de la Independencia Americana.
Sin embargo muchas fueron las heroínas que se destacaron en esta página de la historia; desde las más recordadas como Juana Azurduy, la coronela de las guerrillas del Norte, a quien Güemes y Belgrano reconocieron por su valor, hasta las olvidadas por la historia oficial como las “Niñas de Ayohuma”, recordadas por el general Lamadrid al decir: “Es digno de transmitirse a la historia una acción sublime que practicaba una morena hija de Buenos Aires llamada “tía María” y conocida por “madre de la Patria”.
Esta morena tenía dos hijas mozas y se ocupaba con ellas de lavar la ropa de la mayor parte de los jefes y oficiales, pero acompañada de ambas se le vio constantemente conduciendo agua en tres cántaros que llevaban a la cabeza, desde un lago o vertiente situado entre ambas líneas de fuego y distribuyéndola entre los diferentes cuerpos de la nuestra y sin la menor alteración”.
María Remedios del Valle, la Madre de la Patria, se destacó en muchas batallas del Ejército del Norte y participó en todas las acciones con tal valentía que era la admiración del general, de los oficiales y de toda la tropa, al decir del propio secretario de Belgrano, Tomás de Anchorena.
Entre 1827-1828 el general Viamonte elevó un proyecto a la Sala de Representantes de Buenos Aires para otorgar una pensión a la destacada heroína y expresaba: “Yo conocí a esta mujer en la campaña del Alto Perú, y la reconozco ahora aquí cuando vive pidiendo limosna en la Plaza de la Victoria. Esta mujer es realmente una benemérita. Ha seguido al Ejército de la patria desde 1810, y no hay acción en el Perú en la que no se haya encontrado. Es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de bala, y lleno también de las cicatrices por los azotes recibidos de los enemigos. No se debe permitir que deba mendigar como lo hace”.
Ante este pedido la Sala resolvió reconocerle el sueldo de capitán de infantería desde la fecha de solicitud, ordenando que una comisión redactara su biografía y le erigiera un monumento. Sin embargo, al decir del historiador Roberto Colimodio, la Madre de la Patria nunca recibió ni un centavo ni biografía, ni monumento; continuó en la mendicidad y murió en la completa miseria.
Otra mención especial merecen las mujeres cuyanas, no sólo las siempre recordadas Patricias Mendocinas, encabezadas por la propia esposa del Gobernador Intendente Doña María de los Remedios de Escalada de San Martín, sino en especial las mujeres anónimas de San Juan, San Luis y Mendoza, que contribuyeron denodadamente con la formación del Ejército Libertador de los Andes y aportaron ponchos, ponchillos, frazadas, pieles de carnero, jergas, monturas, caballos y mulas.
Además, donaron alhajas, dinero, esclavos y productos alimenticios por un total de 14.242 pesos fuertes. Así las que más pudieron, entregaron dinero en efectivo y sus esclavos; las que menos: dieron espuelas y estribos, o algún tanto de pasas de uva y jabón.
El aporte de las mujeres de Cuyo fue siempre requerido por San Martín, quien les solicitó su colaboración para menesteres del Ejército; y como en cierta ocasión una de ellas demorara su entrega, el Gobernador insistió en estos términos: “Ya es urgente el que V. tenga la bondad de desocupar la casa de su propiedad que se pidió a V. por este gobierno para adelantar los trabajos de la maestranza del Estado, mudándose a la que tiene designada el muy ilustre Cabildo. Este sacrificio que se exige de V. es análogo a los sentimientos patrióticos que la caracterizan. Convencido este gobierno de esta verdad, espera que en el término de seis días entregará V. dicha casa”.
Su ingrata misión lo llevaba a imponer contribuciones y donaciones forzosas, muchas de las cuales lograba hacer efectivas por la intervención de las mujeres cuyanas. Aquí otro ejemplo: a principios de 1816 se necesitaba teñir de azul gran cantidad de telas para la confección de uniformes, y nadie sabía hacerlo.
Entonces dirigió un oficio al comandante del fuerte de San Carlos en el que decía: “Tiene noticia este gobierno que existe en esa villa, Juana Mayorga... y que ella conoce la raíz con que los indios dan el color azul. Interesa que se presente a este gobierno y que traiga alguna cantidad de dicha raíz, por lo que se franqueará cuantos auxilios necesite para su viaje de cuenta del Estado, mandándola acompañada de un soldado para que la cuide”.
Al cumplirse el encargo del Gobernador, resultó que dicha criada no supo teñir como los indios, pero informó de una india, de nombre Magdalena, que sabía hacerlo; así fue como la india laboriosa contribuyó a teñir los uniformes y por ello San Martín mandó obsequiarla con una dote por sus buenos servicios. El mismo Toribio de Luzuriaga, estrecho colaborador de San Martín, encomió la cooperación prestada por las mujeres quienes “emplearon sus manos gratuitamente en la costura y habilitación de ropas que se han necesitado para vestuario dando hilas y vendas”.
Afirma el general Miller “que las mujeres cuidaban con tal solicitud a los heridos de Maipú, que parecía que los patriotas heridos fueran sus verdaderos hermanos”.
Tanto en los trabajos de tejido y costura, como en la atención de hospitales de campaña e incluso durante las mismas batallas, “la mujer ha dado con autenticidad su calor humano” y fue sin duda un actor central en la Guerra de la Independencia entregando hasta su propia sangre y lo más preciado: sus hijos y esposos a la causa de la libertad. Vaya en este día nuestro reconocimiento a todas aquellas mujeres y a sus herederas, las actuales mendocinas que día a día siguen contribuyendo para hacer de ésta, nuestra tierra, un lugar mejor para vivir. ¡Un viva por las Valientes Mendocinas!