La familia Abu Wardá despertó por la mañana al oír que se había declarado un ‘hudna’ -en árabe, cese del fuego- durante la visita de tres horas del primer ministro egipcio a este sitiado territorio la semana pasada.
Así que, después de dos días de acurrucarse en el interior para evitar los crecientes ataques aéreos de los israelíes, Abed Abu Wardá, el patriarca, fue al mercado a comprar fruta y vegetales. Su hijo de 22 años de edad, Aiman, llevó un tanque azul vacío para llenarlo con gas para cocinar. Los niños más jóvenes de su barrio, Annazla, en este poblado al norte de Ciudad de Gaza, salieron al callejón de tierra para patear un balón de fútbol.
Pero, aproximadamente a las 9.45 a.m., dijeron familiares y amigos, una explosión golpeó una puerta cerca del hogar de los Abu Wardá, matando a Aiman mientras regresaba de su mandado, así como a Mahmoud Sadalá, de cuatro años de edad, quien vivía al lado y había desoído las súplicas de su primo mayor de que permaneciera en el interior.
“¿Cuál es la tregua? ¿Qué significa?”, preguntó el hermano de Aiman, Mohammed, de 27 años, mientras guardaba luto unas cuantas horas más tarde.
No es del todo claro quién fue responsable por el ataque sobre Annazla: el daño no fue ni por asomo tan severo como para haber venido de un F-16 israelí, lo cual hace que surja la posibilidad de que un misil errante disparado por militantes palestinos fuera el responsable de las muertes.
Lo que al parecer es claro es que las expectativas para una pausa en la lucha, cuando menos para una familia, estuvieron trágicamente fuera de lugar.
Veintenas de cohetes fueron disparados desde Gaza hacia ciudades en el sur de Israel durante la visita del primer ministro de Egipto, Hesham Kandil, causando pánico y destrozando las esperanzas de que el líder egipcio pudiera mediar un cese del fuego más largo. Las fuerzas armadas de Israel informaron que habían suspendido los ataques aéreos durante la visita, aunque al menos dos de los estallidos familiares de bombardeos de F-16 fueron oídos en Ciudad de Gaza alrededor de las 9 de la mañana.
El fallido ‘hudna’ dio comienzo a un día de altibajos a lo largo de Gaza, donde el 1,5 millón de habitantes, en su mayoría empobrecidos, se han insensibilizado un tanto a la violencia tras años de batalla con Israel, y donde la resistencia -ya sea arrojando cohetes o lanzando rocas- es una respetada parte de la cultura.
El primer ministro de la facción de militancia de Hamas, Ismael Haniyé, que ha gobernado la Franja desde 2007, apareció en público por vez primera desde que empezaron las hostilidades para darle una bienvenida triunfal a su homólogo egipcio, Kandil. Debido al apoyo de la nueva dirigencia islamista de Egipto, Haniyé declaró ante una muchedumbre que rodeaba a ambos hombres en el corredor de un hospital: “Ya pasó el tiempo en que la ocupación israelí hace lo que le viene en gana en Gaza”.
Unas cuantas horas más tarde, las Brigadas al-Qassam, el ala militar de Hamas, emitieron una declaración alegando que habían derribado a un avión caza de Israel. Un portavoz israelí aseguró que dicho alegato era “absolutamente falso”, pero incluso así dio origen a gritos en verdad exuberantes de “Dios es grande” a través de altavoces en la mezquita, mientras la gente se reunía para los rezos del atardecer.
Más gente vagó por las calles de Ciudad de Gaza y otras áreas del norte de la Franja al día siguiente de la visita, yendo de compras o meramente sentadas en escaleras de entradas, quizá porque era el día sagrado de los islámicos.
Sin embargo, para cuando cayó la noche, todo parecía indicar que los ataques aéreos y de cohetes habían aumentado de nuevo, conforme alertas noticiosas anunciaban que Israel estaba haciendo preparativos finales para una invasión por tierra. Las fuerzas armadas de Israel enviaron mensajes de texto en árabe a todos los teléfonos celulares de Gaza, advirtiendo que “se aproxima la segunda fase”.
“Deben detenerse”, dijo Saed Shabat, de 42 años, cuyo hogar en el poblado fronterizo de Beit Hanoun fue dañado en un ataque de F-16 que, destacó, mató a dos personas y dejó heridas a 15 más. Él se estaba refiriendo tanto al ataque israelí como a la persistente andanada de Hamas.
“¿Cuál fue el uso que extrajimos de los cohetes?” preguntó Shabat, quien trabajó en Israel antes de que este se retirara de Gaza en 2005. “¿Cuál es la ventaja que obtuvimos de Hamas? Perdimos nuestro trabajo”.
Hubo igualmente un horripilante recordatorio de las tensiones intestinas en Gaza en torno a Israel. Poco antes de mediodía, hombres de al-Qassam con pasamontañas ejecutaron sumariamente a un hombre en una plaza pública, al cual acusaron de colaborar con Israel, dijeron testigos.
En Jabalya, veintenas de hombres se reunieron en una casa de campaña al otro lado de la calle respecto de donde ocurrió la explosión para guardar luto por los dos que murieron, mientras la madre de Aiman, Saimá Abu Wardá, lloraba en el suelo del vestíbulo en el hogar familiar de tres pisos.
“Aiman, Aiman”, sollozaba, mientras la más pequeña de sus hijos, Nancy, de nueve años, estaba sentada a su lado.
Afuera en el callejón, aún estaba una camisa ensangrentada donde Aiman había caído. La casa de Mahmoud, el niño de cuatro años, al otro lado de la vía, estaba llena de vidrios y escombros de concreto de la explosión, con el ventanal del frente destrozado y los muros del salón más atrás repletos de hoyos.
Fares Sadalá, de 11 años, primo de Mahmoud, dijo que había intentado convencer al niño dos veces de que volviera al interior, sin resultados: “Yo tenía miedo porque estaban bombardeando”, nos informa Fares, cuya pierna presentaba un vendaje sobre una herida de esquirla. “Me daba miedo que cayeran cohetes”.
A unos cuantos kilómetros de ahí, en el hospital Al Shifa en Ciudad de Gaza, Kandil y Haniyé sostuvieron el cuerpo de Mohammed Yasser, niño de menos de un año de edad, quien fue uno de los nueve niños que habían sido muertos desde que empezaron los combates, informó el Ministerio de Salud de Hamas.
“Esta es la sangre de nuestros hijos en nuestra ropa”, dijo Haniyé mientras mostraba las manchas a un arremolinado grupo de fotoperiodistas. “Esta es sangre egipcia y palestina unidas”.