Once meses pasaron desde que Roberto Trotta y sus dirigidos se propusieron, a base de esfuerzo, dejar a Independiente en la Primera B Nacional. No era fácil, para nada. Esa floja temporada de 45 puntos en donde nada tenían que ver cuerpo técnico y jugadores, sería difícil de levantar, pero no imposible.
Y así lo entendió este grupo de jugadores que ayer volvió a dar una muestra de ese temple que enamoró al hincha de la Lepra. Enfrente tuvo a un rival más necesitado y por el mismo motivo: mantener la categoría. Y como se suponía fue una verdadera guerra y por eso de un lado y de otro terminaron casi ahogados, sin aire.
Se terminó la angustia. Se terminó desde el momento que Ezequiel Pérez frotó la lámpara y con ese guante que tiene en su zurda, lo dejó sin chances a Cacace que, más allá del esfuerzo, nada pudo hacer con con esa pincelada. Golazo, delirio de todos y explosión de alegría en el Bautista Gargantini.
El festejo, ahí al lado del banco de suplentes, donde se involucraron jugadores y cuerpo técnico fue un poco la síntesis de este proceso comandado por Trotta. Todos tirando para el mismo lado y sin desviar la mirada del objetivo final, ese que se consumó ayer por la tarde en la Catedral.
El final de ayer, como debía ser, no fue distinto al resto. Los once de camiseta azul defendiendo con con cuchillo entre los dientes mientras las plegarias bajaron desde los cuatro costados del Bautista Gargantini.
Esta vez no hubo insultos como en otras épocas. Esta vez en la Lepra fue todo fiesta y más que nunca se escuchó el...: “con estos jugadores voy a la guerra”. Ayer, y como debía ser, todos se fueron aplaudidos a la salida de los vestuarios. Hubo fiesta en el Parque porque la Lepra que estiró su estadía en la B Nacional, una temporada más.