Es madrugada y apenas está asomando el sol por detrás de los parrales, cuando la cuadrilla de doce cosechadores baja del camión, en los callejones de una finca de Junín. Son cinco hectáreas de uva mezcla y el encargado ya acordó con el jefe del grupo, pagar $ 4 por tacho de uva cosechado.
Sin embargo, antes de entrar a los surcos, una mujer cuarentona y algo entrada en kilos se adelanta al grupo y suelta frente al encargado: "Lo que se habló es muy poco. Acá no trabaja nadie si no se paga $ 6 el tacho".
-Pero habíamos acordado cuatro pesos y además es uva mezcla, se llena fácil el tacho, justifica el encargado.
- Eso no importa, cuatro pesos es poco y encima hay mucha uva podrida; insiste la mujer y el resto espera detrás, sin mover un músculo para ver cómo se resuelve la negociación.
Al final acuerdan $ 4,5 por tacho y los obreros comienzan a levantar la uva. "Los cosechadores hoy te manejan la vendimia y si no arreglás, no cosechan", dice Juan, dueño de la finca y sigue: "El problema es que falta gente que quiera cosechar y, para colmo, todavía no se ha fijado un precio oficial del tacho. En todas las fincas hay como pequeñas paritarias para negociar cuál va ser el precio y si no arreglás no trabajan".
Oficialmente, el precio del tacho de uva es el del año pasado: $ 3,21 en bruto que queda en $ 2,95 de bolsillo, un monto demasiado pequeño, que ni siquiera en la temporada pasada se pagó. En ese contexto, cada finca es un mundo y los cosechadores pueden cobrar, según las condiciones de la finca y la uva, desde cuatro a casi siete pesos el tacho.
"El cosechador quiere cobrar más, pero acá no se tiene en cuenta que la bodega, al quintal de uva lo sigue pagando al mismo precio que el año pasado o incluso menos", explica Raúl, dueño de una finca en San Martín y completa: "Hoy, la bodega paga el quintal de uva mezcla a $ 120 de contado y $ 150 en seis cuotas, a partir de abril o mayo según la suerte, lo mismo que el año pasado".
Pero el asunto no termina allí porque comenzada la cosecha viene otro problema: el pedido de algunos obreros para que el encargado no los blanquee en los libros, y es que muchos prefieren trabajar en negro ante el temor de perder el beneficio de los planes sociales vigentes.
Desde el Sindicato de Obreros y Empleados Vitivinícolas (Soeva) admiten la situación y estiman que hay un gran porcentaje de cosechadores que trabajan en negro por decisión propia: "La cifra es difícil de calcular con precisión, pero al menos la mitad de los cosechadores está en esa situación", dice Juan Videla, desde Soeva San Martín.
Videla explica que, en parte, el temor de los cosechadores es justificado porque, una vez blanqueados, la asignación universal por hijo se transforma en salario familiar y, según lo que el obrero gane, es lo que cobrará por hijo: "Para el cosechador que saca hasta $ 4.800 en bruto, se mantiene el pago de $ 460 por hijo, pero el que supera ese monto pasa a cobrar $ 320 por cada pibe y si supera los $ 6.000 el beneficio baja más todavía, hasta los $ 200 por hijo". Cualquier cosechador con un poco de experiencia, supera sin problemas esas ganancias mensuales.
Frente a esta situación y a la negativa de muchos vendimiadores a registrarse en los libros de las fincas, hay productores que intentan proteger sus espaldas y contratan un seguro personal, para cubrir accidentes ocurridos en la propiedad. "Al final no sabés qué hacer: si los ponés en blanco creen que los perjudicás y muchos cosechadores no se quedan a trabajar; si los tenés en negro, el que corre riesgo sos vos", cierra Juan.