En 1975 se sancionó la Ley de Contrato de Trabajo y, salvo algunas modificaciones, su estructura es la que rige las relaciones laborales actuales. De más está decir que desde 1975 cambiaron las formas de producir y de vender, cambiaron los gustos y tendencias y también sufrieron modificaciones diversos aspectos no contemplados. La ley en sí misma es bastante rígida, como lo es la Ley de Asociaciones Profesionales, que establece la existencia de un solo sindicato por rama laboral para todo el país.
Con ambas leyes se generaron convenios laborales en los que participaban las grandes centrales empresarias sectoriales, que representan, en general, a las grandes empresas, que tienen asiento en Buenos Aires, y las Federaciones que agrupan a todos los sindicatos, que también tienen sede en la capital, que es donde está la mayor cantidad de trabajadores. Estos convenios legislan las relaciones sin discriminar regiones o tamaños relativos de empresas y generan obligaciones que muchas empresas, sobre todo pymes, no pueden cumplir.
Pero además, cambiaron las firmas de producción, ya que el avance tecnológico, que se viene produciendo desde la década de los ‘80 pero se aceleró a partir del nuevo siglo, hizo que muchas tareas reguladas ya no se cumplan y que existan otras nuevas que exigen una actualización. La misma tecnología posibilitó nuevas relaciones con proveedores, entes financieros y el Estado mismo. El tele-trabajo es hoy una realidad y una modalidad utilizada por muchas empresas para diversas tareas.
Los sistemas actuales requieren que, sin perjudicar los derechos propios de los trabajadores, existan reglas flexibles de trabajo para poder responder a estacionalidades determinadas pero a su vez para que el empresario decida incursionar en nuevos campos. Si los sistemas se mantienen rígidos se transforman en barreras para nuevos negocios, para inversiones y para la creación de nuevos empleos.
Un problema común que deberán asumir los sindicatos y las empresas es el de actualizar la formación profesional de los trabajadores para adaptarlos a las nuevas tecnologías y las nuevas formas de producción, tanto en la industria como en los servicios. La incorporación de distintas tecnologías partir de la revolución en las comunicaciones, el big data, requieren replantear las formas de producción sin dejar de lado los objetivos pero adecuando las herramientas y para eso es esencial la formación de mujeres y hombres que deben operar con ellas.
Hasta ahora hay una negativa generalizada del sector gremial y de diversos sectores políticos a discutir el tema y realmente esto es un atraso. Nadie puede suponer que se puedan encarar nuevos tiempos productivos con reglas tan antiguas. Por supuesto que una reforma laboral no es la solución por sí sola ya que debe ser acompañada por medidas macroeconómicas que cambien el sistema actual, como baja de la tasa de interés, rebajas impositivas en el orden nacional, provincial y municipal, superávit fiscal, así como también la eliminación de restricciones a las exportaciones.
Argentina necesita insertarse en el mundo y para ello debe adecuar sus leyes internas que hoy son las que imposibilitan cualquier sistema de integración y que justifican este sistema conservador y proteccionista que lo único que asegura es el crecimiento de la miseria. Para crecer hay que animarse a cambiar porque en el caso contrario solo perderá la sociedad y el país consolidará un camino de retroceso.
Los cambios deben ser consensuados y también estar sujetos a revisión para corregir posibles desvíos. Además, deben ser claros y transparentes a efectos de bajar los niveles de conflictividad laboral que solo les asegura trabajo a los que lucran con el conflicto.