Muhammad Alí: nocaut al boxeo

A los 74 años, derrumbado por el Parkinson, falleció el mejor boxeador de todos los tiempos. Provocador como pocos, el norteamericano se convirtió en una leyenda no sólo por lo que hizo arriba del ring.

Muhammad Alí: nocaut al boxeo

Muhammad Alí, el hombre que fue leyenda mucho antes de pasar a la eternidad, no solo fue el más grande pugilista de todos los tiempos, sino que fue un ícono que trascendió ese ámbito para convertirse en el símbolo de una época en la que el deporte y lo mediático se fusionaron, tal como lo conocemos hoy.

Alí, el auténtico creador del boxeo moderno, al punto que se puede hablar de un antes y un después de su fulgurante aparición, fue también el hombre que mejor entendió esa nueva realidad, allá por los '60, para transformar su genio en una bandera en la lucha por los derechos raciales y la no violencia.

El por entonces Cassius Marcellus Clay, el atleta perfecto que hizo del boxeo un arte y transformó la rudeza de ese deporte en una estética sin par, fue un hombre enorme que puso el cuerpo y sus convicciones abajo y arriba del ring, haciéndole honor a una de sus célebres frases: “Quien no es lo bastante valiente para correr riesgos no conseguirá nada en la vida”.

No le importó perder los mejores años de su carrera cuando se negó a ir a combatir a Vietnam, se le retiró la licencia de pugilista y se lo condenó a tres años y medio de prisión que no cumplió por ser objetor de conciencia.

Nacido en 1942 en Louisville, en un momento en el que el odio racial era moneda corriente, Alí fue bautizado como Cassius Marcellus Clay en homenaje a un luchador por el abolicionismo, un mandato que selló su vida hasta transformarse en la voz de millones de personas que luchaban por un ideal.

Convertido al islamismo por la influencia del líder religioso Malcolm X, llevó su mensaje de paz a todos los rincones del planeta. Imposible referirse a él sin adjetivar, sin caer en la tentación de los lugares comunes.

Elegido el mejor deportista de todos los tiempos, su figura trascendió los calificativos y el nombre Alí pasó a ser un símbolo de rebeldía a lo establecido, un canto al idealismo, un fenómeno popular.

Única manera de entender que su archiconocida pelea con George Foreman en Kinshasa, Zaire, en 1974, se realizara ¡a las 4 de la mañana de ese país! para que pudiera verse en directo en todo el mundo.

Hablar de Alí y decir que fue campeón olímpico y tres veces campeón mundial de los pesados, que enfrentó a los mejores en su categoría en las décadas de los '60 y los '70, que jamás rehuyó a ninguno, que batió récords de audiencia, que logró que todo el mundo hablara de él, es no decir nada comparado a lo que significó para varias generaciones, que vieron en su dignidad una inspiración, un ejemplo a seguir.

Dotado de un talento superlativo, de una inteligencia suprema que ni el Parkinson logró acabar, utilizó esos dones para predicar con la palabra y ser coherente en la acción. A su manera, fue un luchador social, pero de alcance mundial.

Sin proponérselo, su voz fue escuchada por líderes políticos y estadistas, aunque solo le importara el hombre común, aquel que sufre carencias y segregaciones, las mismas que el joven Cassius sufrió en su Kentucky natal, cuando arrojó al río Ohio su medalla olímpica porque en un restaurante no lo quisieron atender por ser negro.

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