Lo venimos advirtiendo desde estas columnas y, lamentablemente, los hechos nos dieron la razón. Señalamos reiteradamente que no están dadas las condiciones edilicias ni climáticas como para afrontar colas kilométricas para realizar el trámite aduanero para ingresar a Chile.
Dos fueron las personas que murieron en esa condición, pero lo más lamentable fueron las inconsistentes aclaraciones de un funcionario chileno y también el silencio de las autoridades argentinas que no sólo no han pedido explicaciones sino que pareciera ser que esperan que el paso del tiempo termine cubriendo estos hechos lamentables.
No se puede aceptar que con los avances tecnológicos actuales continúen formándose filas interminables en el paso de los vehículos, como consecuencia de la lentitud que se produce en la atención de los trámites aduaneros. No se entiende tampoco que las autoridades, conscientes de que se multiplicaría grandemente la cantidad de personas que viajarían hacia uno y otro lados de la frontera, no hayan tomado los recaudos del caso para evitar los colapsos. Y también cabría preguntarse qué sentido tienen las comisiones parlamentarias que se conforman para “trabajar” durante el año si después no hay ningún tema solucionado.
Resulta incomprensible también que las reuniones, encabezadas por los propios presidentes de los dos países no hayan dado ningún resultado. En el caso argentino, porque todo indica que lo que sucede a más de 500 kilómetros de la Capital Federal, no tiene mucho sentido para los funcionarios. En el caso chileno, porque se repite la advertencia que en su momento dio el ex primer mandatario Sebastián Piñera cuando señaló que todas las líneas de acción que se bajan desde las máximas autoridades, terminan perdiéndose en las entramadas oficinas que funcionan tanto en Aduana como en Inmigraciones y también con el Servicio Agrícola Ganadero. Debemos recordar que no hace mucho, una reunión entre Macri y Michelle terminó con la firma de un “acuerdo” que quedó sólo en buenas intenciones.
Permanecer durante siete u ocho horas a más de 3 mil metros de altura, con falta de oxígeno y sin la más mínima infraestructura en lo que a sanitarios y atención médica se refiere, conforman una bomba de tiempo que en cualquier momento puede estallar. Porque una persona que sufra una descompensación queda en manos de Dios; el hospital más cercano se encuentra a más de 100 km.
Pero lo que realmente enerva son las “explicaciones” que surgen de los funcionarios ante la gravedad de los hechos. El gobernador de Los Andes aseguró que se trata de “hechos puntuales que nunca antes habían ocurrido” y que “nadie tienen que ver con la congestión y tiempos de espera”. Por su parte, el ministro del Interior de Chile destacó que “no es habitual que una persona fallezca por esperar o estar mucho rato en alguna situación. Es por eso que vamos a esperar los informes médicos”. Declaraciones inconsistentes que sólo buscaron “cubrir” el problema y enervantes porque no existió la más mínima autocrítica o la afirmación de que se intentará que esos hechos lamentables no se vuelvan a repetir.
Lo cierto es que la sanjuanina María Teresa Vega, de 62 años, y la peruana Rosario Sipán Tolempino, de 41 años, dejaron sus vidas en la alta montaña mientras esperaban en las tediosas colas para cruzar la frontera y que nadie se haga cargo del hecho, acepte algún tipo de culpabilidad o se comprometa abiertamente a solucionar la situación.