Con dirección de Ron Clements y John Musker, responsables de otros clásicos de Disney como "Aladdin", "La sirenita", "Hércules" y "La princesa y el sapo", "Moana" narra la historia de una adolescente de las islas polinesias que toma la decisión de aventurarse sola en los peligros del Océano Pacífico en busca de un semidiós que la ayude a revertir una maldición que pone en peligro al mundo.
“Moana” tiene todas las marcas registradas del género que Disney tan bien ha explotado durante décadas: es visualmente atractiva -con una impecable animación por computadora y escenarios de colores tan vívidos que el espectador quisiera habitar-, tiene canciones pegadizas, un ritmo ameno, una protagonista que sigue el mantra de “ve-de-frente-por-tus-sueños” y, por supuesto, un animal como compañero de aventuras.
Sin embargo, propone un punto de inflexión con respecto a las otras heroínas femeninas de la compañía: Moana no tiene cuerpo de Barbie, no es una princesa -sobre eso hay un gag muy divertido durante el film- y no tiene un interés romántico cuya realización la constituya como mujer.