Las lenguas son artefactos creados por los distintos grupos humanos con la finalidad de la comunicación. Las lenguas reflejan a sus creadores. Los grupos están siempre atravesados por tensiones internas, la cuestión es quién se queda con el poder. Por eso se dividen, se quiebran, se reconfiguran varias veces de manera distinta a lo largo del tiempo. Y todo esto repercutirá en sus lenguas.
Cada grupo necesita, para mantenerse cohesionado, tener una lengua común que les permita comunicarse e identificarse reconociéndose como semejantes entre sí (endogrupo, los del mismo grupo) y como diferentes a los otros (exogrupo, los de afuera del grupo). Ésta es una de las facetas de la dimensión política de las lenguas.
Lo que hoy pensamos y sentimos como la Argentina es, en verdad, un enorme y sostenido esfuerzo político. Uno de los elementos que se ha utilizado para lograr este proyecto ha sido la lengua. En la más remota escuelita se enseñará la misma porfiada lengua castellana.
Pero bajo esa lengua unificada y unificadora, impuesta siempre por los que poseen el poder, bullen las diferencias regionales. Las lenguas de sociedades con vasto territorio, compuestas por diversos grupos que acceden a distintos bienes culturales, son, en realidad, un mosaico de variedades diferentes de la misma lengua.
Una variedad de una lengua supone un modo particular de pronunciar, de entonar, de modos de combinar las palabras, de modos de formar las palabras, y también un conjunto de palabras propias de un lugar o de un grupo de personas.
Las variedades pueden depender, entre otros aspectos, de la distancia en el espacio. En este caso, hablamos de dialectos. El habla de los mendocinos es un dialecto de una vasta lengua llamada castellano. Los hablantes de dialectos diferentes pueden entenderse entre sí, aunque a veces necesiten regular su conversación, esto es un santafesino podría preguntar a un menduco: ¿qué quiere decir pandito? Si dos hablantes no pueden entenderse entre sí (por ejemplo, un italiano del norte con un italiano del sur), entonces, hablan lenguas diferentes, aunque habiten el territorio de lo que políticamente se ha convertido en un solo país. Hay países que son multilingües, la Argentina lo es. En nuestro territorio coexisten con el castellano varias lenguas de diferentes pueblos originarios. Obviamente que el grupo más poderoso es el que impone la lengua oficial del país, en nuestro caso es el castellano.
Pero además de multilingües, hay países que son multidialectales, y se impone un dialecto, como el considerado “mejor” o correcto. En nuestro caso es el del Río de la Plata, lugar en el que habitan los que poseen el poder. Por eso los locutores de radio o de televisión o los profesores de lengua cuando hablan como locutores o como profesores de lengua no dicen “poio” sino “poyo”, tampoco “posho” que es considerado vulgar en el Río de la Plata (estamos tratando de reproducir gráficamente distintas maneras de pronunciar la palabra pollo).
La distancia en el espacio hace que los hablantes tengan menos posibilidades de intercambios, y eso hace que afloren las diferencias y se generen los dialectos. Estas diferencias se relacionan con procesos históricos. Argentina fue colonizada por tres corrientes: la del norte, la del oeste y la del este. Los conquistadores españoles no provenían todos de las mismas regiones españolas. Es decir que las distintas corrientes hablaban distintos dialectos que interactuaron con los habitantes de los pueblos originarios, que tuvieron que aprender cada dialecto desde sus propias particularidades lingüísticas.
Así como el castellano no suena igual si lo habla un inglés o si lo habla un francés, tampoco suena igual si lo habla un guaraní o si lo habla un toba. Y eso son los dialectos argentinos: una argamasa formada por los distintos dialectos castellanos que llegaron (el nombre técnico es superestrato) y las diferentes lenguas nativas (técnicamente sustrato).
La cercanía en el espacio promueve más posibilidades de interacción entre los hablantes. Si a eso le sumamos la historia que compartimos (la corriente colonizadora del oeste ingresó vía Chile), es lógico que hablemos parecido: tenemos el mismo superestrato. Y un oído poco entrenado puede confundirnos, así como nosotros podemos confundir un formoseño con un paraguayo o un porteño con un uruguayo.
Se trata entonces de aceptar las diferencias y comprender que hacen a la riqueza, la fuerza y la supervivencia de una lengua.