Su piel morena se encrespó por completo cuando sintió que esa música que bajaba en forma de ovación de los hinchas iba en aumento a medida que se acercaba al banco de suplentes y, por lógica consecuencia, también a ellos, los devotos feligreses que todos los fines de semana le dedican su plegaria como si se tratase de un semidiós sacado del olimpo de los mortales artilleros de la mitología tombina.
De inmediato, el morocho vestido de blanco con el número 18 en sus espaldas, levantó sus brazos, aplaudió a la gente y, antes de sentarse en el banco de suplentes, hizo un giro con el dedo índice de su mano derecha y se tocó el corazón. La escena culminó con la mirada cómplice del entrenador y el pulgar de ambos levantados como gesto de aprobación.
“¡Olé, olé, olé, olé, Mooorroooo, Mooorrooooooo!”, continuó retumbando el hit que nació en la popular Norte y se propagó en todo el estadio.
Amparado en el aura incomparable de su figura estelar y de un equipo creado a imagen y semejanza de un cuerpo técnico laburador, meticuloso, ordenado y pragmático para transmitir el mensaje, Godoy Cruz se puso el traje de verdugo del destino de Temperley en Primera División y ratificó su candidatura a intentar destronar a Boca como rey absoluto de la Superliga.
Y justamente fue Verdugo (Agustín, de 20 años) el que apareció en el momento justo para encauzar un trámite de partido que había comenzado torcido para Godoy Cruz.
Atrevido y obligado por su extrema situación de ganar o ganar para seguir abrigando una pequeña luz de esperanza para zafar del descenso a la B Nacional, el equipo de Gastón Esmerado supo adormecer el rimo frenético y efervescente que suele mostrar el Tomba ni bien sus futbolistas apoyan los tapones en el campo de juego.
El Celeste presionó de tres cuartos en adelante y apostó a incomodar al equipo de Dabove con pelotazos largos que devinieran en rechazos y segundas (y peligrosas) jugadas que en varias oportunidades finalizó con apresurados remates desde afuera del área que no inquietaron en lo más mínimo a Burián. En definitiva, al Gasolero le faltó octanaje para producir una combustión precoz que hiciera un click en el desarrollo posterior.
Como todo equipo serio, Godoy Cruz preparó el terreno para sacar provecho del más mínimo error de su adversario. Entonces, Luciano Abecasis jugó rápido el lateral para Verdugo, el sanrafaelino giró y buscó al “Morro” García con un centro de zurda que se le coló a Josué Ayala en el segundo palo: 1-0.
Fue un antes y un después. Porque el partido dejó de ser tal a partir de ese minuto 34. El golpe que asestó el Tomba fue prácticamente uno de nocaut, de esos que hacen trizas las ilusiones del que todavía respira y sueña. Y como el fútbol pasa siempre por los pies, pero fundamentalmente nace en la cabeza, Godoy Cruz fue con todo y por todo.
Lo pasó a nafta y comenzó a mandar al compás de un mediocampo que es de lo mejor del país. Pudo liquidarlo en esos últimos diez minutos, pero Ayala ahogó el 2-0 con una doble tapada (ante Viera y Elías) y, en una remake de su gol al Ciclón, esta vez Cardona le erró a la inmensidad que ofrece el arco desde el área chica.
Un cuarto de hora del complemento (y la voracidad del depredador del área) le bastó a Godoy Cruz para bajarle el telón por adelantado a su sexta sinfonía consecutiva.
Dicen que en el fútbol los milagros no existen. Este Godoy Cruz inconmensurable está dispuesto a comprobarlo.